viernes, 14 de junio de 2013

Advertencia para una papusa insolente

Rayuela, capítulo 68

   Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente su orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, las esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentía balparamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.

 Traducción


   Apenas él le decía algo, ella rompía en llanto y caían en discusiones, en salvajes improperios, en ironías exasperantes. Cada vez que él procuraba aclarar las cosas, se enredaba en un discurso quejumbroso y tenía que controlar su ira, sintiendo cómo poco a poco la bronca se multiplicaba, se iba acumulando, languideciendo, hasta quedar tendido como un desahuciado sin fuerzas sobre el que ha caído el vacío de la desesperanza. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella ocultaba los enojos, consintiendo en que él expusiera otra vez sus argumentos. Y apenas se entreveraban, algo como un espasmo los enervaba, los apasionaba y enloquecía, de pronto eran el odio, la incandescente lava de los volcanes, la estrepitosa violencia del grito, los fuegos del infierno en una sobrehumana batalla. ¡Muerte! ¡Muerte!, se gritaban. Subidos en la cresta del odio, se sentían avasallar, exhaustos y enceguecidos. Temblaban sus ánimos, se vencían las resistencias, y todo se resolvía en un profundo desprecio, en sucesiones de argumentos procaces, en insultos casi crueles que los ponían al límite de la destrucción.


ADVERTENCIA PARA UNA PAPUSA INSOLENTE


        Quisiera darte todo mi mocronte, mi paciencia venecta, para que te dieras cuenta de una vez por todas que conmigo no vas a zatonear.
        ¡Qué te has creído!
        ¿Acaso el trumo de mi velaria drola te causa gracia? ¿Acaso esa risita tonta, insípida y argante te hace creer que sos superior? ¡Pero, por favor! No me hagas reír que se me quinan los labios. A ver si aterrizás. No me vengas ahora con tu bulapa absurda, con tu pinta de bataclana folidante y pelandrunezca. Salí de ahí, no vaya a ser que un todor fonible te sorprenda por la espalda y tengas que irle a pedir la escupidera a tu pobre vieja.
        Por más que la manyes lunga en la milonga rantifusa, por más que tropengues y frepajes a troche y moche, no creo que te dé el cuero para ser lo que pretendés. ¿Sabés cuántas como vos se hundieron en el fango námido de la arrogancia?
        Por eso te digo, atendé si sos piola: ningún íspide, por molidero que sea, por más careta que se ponga, puede sumonir lo que no es. Yo comprendo que quieras salir del conventillo, que quieras levantar vuelo, que intentes fragar tu vida; pero pichona, primero hay que saber sufrir. Armate de paciencia y caminá por la vida. No desesperes; todo llega.
        Ah, me olvidaba…
        Si no podés con tu genio y te salís con otra de las tuyas, acordate que las cosas siempre vuelven. La vida te da rosas, pero también sopapos. Es fija. Cuando uno menos lo espera, se tropieza con la piedra que ha arrojado y se queda con la ñata clavada en el asfalto, afiscándose por haber sido tan gil.
MDF

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