viernes, 26 de julio de 2013

Algunos intentos de haikus

Atraviesa las rejas
abre una, dos, tres, cuatro cerraduras
Parece que es libre


El frío cala los huesos
del hombre que sueña a la intemperie
¿Dónde está el resto?


El ritmo alfabético de las teclas
acaba con un enter
Alguien llora


El perro blanco se rasca la panza
que gotea sangre
pero no se detiene



jueves, 25 de julio de 2013

No septiembre

Ariel veinticinco años
no trabajo
ni secundaria
y la noticia es
que en nueve meses
se vuelve padre

Vertió abrazo
esperma y temblor a su chica
en mes de septiembre

Ariel contános
porque no usaste forro en septiembre
que si sabés
que si el crío nace
lo hace en época de frío
y ahí si, Ariel
el crío pide mantas y nebulizaciones
y no tenés familia
ni nebulizador
sólo veinticinco años, la primaria completa
y el frío pide obra social, trabajo firme

Aparecen los dientes al crío
llora come caga
pasaron dos años, ya, Ariel
y tu chica se arregla con changas
con otro hombre
y vos te volvés dolorido, triste
y no vuelvas a coger en septiembre, Ariel
sin forro.

martes, 23 de julio de 2013

PUNTO DE INFLEXIÓN


Se despertó 9.30 hs, como todos los domingos, atendiendo a su despertador interno que le permitía atrasar dos horas y media el sacrificio semanal.

Se puso las pantuflas y el salto de cama y empezó a bajar las escaleras.

Para cuando el descanso de la escalera hace una curva y la vista de la planta alta se pierde, escuchó a su marido Federico, levantarse y dirigirse al baño

Terminó de bajar las escaleras, abrió la puerta, se dirigió al jardín de entrada y buscó el diario del buzón.

Volvió a entrar, se dirigió a la cocina y encendió el fuego para calentar agua.

Sabía que en exactamente quince minutos, Federico se sentaría a la mesa esperando que ella le sirviera la taza de té, por lo que en cinco minutos debería colocar las dos rebanadas de pan en la tostadora, en el modo “mínimo”.

Sin embargo, esos cinco minutos se hicieron casi diez debido a la sorpresa que la primera plana del diario Clarin le causó a  Marcela: en el rincón inferior derecho: “VUELCO Y MUERTE EN LA PANAMERICANA”, y dentro del cuerpo de la noticia un nombre que parecía resaltar: Silvina Colmena. Marcela leyó una y otra vez ese nombre como queriendo borrar la tinta impresa, pero los mensajes de texto empezaron a aparecer en su teléfono celular: -te enteraste?, falleció Silvi!- , - “no lo puedo creer, viste el diario de hoy?-…

La camioneta Hyundai Tucson de Silvina había impactado con el guardarrail y volcado.

Marcela quedó shockeada, desubicada.

Federico bajó, se sentó a la mesa, acercó su taza de té, tomó el diario y preguntó “¿Qué pasó con mis tostadas?”

Nunca antes las tostadas habían llegado a la mesa después que Federico abriera el diario. Tampoco antes habían tenido que dialogar en ese momento de acciones automáticas. Pero el atraso de la tostadora, o el atraso de Marcela en poner las tostadas, o quizás, el accidente de Silvina, habían ocasionado un malestar inusual.

-¡Ya te traigo tus tostadas! ¡No entiendo por qué tanta preocupación!-

-Es que el té ya estaba servido y sabés que me gusta tomarlo junto con las tostadas-, replicó Federico.

Marcela no pudo continuar la discusión y se limitó a marcar con su dedo índice el nombre de su amiga de la infancia que aparecía en la parte inferior derecha del diario, para que su marido leyera la terrible noticia.

-¿Tu amiga Silvina? ¿La que se mudó a Nordelta a principios de año? ¿Estás segura que es ella?-

-Si, Federico. Es su nombre. Es su camioneta.-

Los mensajes y llamadas telefónicas terminaron de confirmar la tragedia. La perfecta ama de casa, esposa ideal, la cuidadísima y esbelta Silvina, había muerto en un estúpido accidente. Aparentemente se había quedado dormida. Ahora se harían todos los trabajos periciales y habría que esperar para poder despedir su cuerpo.

Marcela no encontraba consuelo y rompió en llanto mientras su marido no parecía querer distraerse de la lectura del diario, de sus tostadas y de su té caliente. Le propició un débil abrazo que no alcanzó a calmar su tristeza. Marcela  se refugió en el toilette de la planta baja y después de un largo rato volvió a la cocina.

Su esposo había terminado el desayuno y sacaba una bolsa de carbón del mueble del quincho.

-¿No podemos suspender el asado de hoy?-

-Es domingo Marcela, mis padres y mis hermanos ya saben que vienen como siempre. Ah …, mi hermana trae la pasta frola. Vos tendrías que hacer las ensaladas.-

Marcela odiaba la pasta frola de Cristina. En realidad, lo que odiaba era esa reunión semanal, pero esta vez la molestia se hacía más notoria, más intolerante.

Mientras se cambiaba seguía el intercambio de mensajes con sus amigas. Costaba entender lo que había pasado. Silvina había sido uno de esos ejemplos a seguir, en cuanto a mujer, esposa y madre. Pero lo más difícil de ese día iba a ser soportar a la familia política en semejante circunstancia.

Volvió a la cocina y separó la rúcula, la lechuga, los tomates, las papas y los huevos, y mientras descongelaba el pan, aparecieron sus dos hijos. Eran más fáciles que su padre para la rutina del desayuno: se buscaban ellos mismos sus copos y la leche.

Ni bien Marcela tomó un tomate para cortarlo, Federico la interrumpió: -Acordate cómo le gustan los tomates a mamá. Se corta primero al medio y después los gajos en sentido contrario.-

 El comentario era innecesario. Con tal de no escuchar a Elsa cuestionarle el modo de servir el tomate, Marcela no pensaba cortarlo de otro modo, pero su marido, siempre ahí, indicándole cuál debía ser su siguiente paso.

Los preparativos continuaron y rápidamente llegó la hora del asado familiar. Los primeros en llegar como siempre fueron Elsa y Ricardo. Elsa entró con su usal mirada de supervisión general, empezando por las cortinas, -sabés como se desarman estas cortinas romanas para lavarlas, no?- Marcela nunca quiso averiguar si el comentario incluía una crítica al estado de limpieza de las cortinas o si realmente quería ser de ayuda, pero la sola idea de tener que seguir conversando con su suegra le quitaba las ganas de continuar la charla, así que se limitaba a un simple -Si si, Elsa-.

 La supervisión seguía por la mesa, entró al quincho y ajustó la ubicación de los cubiertos que habían puesto los chicos. Ricardo había entrado pero su presencia casi no se notaba, se limitaba al saludo y a acercarse a la parrilla.

Después de unos minutos llegó el hermano de Federico con sus mellizos varones criados con la libertad que su mujer psicóloga,  siempre defendió. Una libertad que muchas veces pasaba por alto los límites de la tolerancia de Marcela y la de sus hijos. Mientras uno encendía la Play Station, obviamente sin pedir permiso, el otro corría al quincho a buscar la patineta. El saludo no era un ritual de esos chicos.

Seguido a ellos, llegó Cristina, la otra cuñada de Marcela, con su marido y la famosa pasta frola. Ellos no tenían hijos y de eso no se hablaba en las mesas familiares.

Se sentaron todos en la larga mesa del quincho mientras Marcela ubicaba los últimos elementos: las bebidas y el pan.

Comenzaron a comer los chorizos  y las morcillas, en especial los chicos, que duraban poco tiempo sentados. -Te compré estos chorizos bien sequitos para vos, Marce. Probalo-, dijo Federico.

-Los chorizos no me gustan. Nunca me gustaron. Elsa: un chorizo sequito como a Ud le gusta?-, Marcela pinchó el chorizo y lo pasó al plato de Elsa quien discretamente agradecida le contestó -Si, querida-

La charla continuó y Marcela parecía ausente, como esos chicos que se duermen sentados en la mesa de adultos y escuchan un bullicio y algunas palabras sueltas. Escuchaba “inflación”, “sueldos”, “gobierno”, “Lanata”, mientras cortaba su pedazo de pechito de cerdo, la carne que más disfrutaba de esos asados y que se había ido a servir directamente de la parrilla porque la fuente había pasado demasiado rápido.

Su atención solamente se concentró cuando escuchó SILVINA COLMENA. Y era Elsa quien hablaba de ella, alabando cómo cocinaba, lo servicial que era con su marido, lo limpia que siempre tenía su casa, lo elegante y coqueta que era. -¿Te acordás Ricardo?, igual a su madre Beatriz. ¡Qué mujer!-

-¡Una mujer que seguramente sufría y se aburría en su casa mientras su marido se pasaba de reunión en reunión. Que hacía de madre y padre porque él estaba más tiempo fuera que dentro de su casa. Que se fue a vivir a Nordelta para juntarse con todas esas mujeres que prefieren no enterarse de los cuernos que le meten esos maridos mentirosos!- dijo Marcela.

De repente, ese bullicio de fondo quedó en absoluto silencio. Los cubiertos ya no chocaban con los platos y el único ruido eran los cuatro chicos que ya se habían levantado de la mesa y corrían por el jardín.

Marcela empezó a levantar la mesa mientras su cuñada Patricia la ayudaba a limpiar los restos de carne.

Cristina buscó la torta y los platos de postre y sirvió las porciones. La conversación de los que quedaron sentados cambió radicalmente. Ahora la atención pasó a lo grande que estaban los chicos y lo mucho que disfrutaban estar juntos con sus primos.

Marcela no volvió a la mesa y se dedicó a preparar el café. Ni muy fuerte ni muy liviano para Elsa, con una gota de leche, como si su sensibilidad le pudiese permitir advertir todos esos detalles. No había café que odiara preparar más que el de Elsa, pero lo hacía, y lo apoyaba en la mesa con la fuerza del enojo que le provocaba servírselo. -Cuidado Marcelita. No vayas a manchar este mantel que tu mamá cuidaba con tanto cariño-.

Marcela miraba su reloj y no veía el momento en que esa tertulia familiar terminara.

Las palabras de Marcela habían tenido un efecto en el volumen de la charla. Todos parecían haberlo bajado. Incluso ya no había discusiones políticas ni económicas.

Como era usual, Cristina se levantó para ayudar al lavado de platos. Marcela le preguntó por sus alumnos, por el colegio donde trabajaba y charlaron un rato mientras guardaban vasos, platos y cubiertos limpios.

El almuerzo, por fortuna de Marcela, llegó a su fin y cada cual se fue a su casa.

Federico encendió la televisión y se preparó para ver el partido de futbol.

Los chicos siguieron jugando en el jardín y Marcela se fue a descansar a su cuarto.

El domingo terminó como siempre, con una sopa frugal. Marcela revisó las mochilas de los chicos y preparó sus viandas para el almuerzo escolar.

El lunes Federico llevó los chicos al colegio y se fue a su trabajo.

Marcela se juntó con sus amigas en el café de la esquina para ver entre todas cómo proceder con la familia de Silvina. Averiguaron los datos del velatorio y el entierro. El velatorio sería el martes y el entierro el miércoles. Esos dos días todas dejaron sus obligaciones de amas de casa unas y laborales otras y volvieron a sentirse despojadas, como la memoria de la infancia y de la adolescencia les recordaba que eran. El dolor las unió y al mirarse y conversar, las esencias propias de cada una renacieron como si la vida no hubiese transcurrido, como si nunca se hubiesen casado ni hubiesen tenido hijos. Fue un volver al pasado.

Marcela logró que una mamá del colegio cuidara a sus hijos esos dos días, y así poder despedir a su amiga Silvina.

Federico estuvo un rato en el velatorio, pero esas cosas no eran para él así que ni bien pudo dejó a Marcela con sus amigas.

La despedida de Silvina fue terrible. Su marido estaba desconsolado. Su hijo varón de siete años, parecía no haberse dado cuenta de lo que había pasado. Pero su hija adolescente lloraba sin descanso entre los abrazos de los familiares.

Marcela aprovechó esos dos días sin su marido compartiendo todas las comidas con sus amigas. Fue el modo como eligieron despedir a Silvina, con un encuentro en su homenaje. Silvina siempre las había hecho pensar, reflexionar, filosofar sobre la vida. Había sido una especie de líder espiritual en el grupo y ahora ahí estaban sin ella: Viviana, una médica prestigiosa; la veterinaria, Sandra, siempre con alguna anécdota desopilante, Valeria, una ingeniera devenida en empresaria y la propia Marcela, ama de casa y admiradora de Silvina.

Marcela parecía decidida a hacer el trabajo reflexivo al que Silvina siempre la llevaba. Empezó a hablar y en la mezcla del llanto por la muerte de Silvina empezó a cuestionar su vida de ama de casa y su infelicidad matrimonial. -No soporto más la rutina que Federico me arma los domingos. ¿Qué me hubiera aconsejado Silvina? ¡Cómo la extraño!-

-¿Qué te hubiera aconsejado? Que mandaras todo a la mierda! Aunque ella no llegó a animarse a hacerlo con su propio marido! Mandar a todos a la mierda y buscar lo que realmente te hace feliz!- dijo Sandra

  Las charlas continuaron entre llantos y risas y las cuatro coincidieron que deberían juntarse más seguido

El domingo siguiente, Marcela preparó cuidadosamente el desayuno de Federico, dejando el té y las tostadas para que cuando él abriera el diario Clarín, su mano derecha pudiese levantar una tostada con la mermelada casera de su madre Elsa

Sin embargo, para cuando él acomodara el carbón y le quisiera comentar a su mujer que Cristina traería la pasta frola, Marcela ya había arrancado el auto para estacionar en el café y salir junto con sus amigas a un domingo feliz.

lunes, 22 de julio de 2013

“Nadie pesca una mentira”



Pedro quería ir con su padre de pesca el fin de semana pero este estaba tan ocupado mirando fútbol y deportes que no quería perderse por ningún motivo su actividad favorita: recostarse en su sillón y mirar la tele.
Todos los domingos transcurrían iguales: se levantaban e iban a misa en el pueblo, lugar ideal para socializar con los vecinos y tomar nota de quien estaba. También, Pedro podía ver a Vicky que con su cara de ángel lo miraba de reojo sin saber que le pasaba al verlo.
Terminada la misa, pasaban por el mercado y de ahí a preparar el almuerzo. Su madre y su hermana amasaban unas ricas pastas que coronaban con flan casero.
Aunque su madre le prometía que el algún día lograría que su padre se levantara de su sillón para ir de pesca, él sabía que eso no iba a pasar.
Así, empezó a hilar un plan para remediar esta situación.
Pensó en un concurso de pesca y puso su plan en marcha. Escribió a mano los volantes que luego empezó a empapelar en todos los arboles del pueblo; como premio se le ocurrió que todo lo recaudado por las inscripciones mas sus ahorros vayan a las manos del ganador; el cual sería el responsable de sacar el pez más grande y pesado del rio. Con el premio monetario pensó,  su padre tendría mas ganas de cambiar su suerte.
El verdulero era el encargado de recibir las inscripciones así nadie sospechaba de él; en los panfletos, comunico con mucho cuidado el origen de los ahorros,  dando a entender que eran parte de una fortuna para no perdérsela ya que el donante era un estanciero que había recibido una gran herencia; rápidamente todo el pueblo hablaba del tema y ya empezaban a pensar donde gastarían el premio.
Las almacenes empezaron a vender cañas, piolas, piolines y alguna que otra red.
Pedro, llevo a su casa folletos del concurso como al pasar, así analizaba la reacción de su familia y específicamente la de su padre.  La que primero reacciono fue su madre, como él pensaba. Ella era la encargada de todos los chismes del barrio y ese no se le podía escapar ya que todo el mundo hablaba de él y había una herencia en el medio.   Fue así, que por esa vía le llego el mensaje a los oídos, poco interesados, de su padre que escucho el concurso sin modular una palabra.
Dos semanas le llevo a Pedro cumplir su misión e ir a pescar con su padre, gracias a la gran mentira lograda.  La madre le preparo el almuerzo y al amanecer salieron los dos rumbo al río  La barcaza que usaban estaba cubierta de barro y suciedad;  las arañas y bichos ocupaban gran parte del armazón y tardaron en prepararla. Los remos no aparecieron por lo cual tuvieron que ingeniárselas con dos ramas secas.
Por fin salieron a pescar, era el día más feliz para Pedro. Su padre una persona de pocas palabras y compañero ideal para esa salida. Pronto divisaron otras barcazas que habían amanecido en el río y se sonrojo pensando en la mentira que había inventado, solo para salir con su padre de pesca.
Transcurrió la mañana sin noticia de peces y el mediodía también.  A la tardecita ya empezaron a preguntarse, si había vida en esas aguas; cuando de pronto la caña del padre se curvo y empezó a tirar. La destreza del hombre ya no era la misma y le costó trabajo mantenerse en la barcaza, empezó a tambalearse hasta que sucedió lo imprevisto, el pez o lo que fuere lo tiro al agua y lo arrastro varios metros hasta perderlo de vista. Pedrito no sabía qué hacer ya que no quería tirarse y correr su misma suerte, así que decidió pedir auxilio a los gritos.  Largas horas transcurrieron y su padre no aparecía; todos los hombres habían estado dando vueltas en el río buscándolo.  Pero el esfuerzo fue en vano, el pobre hombre nunca apareció.
La leyenda cuenta que una sirena lo sedujo al fondo del rió y ese hombre taciturno que se reclinaba en su sillón los domingos empezó a vivir una vida nueva.

Pedro que no podía creer lo que le había pasado, cambio completamente su rutina y el domingo siguiente hizo todo lo contrario: se sentó en el sillón de su padre a ver fútbol

domingo, 21 de julio de 2013

Equilibrista

Existe la historia de mis pies como existe la historia del mundo
y de las aves que vuelan bajo y saben de huellas,
también existe la historia de los pasos de mis pies
que es un capítulo del equilibrio y de una comedia
escrita con una tinta indescifrable.
Si pudiera saber el final
entendería esta mañana llena de ruido.  
Estoy sentado al costado del andén esperando el subte
la vista se me va por el hueco negro
acaso conduzca a otra ciudad o a un desierto
con camellos y arena movediza,
con pasarelas y vistas panorámicas.
Si pudiera saber qué hay en la negrura
llegar al centro de la tierra
sería un gran depósito donde se almacenan deseos 
como pájaros muertos
y ahí también  estarían los míos, en un paquete húmedo
o quizás no haya nada o solo aire
como  un globo terráqueo de plástico infláble
escribiría con mis pies desafiando la gravedad
un deseo por acá, otro por allá.
Ahora estoy rodeado de hombres y mujeres  
en esta meseta subterránea que es la estación
Veo el final del andén, y la negrura, y la luz del subte que llega.
mis pies son un presagio de mi cuerpo.
Miden cada paso como un gato preciso
en el fondo de una caja.


Así fue todo

Supongamos que hace cuarenta y ocho años llovía a cántaros
y en el interior de un auto azul una mujer gritaba
y a sus gritos los disolvía  la tormenta,
y los rayos iluminaban la ciudad como nunca,
que casi sin aliento la mujer miró a la partera,
esta le dijo: varón  
Imaginemos otro escenario,
que años más tarde en un día también de lluvia
la  misma mujer  piensa en aquella noche,
está acostada, mira el cielorraso y dice: “así fue todo”
supongamos que soy “todo” y la mujer es mi madre
y un rayo nos ilumina, 
que otro hombre muere en ese instante
en el interior de un auto azul.


Sueño

Hace unos minutos mi brazo se durmió.
Como está rodeado de moscas
creo que está muerto.
En su extremo mi puño cerrado
y adentro del puño un bollo de papel
y en el bollo de papel el dibujo de un barco.

A su vez,
las moscas arremeten como kamikazes sobre mi mano
Así, mientras la cara inferior de mi mano siente el pulso del mar,
la otra, es picada por las moscas.
Así, los pliegues del barco se pierden
en otras coordenadas donde no existe ni el punto, ni la línea.
como las olas inmensas de un mar lejano,
se pierden en ese túnel y escapan por ese anillo de sal.

Como está rodeado de moscas
el silencio de mi brazo es otra cosa.
fuerza natural, gravedad, el presagio de algo,
la turbina molesta de una aspiradora
que traga los restos despiertos de mi cuerpo,
con los sueños, y el barco, y el mar.

Desde que se durmió mi brazo sueña.
Sueña que rema e impulsa a una canoa
contra la corriente de un río que baja del pico helado
de una montaña y se pierde en la bahía,
que abre el puño de una mano y libera un dibujo,
que despierta junto a mi,
a orillas de una playa.