jueves, 29 de mayo de 2014

Ana Sola



No había vuelta atrás ese día yendo para Mar del Plata. Ana y Luis estaban juntos hacía siete meses y ella había tratado de evitar la escapada de fin de semana desde el día dos. Tal vez era así, pensó ella mientras miraba por la ventanilla del Ford Escort los tristes countries de zona sur, para tener una relación seria tendría que soportar algunas cosas. Que le diga gordi, que tenga una banda de rock horrible en la que los integrantes usaban chupines como si tuvieran veinte pero con la buzarda de los cuarenta, que no mire al mozo cuando pide un café. Pero eso era lo de menos. Los detalles eran lo más difícil de aguantar: el dentífrico abierto y un poquito chorreando, la forma de sostener el tenedor, que se tiña el pelo-que el decolorado resultante de esa teñida sea un naranja opaco-, que se ría fuerte.

Veinte años viviendo sola acarrean cierta organización. Los sábados pedir helado, ponerse el piyama y ver la tele eran su mejor plan. Acurrucarse con su gatita en la cama los domingos a la mañana. Los miércoles tomar el té con sus amigas en el hotel Alvear. Todo eso, la síntesis de su felicidad. Entonces, ¿qué fue lo qué pasó? ¿Qué hizo que acepte por fin que su compañera de oficina le presente un amigo? ¿Cuándo decidió cambiar su trabajada rutina? No se sabe. No se sabe si fue esa sensación de no poder respirar que le agarra en cualquier lado, a cualquier hora, en la calle, en el subte, en el ascensor. O si fue la impresión que le causó enterarse de lo de su vecina del segundo E que murió y sólo la encontraron tres días después por el olor a podrido. Cuando más surgían estas dudas era en situaciones de mierda. A las tres de la mañana sentada en un bar de Palermo escuchando a su novio cantar con su banda  “Los inadaptados de siempre” o en la depiladora, sobre todo cuando iba por la parte del cavado y cuando Martita con su amplia sonrisa le ofrecía por décima vez ante su negativa hacerle la tira de cola.

Este jueves se lo preguntó más que nunca. Jueves de feriado puente del primero de mayo en la quinta hora de las diez que les tomaría llegar a Mar del Plata, cebando un mate lavado y dulce porque a Luis el amargo le daba acidez. Entre un Fiat 147 y dos Falcon tuneados. Ahí fue cuando Ana decidió, cuando vio ese palo flotando en el agua tibia de ese mate lavado.

-Pará acá, dijo.


Se bajó en Dolores y lo mandó bien a la concha de su hermana. Porque mejor Ana sola que mal acompañada. 

miércoles, 21 de mayo de 2014

La noche


1.
Estamos casados hace demasiado tiempo. Los recuerdos se convierten en un amasijo de días apelmazados. Si quiero ordenarlos, se deshilachan. Son puros restos. A veces me pregunto cómo se llega a convivir tanto tiempo con una misma persona. No tengo idea. Supongo que nos acostumbramos. Como los gatos. Por una migaja de calor nos enredamos a la estufa. Aunque queme.

2.
Las noches se me hacen pesadas. Ando insomne últimamente. Ya no me acuerdo dónde leí que hay un bar donde se juntan los que no pueden dormir. Un bar que se llena de seres que se niegan a ir a la cama y se dejan estar ahí, toda la noche, como si ese gesto pudiera eternizar el día, o aplazar la muerte.

3.
Los meses llegan abreviados. Se condensan en una sucesión infalible de repeticiones que ya nos aprendimos de memoria. Las mismas palabras, en la misma posición.
Pedro habla poco. Cada vez menos. Yo hablo sola. En voz alta. No me resigno al silencio.

4.
Ahora Pedro duerme. Salgo a caminar. Paso por el kiosco y me saluda Damián. Compro un atado de diez y un encendedor. Damián me da el vuelto: un billete recién impreso. Lo toco, parece de mentira. Lo miro bien: alguien lo escribió, como si quisiera dejar su aliento en el verde inmaculado del papel. Leo: La noche es una jaula.

5.
Vuelvo a casa despacio. Camino el negro persistente de la madrugada. Me resisto a meterme en la cama. Sí, la noche es una jaula: te cierra los ojos, y la boca, y los demonios te quedan adentro, bailando alegres, impíos, como si fueran hadas, que no lo son.

viernes, 2 de mayo de 2014

Reconstrucción

Por Fernando Lancellotti


8:45 – Me despierto con tus piernas entrelazadas. Ayer llegamos cansados, nos arrojamos a la cama  te dormiste en el acto mientras te hablaba del sur. Después yo también me dormí y hasta este instante no recuerdo nada de nada, como si el tiempo hubiese ocultado ese paréntesis de mi conciencia. Es un día gris. Suena el despertador. Una sensación de felicidad me invade. Falso

8:45– Me despierto con los sonidos de la mañana. Es un día gris. Sigo durmiendo.
Sueño que una grúa gigante entra a mi cuarto y saca mi ropa del placar. Alguien la maniobra. Los vidrios de la cabina están empañados. Verdadero.


9:13– Hago el desayuno mientras te bañás. Las tostadas saltan al unísono con el pitido de la cafetera, que es como el de un tren que llega a la estación. Te digo  algo gritando. No escuchás. Verdadero.

9:13– Mis párpados apenas se abren, sin muchas ganas. Ven un día más. Pienso que la voluntad es un músculo que hay que entrenar. Lo único que quiero es hacer pis. Falso.


9:35– Servís el café en la taza. Te digo: Basta, que después no duermo.  Recordamos la despedida de ayer a la noche. Qué borracho estaba tu amigo me decís ¿Mi amigo? te pregunto. Querrás decir: “nuestro amigo”. Casi desnuda corres la cortina como si viviésemos en un desierto. Entra un chorro de luz que me pega en la sien. Verdadero.

9:35– Apuntar el chorro de meo parece un juego que me hace feliz, aunque sea por ese instante. Se corta la luz. Manoteo la tapita, pruebo las teclas inútilmente. Falso.


10:40– Estoy en el bar de la esquina. Me siento junto a la ventana. Entra una mina con un buzo que dice Patagonia. Qué ganas de estar lejos pienso. La mina se sienta en una mesa y saluda a un tipo con voz grave. Son jóvenes pero tienen el rostro curtido. Los veo borrosos, quizás porque aún no desayuné. Falso.

10:40–Es una mañana húmeda. No tengo la más mínima idea de lo que es SUBE, quiero pagar el ticket del subte pero no hay nadie en la caja. Me dicen que ponga la tarjeta. Pregunto: ¿Dónde compro la tarjeta? Tenés que ir al ministerio y te sacas la foto. Subo la escaleras y me alejo de la estación, también de esa vaga idea de ser más eficiente, más terrenal, que me viene cada tanto. Verdadero.


10:54– Termino el último sorbo de café. La lluvia empalidece todo. Después de hojear los diarios chequeo el celular, no tengo mensajes de nadie. Solo publicidad. Odio la publicidad. Veo una grúa igual a la del sueño, la maneja un operario con bigotes y un casco amarillo. Gira el brazo retráctil de un lado al otro. Pienso que me esta haciendo una seña que trato de descifrar: “Soy el del sueño, vengo por vos”. Falso.

10:54– Las nubes negras se amontonan en un costado del cielo. Camino por la vereda del sol. Paro un taxi. Le digo a donde voy y el tipo me dice que está todo cortado. Miro el celular y en un mensaje me dicen que se suspendió el ensayo. El taxi me pasea sin un destino particular. Hago tiempo. Verdadero.


11:30– Nos encontramos en la esquina del ensayo. Te acompaño unas cuadras y me propones almorzar. Vacilo. Te digo que no puedo. Caminamos hasta la avenida. Parece un día feriado. Me tomás de la cintura y me decís: dale piquemos algo. Acepto. Entramos a una fondita y nos dicen que todavía no abrió la cocina. Verdadero.

11:30–Salgo del bar y vuelvo a casa vencido por el sueño. La grúa da vueltas y despide un gas que deja blanca la cuadra. Ni bien entro suena el timbre. Una voz grave pregunta por mí. Abro la puerta y un hombre me increpa. Gatilla dos o tres veces. Una bala entra en mi pecho. Caigo desparramado. Falso.