lunes, 8 de septiembre de 2014

Topless

Ayer llegamos a lo de la tía Pipa. Tuvimos que viajar doce horas en avión, cruzar todo el océano, tomar un tren para, al fin, llegar. Por suerte, voy a faltar una semana al colegio. En total, tres semanas de vacaciones. Mamá habló con la maestra y le explico que veníamos a visitar a la tía Pipa y que bueno, que me dieran tarea extra para esos días. Marcos no tiene tarea extra. Dicen que todavía es muy chico. Pero yo ya me encargué de hacerle su cuaderno para las tardes que llueva. Por las dudas.
Todavía no salimos a recorrer la ciudad. Solo bajamos con mi prima y Marcos un rato a la playa hoy a la mañana. Tuve que taparle los ojos a Marcos porque las mujeres acá no usan corpiño. Mi prima dice que es normal. Me explicó que así como los chicos no usan corpiño, acá las chicas tampoco usan.
“Pero algunas sí”, le dije yo señalado discretamente un par que pasaban caminando. Y también ya aproveché para avisarle que en Argentina todas las chicas usan corpiño en la playa. Y que el cuerpo es algo privado.
“Intimo”, me corrigió.
“Sí, íntimo”, aseguré en seguidita.
“Ya, me respondió, pero eso ya es cuento”.

domingo, 27 de julio de 2014

MAL CLIMA


Gustavo sube el volumen de la tele. Mira a una mujer rubia y alta, de unos sesenta y largos, que dice: Mañana y mediodía con lluvia intensa. Para la tarde y la noche se esperan lloviznas aisladas. Vientos leves del noreste con una temperatura máxima aproximada de quince grados …

Se sienta y la mira de costado, cubriendo la tostada con su mermelada favorita. Mastica despacio y toma su café con leche. Empieza el lunes en ese desayuno frente a la rubia que le dice que hoy se va a mojar. La mira fijo.

 -¡Ja! ¿Simpática ahora no? Debés haber jodido a unos cuantos como yo … pero ahora no, ahora sos popular porque te mira la gente antes de salir a laburar … ¡basura!-, le dice Gustavo como si realmente la tuviera en frente. Guarda los medicamentos nuevos, cierra su maletín y sale.

Le va a costar la largada de la semana. Esa rutina que cada vez se le hace más difícil arrancar. Tan difícil como su Fiat Regatta. Se sienta en el auto y revisa su agenda. Toca la zona de Palermo. Unos cuantos consultorios para visitar y un objetivo: insertar en el mercado el nuevo tópico contra la rosácea. Sale a la calle y se sienta en el auto con paciencia. Quizás debería darle crédito al vecino que dice que el problema del arranque es una bujía en corto. Lo intenta una y otra vez hasta que lo escucha. Pone  primera.

Empieza su recorrido por el consultorio del doctor Ferraro. Llega y le da charla a la secretaria. Está harto de hacerse el simpático. Le cuesta más que el año pasado y mucho más que el anterior. No sabe cuánto tiempo va a aguantar sentarse en las salas de espera al lado de los pacientes hasta que a los médicos se les ocurra decirle … pasá Gustavo … pasá que tengo un hueco. Nunca quiso un hueco como su lugar de trabajo. Todavía trata de entender en su terapia semanal qué fue lo que lo llevó a dejar la carrera de medicina.

 Sigue con la lista de consultorios, una sala de espera atrás de otra. Descanso al mediodía para comer su plato de los lunes en Marycarmen. Se sienta y se acerca Mary.   -Buenas. La entraña con fritas y el vasito de vino, Mary. Se distrae un rato con la tele aunque se cansa de mirar para arriba y busca el Clarín. Come el flan, paga y vuelve a la lista. Le quedan pocos médicos para la tarde. Los visita. Alaba el nuevo invento contra la rosácea. Siente que actúa, pero sigue haciendo el esfuerzo.

Vuelve a su departamento. Abre la puerta y tira el maletín al sillón de la entrada. Se da una ducha, cena y mira televisión.

Ahora es martes y Gustavo se sienta a desayunar mirando a la rubia desabrida, que hoy le dice, Mañana con algunas lloviznas. Mejorando al mediodía con temperatura y humedad en descenso. Vientos rotando hacia el oeste. …

La mira de costado y come la tostada alternando con el café con leche. –Murillo hija de puta, me hiciste odiar geografía-, masculla después de apoyar la taza. Empieza el día frente a la cara de nada que le arruinó su paso por el secundario y que le dice que se tiene que abrigar. Suspira y busca su campera Columbia. Ese fue el último regalo que le hizo su padre, además de la pistola calibre 45 que le confesó no haber devuelto cuando se retiró de la policía federal.

Cierra la puerta del ascensor y tarda un rato en encender el auto. Se frota sus manos mirando las muestras que hoy lo van a acompañar por la zona de Belgrano. Planea almorzar alguna pasta en Mimí para después ir a su terapia y aprovechar los pocos consultorios que le faltó visitar ayer en la zona que él llama Villa Freud.

 

 

Se recuesta como siempre mirando de reojo ese adorno extraño que parece un Dios inca o algo así, con un sol arriba de la cabeza. Supone que todo tiene un significado ahí adentro.

-              Bueno cuénteme acerca de esos momentos en los que usted dudó que podía llegar a ser médico. ¿Fue en el examen de Patología II, no? le pregunta la licenciada Abud, haciendo sus usuales movimientos de rotación con el pie derecho.

Gustavo piensa que todos los pacientes le importan un carajo. Que esta Abud se divierte con su depresión. Le cuesta volver sobre esos temas. Respira profundo y empieza.  - Creo que viene de  mucho antes. Fui un buen estudiante en primaria. Pero en secundaria … no sé ..

-              ¿Qué le pasó? ¿Alguna candidata que no le dio bolilla?

Le da odio que todo lo pueda circunscribir a un problema hormonal. Trata de acordarse y le dice, - Puede ser. No sé. Quizás si me pudiese haber levantado a Silvita, que me volvía loco … pero esa hija de puta de la profesora de geografía me hacía ir al frente todas las clases y me ponía en ridículo siempre. Tenía una fijación conmigo-  dice Gustavo. Me acuerdo que me decía . A ver mi querido alumno si hoy puede dar una lección como la gente. Yo empezaba mientras mis piernas temblaban porque sabía que no había vez que ella no me interrumpiera diciéndome Eso no es lo que yo di para hoy.. Yo miraba a mis compañeros buscando apoyo, porque sí era lo que había que estudiar para ese día, pero nadie se animaba a saltar y defenderme. Todos miraban para abajo cosa de no tener que pasar al frente. Me ponía un uno y decía… Medina.. 

-              ¿Quién era ese medina?, le pregunta la psicóloga y anota.

-              Medina era el sabelotodo de la clase que no tenía que estudiar porque vivía encerrado leyendo en su casa, así que cualquier tema que fuere él podía dar lección.

. ¿ Y a usted no se le ocurrió decirle a sus padres que se quejaran en el colegio?

Ahí es donde Gustavo piensa que no lo entiende. Que realmente ella supone que él se deprime de nada. Que todo podría haber tenido solución. En este momento la odia. Trata de levantar su cabeza para buscarle la mirada. -¿Quejarse?, le dice -Esas son cosas que pasan ahora. Antes nadie se quejaba en el colegio. Además, ¿qué le iba a decir a un papá policía que pensaba que las cosas se solucionaban a los tiros? ¡No!. Mi mamá se daba cuenta que tenía mis días en que se me brotaba toda la cara. Esas eran las veces que pasaba al frente y que volvía con toda la bronca a casa. Para peor la maldita Murillo ahora trabaja en un noticiero y la veo todas las mañanas. ¡Hasta sonríe ese mal bicho!.

-              Pero a ver, discúlpeme, ¿no?. Usted … entiendo que la detesta y me dice ahora que la mira todas las mañanas. ¿No puede mirar otro canal?. ¿Otro pronóstico?, Clava los dedos en su flequillo largo y se lo tira para atrás. Gustavo la mira y le encuentra algún parecido con la Murillo. Quizás le está encontrando algo parecido a todas las rubias, o a  todas las mujeres. Su enojo lo está confundiendo y no le puede responder. Sólo respira agitado sin mirarla ni a ella ni al Dios inca, ni a nada. Se queda en silencio.

-              Esta semana lo noto muy angustiado. No se olvide de tomar la medicación que le dio el psiquiatra. Siga con eso, eh. Y me gustaría que venga una vez más. ¿Este jueves le queda bien?

 

 

Gustavo promociona la solución para la rosácea por Villa Freud y se vuelve a su departamento de Caballito. Entra y arroja el maletín que cae en el sillón con la exactitud del movimiento repetido. Abre la ventana que da sobre la Avenida Gaona y mira al Cid Campeador. Le envidia ese brazo en alto de victoria mientras se dice  que mañana será otro día.

Llega la mitad de semana. Se empuja de la cama y camina hacia el comedor. Aprieta el botón del control remoto. Escucha el ruido del salto de sus dos tostadas. Las busca y las unta mirando a la Murillo que mueve la vara sobre el mapa en el noticiero del trece. Escucha Cielo despejado con brisas frescas. Viento del noroeste. Doce grados de máxima …  Se la queda mirando después de terminar su desayuno, Abre su agenda en el miércoles para revisar la lista de hoy, pasa al viernes y dibuja el rostro de la mujer que le ocupa casi toda la hoja tapando parte de la lista de ese día. Vuelve al miércoles y lee los apellidos de los médicos. Hoy va a andar cerca, por Almagro.

Entra al auto y mientras hace varios intentos para hacerlo arrancar, se da cuenta que olvidó tomar el antidepresivo. Es que en realidad el otro día le hubiese querido decir a su psicóloga que no quiere tomar más Prozac. Que le aparecen manchas rojas en la cara y le hacen acordar a sus días en el secundario.

 Pone primera y arranca su rutina. Llega a lo del Doctor Guzmán y la secretaria, después de manguearle alguna crema de su laboratorio le hace un lugar entre dos pacientes. Hoy no se puede quejar. Tiene muchas visitas en la misma cuadra y eso implica gastar menos en nafta y estacionamiento. Almuerza el pastel de papa en Vademecum, frente al Hospital Italiano, leyendo el diario, rodeado de mesas de dos, cuatro y seis médicos. Gustavo es uno de los pocos en el restaurante que no tiene guardapolvo puesto. Escucha sus conversaciones, sus operaciones. Los mira con envidia. Come el postre del menú del día y toma fuerzas para ocupar algunos huecos más en los consultorios que le quedan.

 

Ahora ya es jueves, suena el despertador y Gustavo lo apaga. No puede levantarse. No sabe si es la falta de Prozac o el odio que le está tomando a su rutina. Rueda para un lado y para el otro en la cama. Siente que se merece un poco más de fiaca. Se acuesta boca abajo apoyando la cabeza en sus manos.  Se le desliza una lágrima. Después de un rato se sienta y se pone las pantuflas. Va a la cocina y enciende el fuego. Prende la tele pero le anula el volumen. No le interesa saber cómo va a estar el clima. Sólo quiere mirar a esa rubia de mierda a la que le tira el repasador. Abre su agenda y garabatea toda la hoja del jueves. Da vueltas y vueltas con su bic hasta no dejar espacio en blanco. Va al viernes y mira el dibujo del rostro de Murillo. Arriba le escribe Hija de mil Putas.

Toma café sin tostadas mirando al Cid desde la ventana. Trata de imitar su pose. Se tira en el sillón y se queda dormido un rato. Le suena el celular. Es la licenciada Abud. Le pregunta si le pasó algo. Lo está esperando. Gustavo se olvidó pero la psicóloga le insiste que vaya, que lo espera en una hora, que le va a hacer un hueco. Gustavo escucha esa palabra y se brota. Se mira en el espejo del baño y ve las manchas rojas en su cara, que le dejan como un dibujo de mapa parecido al que la profesora marca con la vara en el noticiero. Se ducha y mientras lo hace nota que está un tanto mareado. Decide que el único hueco que va a ocupar hoy es el de la Licenciada Abud.

 

 

-              ¿Se olvidó de verdad o es que no quería venir hoy?, pregunta la licenciada, que empieza siempre con las rotaciones del pie que queda suspendido.

.Es que no estoy bien, le contesta.

-       ¿Qué es lo que le parece que no está bien?

-              Creo que usted tiene razón. Yo debería haber hecho algo con esa profesora de mierda, la Murillo.. ¡qué flor de hija de puta!, le dice Gustavo.

Traga y trata de volver a hablar pero no puede. La psicóloga le alcanza una carilina y Gustavo suelta las lágrimas.

-              Bueno, siempre se está a tiempo de hacer algo. Todavía no cumplió ni cuarenta, ¿no? Por qué no empezar a estu …. Gustavo la interrumpe. Se pone agresivo. Tiene la cara brotada y las lágrimas quedaron varadas en el medio del cachete, como si ahí se hubiesen frenado y secado.

-              Claro que puedo hacer algo … claro que sí, dice él. Yo no soy ningún boludo, ¿no? Por qué no voy a poder. … - Sigue monologando en un tono extraño. La mujer lo mira preocupada. Está acostado en ese diván con los ojos bien abiertos, llenos de ira.

-              Usted siempre puede Gustavo.

 

 

Llega el viernes y el despertador de Gustavo suena una hora antes. Se levanta rápido. Va al baño, busca en su caja de remedios unas anfetaminas que le dio  un compañero del último Congreso en Mar del Plata. Se acuerda del comentario de ese tal Giménez. .. Tomá, te dejan bien polenta para cuando necesitás estar a full. Se toma dos. Busca el guardapolvo que usó para Prácticas Cardiológicas en primer año de medicina, la pistola que le dejó su padre y el maletín. Le da una última mirada al Cid por la ventana y baja por el ascensor. Sube al auto y abre su agenda en el viernes. Arriba del dibujo escribe Puff bien grande, mientras espera el arranque. Decide que le toca el barrio de Constitución. Hoy no maneja despacio. Va por el carril de la izquierda en la Avenida Directorio que se hace San Juan. Dobla en Donato Álvarez, en Lima y después en Cochabamba. Estaciona en el primer lugar que encuentra y baja a las corridas. Entra en el canal de televisión mostrando el carnet de visitador médico con un movimiento rápido. – Me están esperando, es una emergencia cardiológica, dice Gustavo aprovechando que su guardapolvo tiene  bordada la palabara Cardiología. Le pide al hombre de seguridad que le indique dónde está la mujer rubia que da el pronóstico, - Murillo creo que se llama, me dieron un parte de emergencia-, le dice.

-       Sexto piso. Lo acompaño-

Gustavo respira agitado. Ese viaje en el ascensor es interminable. Las puertas se abren y él corre detrás del hombre de seguridad. Murillo está con la vara en la mano. Gustavo se le abalanza y le dispara dos veces. Saca de su bolsillo el boletín de quinto año y se lo tira encima del cuerpo.

viernes, 4 de julio de 2014

LA DOÑA


Zunilda ya extraña su tarde de domingo. Su paseo con Carmen por el Retiro y la Plaza de las Cibeles.  
Limpia las bandejas de plata. Elige hacer esa tarea cuando todos están afuera.  Se sienta en el comedor diario y prende la tele.  
Empieza La Doña. Suena la canción de la apertura. Zuni ya se emociona. No es Freddie Mercury el que canta. Es la versión en castellano de la paraguaya Myriam Veláquez, que le permite entender lo que dice. Se concentra y repite  “… Tanto amor te va a matar”. Lo hace  en el tono más agudo al que llega mientras pasa el trapo con fuerza. Mira la imagen de su rostro que le devuelve el brillo de la bandeja. El efecto la favorece. Se toca el pelo, se saca el broche y  sacude la cabeza.  
Mira el celular. Calcula que tiene tres cuartos de hora para poder disfrutar de su telenovela favorita, terminar de lustrar la plata y planchar las camisas del señor Manuel. En especial la camisa blanca que va a usar en su fiesta de cumpleaños. Después tendrá que pedirle a su amiga Carmen que le cuente los últimos quince minutos mientras viajan en el metro.  En ese mismo metro del cual la protagonista de la telenovela ahora sale a la calle.
Quizás tiene suerte y se atrasan en volver a la casa. Pero no se ilusiona. Se saca los guantes, se lava sus manos  y busca la tabla de planchar mientras su heroína viaja desde Madrid a Asunción para decirle la verdad a su hija. Para explicarle que ella es su madre. Zuni mira esa escena con ganas, Ya casi se olvidó como era su barrio. Hace mucho que no vuelve a Encarnación y ésto le trae recuerdos. Sus lugares ahora son el Barrio La Latina donde alquila una pieza y el  Salamanca donde trabaja. Extraña a su hija. Falta poco para que cumpla quince años y cada sueldo que cobra, Zuni se lo gira a su madre para los fondos de esa fiesta que tanto imagina. 
Ya armó la tabla. Enchufa la plancha y recuerda lo mucho que su patrona le critica el planchado de las prendas. Clava la mirada en la mala de la telenovela. Anahí trata de alejar a la protagonista de su hija por la que tanto sacrificio hizo trabajando como doméstica en Madrid. Zuni apoya la plancha con fuerza sobre el cuello de la camisa y suspira. Aprieta sus dientes. Su frente se brota con gotas de sudor.  Es agosto y el calor de la plancha sube su temperatura y su bronca. También recuerda que la señora le dijo que este año no pensara en hacer esos viajes repentinos a Paraguay. Termina la primer camisa y busca otra.
La actriz, Francisca, ahora es seducida por un hombre un tanto más joven. A Zuni se le aflojan los labios, deja la plancha parada y con su brazo derecho apoyado en el izquierdo, desliza su dedo anular por sus labios. Respira más tranquila, y los brotes de sudor se rompen y se deslizan por los costados de su cara. También extraña el coqueteo y se acuerda que Carmen le viene insistiendo para  ir a bailar al Gran Caimán. La verdad es que no quiere gastar y especula con que la inviten y le paguen la entrada. Está sola ahí, sin siquiera poder hablar por teléfono. No lo hace porque en el último sueldo le descontaron cincuenta Euros de llamadas internacionales.
Va buscando perchas y cuelga las camisas ya planchadas. Toma la blanca y la apoya en la tabla. Empieza como siempre por las mangas, mientras en la pantalla Anahí le habla a la hija de Francisca y la va poniendo en contra de su madre. Las mangas blancas cuelgan de la mesa y la plancha queda apoyada en la parte baja de la camisa. Zuni abre su boca bien grande, y de a poco su labio superior se va torciendo. Se acerca al aparato como queriendo intervenir en la escena y maldice con ganas:
- ¡Añara Cope guare, Anahí!. Vuelve a la tabla de planchar y se encuentra con la consecuencia de su distracción. Levanta rápido la plancha pero ya es tarde. Se quemó desde el último botón hacia abajo y en el medio de los dibujos de la tela de la tabla, un agujero.
Se acerca la hora. Zuni oculta la camisa blanca detrás de las otras dos perchas y se prepara para cuando llegue la señora Se saca sus ojotas y se calza las zapatillas. Vuelve a ponerse el broche en el pelo. Prepara su tarjeta de metro.
Escucha el ruido de las llaves. El señor Manuel y la señora Concepción entran y se acercan al comedor diario. Saludan a Zuni. Le dicen unas pocas palabras y se despiden.
            Zuni camina dos cuadras hasta encontrarse con su amiga, que llega unos minutos más tarde. Ella tiene la información que Zuni espera. El último tramo del capítulo. Camina con Carmen hacia la estación. Suben al metro y empieza el relato. Cuando Carmen termina, Zuni le cuenta lo que le pasó con la camisa. Lo hace en guaraní.
            Al día siguiente, Zuni toca el timbre y le abre la señora Concepción. Ve que su rostro está rígido y todavía no distingue si es por el enojo de la quemadura o por las inyecciones de botox que le aplica su amiga dermatóloga. La duda se le aclara pronto.
-              Zunilda, te lo he dicho en varias oportunidades. No te distraigas cuando planchas. Seguramente habrás estado mirando el televisor mientras lo hacías. La camisa era marca Hackett. Me ha costado una fortuna y tú la has quemado por mirar a esa Doña que tiene distraídas a todas las empleadas del Barrio ..
-              Disculpe señora … es que me llamaron de Paraguay .. un tema urgente.
-              Bueno, pues si es un llamado, debes apagar la plancha mientras hablas… Empieza a trabajar. Hoy necesito que limpies la sala principal y que hiervas unas patatas para hacer un puré. Al mediodía almorzaremos aquí con Manuel.
. Sí señora, dice Zunilda, mientras camina rápido para empezar su trabajo. … Como si ella nunca se distrajera … piensa por dentro. Se la pasa encontrándole todo lo que pierde la señora y ahora le reprocha esta distracción. Hubiese querido tener el valor de discutirle. De decirle que la quemadura estaba tan abajo que le iba a quedar tapada por el pantalón, que no era tan grave, que está cansada que la trate mal. Pero la reacción rápida no es lo suyo.
Se pone sus ojotas y se lleva el plumero, los trapos y los productos de limpieza a la sala.  Limpia con esmero, no por cumplir sino por utilizar la fuerza que le permite desagotar su ira. Friega todo lo que puede. Los portarretratos de plata y los cristales de las copas dentro del mueble brillan. Se quita los guantes, se lava las manos y empieza a pelar las papas. Mientras lo hace advierte que la señora dejó el set de su amiga dermatóloga en la mesada de la cocina.
-        Distraída yo … , dice bajito Zuni.
 Abre la caja del set y ve unas inyecciones y unos frascos etiquetados ..”toxina botulínica – no ingerir – en caso de hacerlo llamar a emergencias ..” 
Las papas hirvieron y Zuni empieza a preparar el puré. Odia trabajar en esta casa, odia a Anahí, odia Madrid, en especial el Barrio de Salamanca y mucho más a la señora Concepción y a su marido Manuel que se creen tan superiores y perfectos.
Mira de nuevo el frasco de toxina botulínica y pisa las papas más despacio. Abre el frasco y con los dientes bien apretados lo vuelca en el puré. Vierte un poco de leche y sigue mezclando. Cierra el frasco y lo vuelve a poner en su caja. Prepara el cerdo como sabe que lo comen sus patrones.
Llega la hora y Zuni sirve el almuerzo. Le dice a la señora que surgió un imprevisto, que la llamaron de Paraguay. Que tiene que viajar urgente. Que algo pasó con su hija. Que tiene que irse.
-       En cuanto pueda le aviso cuando vuelvo, señora

-              Que no sean muchos días Zunilda. Sólo porque ha tenido un problema tu hija. Espero tu llamado.             

sábado, 21 de junio de 2014

Consejo


Querido amigo:
Quitarse la cabeza no es complicado. Yo le transmito mi experiencia, como usted me pide, pero no se olvide de ir a ver a Mauro porque él le sabe explicar mejor que yo. Las instrucciones que él me dio en su momento son éstas:

1. Coloque sus pulgares a cada lado de la cabeza, justo detrás del lóbulo de la oreja. Para saber si ubicó los dedos en la posición correcta verifique que la falange distal del pulgar se encuentre presionando la base del cráneo.
2. Junte las yemas de los dedos índice por detrás de su nuca y apóyelas a la altura de la última vértebra cervical.
3. Ahora coloque el resto de los dedos sobre el cuero cabelludo. Trate de que el dedo meñique presione la parte superior del occipital. No permita que los dedos se choquen. Las yemas de los dedos deben apoyarse sobre el cuero cabelludo a un intervalo de distancia por cada recuerdo. No lo olvide: recuerdos infantiles a mano izquierda; demás recuerdos, a mano derecha.
4. Ahora, apoyándose en los pulgares, tire suavemente para arriba. Sentirá un alivio inmediato.

Yo tomé la decisión hace dos años y medio y me hizo mucho bien. Si usted sigue las instrucciones, no corre riesgos. Entiendo su situación, tan parecida a la mía cuando me decidí, aunque hay que decir, en su caso, que su esposa no dejó entrar tanta nieve ni se le apareció con los tres gatos del vecino.
En cuanto a mí, Gloria dejó la puerta tan abierta que mamá quedó completamente congelada; el escritorio, todo blanco; una montaña de nieve con su cúspide metida en mi guardarropas y la única ladera visible terminando de caer bajo la cama. Eso es algo que difícilmente se tolere. Yo volvía en bicicleta del trabajo y no tuve que acercarme a la casa para darme cuenta de que era nuestro turno. La nube se veía a mil metros de distancia. Era la nube de siempre, gorda, con forma de perro hambriento, casi palpable. Colgaba de un cielo absurdamente limpio, como si alguien hubiera estado pintando un telón de fondo para que ella pudiera instalarse sobre la casa y jugar a su arbitrio con lo nuestro. En un momento, tuve que bajarme de la bicicleta porque ya no había sendero: pura nieve acumulada alrededor de la casa. Enseguida empecé a notar el frío que me subía por las piernas.
A poco de andar, mis pies se hundían en ese lodo blanco y no había fuerza capaz de alzarlos nuevamente. Tuve que ponerme en cuatro patas y gatear con cuidado. Cuando llega esa nube, amigo, uno entiende la lejanía. Llegué a casa arrastrándome como una alimaña prehistórica. Encontré a mamá acostada sobre la cama, los tres gatos enroscados a sus pies. Todos muertos. Ahora la nube le tocó a usted. Yo lo entiendo tanto. Mire, la vida descabezada es una gran cosa. Téngalo presente y vea si se atreve.

domingo, 1 de junio de 2014

ESO

Suena el timbre. Es Sandra que me espera en el auto.
Me acomodo la peluca, busco el cepillo nuevo y lo paso despacio. Miro en el espejo unas ojeras nuevas. No me acostumbro a mi nueva apariencia. Lo único bueno es que le dije adiós a mi piel grasa.
Me pongo el saco y guardo la credencial en el bolsillo. Llevo mis últimos estudios en una bolsa. Salgo y me subo al auto de Sandra.
-                     Buenas. ¿Cómo va eso?.
-                     Todo bien- le digo, evitando hablar de “eso”.
Es que eso es mi enfermedad. La estoy batallando hace nueve meses. Y digo batallando porque recuerdo la explicación que mi abuelo daba acerca de la diferencia entre una batalla y una guerra. Él decía “podés ganar alguna que otra batalla pero eso no quiere decir que ganes la guerra, la guerra la gana el verdadero poder”.
Lo que no tengo claro es quién es el poder, o si tengo un enemigo a quien ganarle.
Sandra enciende la radio bajita. Me mira de reojo para buscar aprobación. Todos me miran de reojo, no sólo Sandra. Yo miro para otro lado y bajo un poco la ventanilla.
_ ¿Tenés calor?, me pregunta.
-                     No no, sólo un poco de aire.-, digo con el saco puesto. No quiero que también mire de reojo las huellas de pinchazos en el brazo izquierdo, así que prefiero bajar la ventanilla.
-                     Si no te gusta esta radio, cambiala, eh.
-                     Está bien Sandy, me dan todas lo mismo-, le contesto
En realidad no escucho. Cuando pongo música lo hago para hacer ruido de fondo. Al único que todavía escucho es a Bob Marley. Parece que encontré en el reggae cierta sintonía. Mis hijos no protestan cuando suena, no sé si es porque se van a sus cuartos y desde allá no se escucha o porque ya nadie se queja por lo que hago o dejo de hacer.
Sandra maneja distinto, con más cuidado, como cuando uno lleva a un bebé.
-                     Me contó la esposa de un amigo de Edu que hay un foro muy bueno para mujeres con cáncer de ovario. ¿Vos probaste meterte en alguno?.
-                     ¿Foro?. No. La verdad es que no quiero hablar con gente desconocida.
-                     ¿Estás mirando mucha tele? ¿Te enganchaste con alguna serie?
-                     No. Miro todo tipo de documentales. Me gustan los turísticos. Y también los programas de cocina.
Lo que no le digo a Sandra es que las películas y las series me angustian. Se lo dije a mi psicóloga y ella me preguntó si me estaba costando la realidad. En esa pregunta terminó la sesión de ese día.
-                     ¿Seguís yendo a terapia?
-                     No, el otro día me preguntó algo que no tuve ganas de contestarle y le dije que quería dejar. No estoy yendo.
-                     La verdad es que estaría bueno que fueras. ¿y ese método Crescenti?
-                     Hoy empiezo una droga nueva, mucho más fuerte .. no sé Sandy. Trato de confiar en mi oncólogo.  Ahora no quiero pensar en otra cosa más.
Tampoco le digo a Sandra lo mucho que me molesta que todos me sugieran tratamientos.
-                     Va a salir todo bien. Mientras esperás tu lugar en la sala yo te compro el heladito.
El helado me evita las llagas que provocan esas malditas drogas en mi boca. Venenos que no sé cuánto tiempo voy a aguantar.
Vamos al estacionamiento de siempre. Sólo que ahora no llego con mi auto, ni con mi pelo. El dueño del garaje me reconoce. Se esfuerza en su amabilidad conmigo. Me abre la puerta. Me ayuda a bajar. Me doy cuenta que me ve cada vez más flaca y demacrada. Lo sé porque desde que estoy enferma la expresión en las caras de la gente son como un espejo. Digan lo que digan, ya antes de hacerlo recibí el mensaje. Será por eso que no quiero escuchar. Creo que los demás tampoco quieren escucharme a mí. Ayer le dije a mi hija mayor que mirase como cocinaba porque si no esa receta que se venía repitiendo en la familia, se iba a perder. Ella se enojó y se fue a su cuarto. – ¡No digas eso, ma! Me voy a repasar para el parcial del viernes-  Pienso todo eso mientras camino hacia el hospital con Sandra. Ella camina más despacio que lo normal.  Yo me distraigo y una persona casi me lleva por delante. Me tambaleo un poco y me asusto pero Sandra mucho más.
-                     ¡ Pero usted no se da cuenta … tenga cuidado!, le grita Sandra
A mí lo único que me preocupa es que no me saquen la peluca de un manotazo.

Entramos al hospital, tomamos el ascensor y llegamos al segundo piso. Caminamos por ese pasillo que cada día odio más. Está terminando el turno anterior. Van saliendo algunos. Me recibe la enfermera, Nancy.
-                     ¿Cómo estás princesa? Hoy empezás el nuevo tratamiento. Tenés que firmar unos papeles antes. Por lo de la droga ¿te acordás, amor?
Nancy se convirtió en un personaje esencial. Confío en su habilidad para encontrar mis venas. Al principio me molestaba su estilo, pero ya me acostumbré a que me llame “princesa” y que me diga “amor”. Es a la única que se lo dejo pasar.  Firmo el consentimiento para la nueva droga y paso al sillón.
Entra Ricardo. A él no le gusta que le hablen. Lo saludo apenas con la cabeza. Llega Mabel y me da beso y abrazo.
-¿Cómo estás hermosa? Hace mucho que no te veía.
Todos se piropean de más. Es parte del lenguaje cáncer.
-                     Bien, le digo. Empiezo con una nueva droga hoy. ¿Vos?
-                     Espectacular,  me contesta. Estuve en Rosario con el Padre Ignacio. Me dio muchas fuerzas.
-                     Yo estuve hace dos años. Sí, es impactante.
-                     Cuando termine con estas sesiones voy a ir a ver la virgen de Salta, dice Mabel.
A mi creer en milagros me confunde. Trato de no mirarla para que no siga con el tema.
-                     ¡Trajiste compañía nueva veo!
-                     Si, mi amiga Sandra. Ya cansé a toda la familia.
Me acomodo y veo el sillón de enfrente vacío. Me corre un frio por el cuerpo.
Mabel me mira y me dice - ¿No te enteraste? –
Patricia era una mujer hermosa. Y que quede claro que no es fácil ser hermosa en estas instancias. Ella lo era. Me gustaba tenerla enfrente en mis sesiones. La noticia me impacta mal. Muy mal.
-                     Voy a comprarte el helado y te traigo alguna revista, dce Sandra.
-                      Primero hacete un café en esas máquinas que hay en el fondo del pasillo. Salen ricos. Eso me dicen en casa. Y cuando volvés traes el helado.
Llega Nancy con todos los implementos.  – A ver si nos relajamos que hoy voy a encontrar una linda vena...-
A veces pienso que habla sola y dice estas cosas para convencerse de seguir en este trabajo. Admiro que quiera hacerlo. Pero no la entiendo. Además las venas no son lindas. Y menos las mías que están cada vez peor. Trato de pensar en otra cosa, pero mientras Nancy hace su trabajo mi cuerpo empieza a arder desde esa linda vena que Nancy encontró. El calor pasa por todo mi cuerpo que parece querer estallar. Se me cae una lágrima y la miro fijo a Nancy.
-                     No, Nancy, No quiero. No quiero más. Me quiero ir.
-                     ¿Qué dice mi mejor paciente?.
-                     Te estoy hablando en serio Nancy. Sacame todo ésto. Quiero que llames al Dr. Kroner. Traeme el consentimiento. Me voy.
Ricardo levanta la vista por primera vez. Mabel me mira asustada.
 Sandra llega con su el torpedo de frutilla.