domingo, 10 de noviembre de 2013

LABIOS FRUNCIDOS

Sábado a la tarde. Mis padres se preparaban para su salida.
Mamá juntaba la ropa y cepillos de dientes para llevar a mi hermana y a mí a dormir a la casa de los abuelos.
 Yo me despedía de mi jardín y de mi patio. Me esperaba un departamento de tres ambientes en donde la diversión giraba en torno a la cocina.
La abuela Beba era una experta cocinera. Le decía a mi mamá que le encantaba enseñarnos a amasar, pero era tanto lo que nos indicaba que teníamos que hacer y cómo lo teníamos que hacer, que terminábamos mirándola cocinar a ella.-
Mi hermana prefería aprender a coser y a tejer. Esta vez se llevaba un tapiz que había recibido para el día del niño.
Yo iba ilusionada con poder revolver la masa de los panqueques y quizás poder romper el huevo que la masa llevaba.
Durante la semana habíamos comprado las famosas plantillas plásticas para corregir mis sobrehuesos en los pies. Mientras terminaba de cambiarme mi mamá colocaba las plantillas adentro de mis zapatos. Me calcé todo ese implemento, desconfiando que un simple plástico pudiese contener el hueso  que salía de la parte interna de mis pies.
Para mí, las plantillas eran un castigo a mi sello distintivo.
Protesté. Era bastante más incómodo caminar con ellas, pero finalmente salí con las plantillas puestas. Total, incómoda también iba a ser la estadía en lo de mis abuelos.
Llegamos a la planta baja del departamento y ahí estaba mi abuelo Pepe, un hombre ya retirado de su empleo en un banco, muy prolijo y servicial. Hablaba poco y hacía todo lo que mi abuela le ordenaba. Seguramente le habría indicado que nos esperara abajo y así lo había hecho.
Su fuerte eran los juegos de mesa aunque no ofrecía mucha variedad. A mí me había enseñado a jugar al truco y gracias a eso tenía algo en común con mis compañeros varones de quinto grado del colegio.
Pepe tomó los bolsos y nos despedimos de mi mamá.
Ni bien entramos al departamento yo corrí hacia la cocina y mi hermana se sentó en el sillón “reina Ana” para adelantar su tapiz.
La cocina era el único ambiente en el que el aroma no me sofocaba. Los cuartos olían a naftalina y el comedor principal tenía un perfume que yo describía “de mueble viejo”. Mi hermana siempre me pedía que le describiera cómo era el olor a mueble viejo y yo no tenía palabras para hacerlo; solamente podía decirle que era el olor del comedor principal de los abuelos.
La cocina, más que una cocina parecía un quirófano por lo limpia y por el orden de los implementos. En la mesada alta estaba desplegada la masa estirada con la mayoría de los ñoquis ya formados, faltando unos diez que eran los que Beba dejaba para que mi hermana y yo deslizáramos por la maderita con rayas y así contarle a mi mamá que nosotros habíamos cocinados los ñoquis.
Para eso tuve que lavarme las manos y atar mi pelo. Mi hermana interrumpió su bordado. Y con la mirada de Beba detrás de nuestra espalda fuimos haciendo los últimos ñoquis con los pedacitos de masa que mi abuela había dejado para que bajáramos por la maderita rayada.
En el comedor principal nos esperaba la mesa inglesa con sus patas anchas. Pepe ya había puesto los cuatro platos y había dejado un espacio para el partido de truco previo.
            Mientras Beba retiraba los restos de masa de ñoquis dejaba todo listo para hacer la masa de panqueques: el huevo, la harina y la leche. Me apuré a romper el huevo antes que me explicara cómo hacerlo. Beba fruncía sus labios y miraba el recipiente buscando algún pedazo de cáscara de huevo que se me hubiera podido caer. Lo mío no era el quirófano, a mí me gustaba el enchastre y la diversión en la cocina.
            De alguna manera me gustaba desafiar la expresión de mi abuela y ver cómo contenía su crítica en el frunce de sus labios. Terminé de revolver la masa con unas cuantas interrupciones correctivas de Beba, Y ni bien terminé, sabiendo que ella iba a dedicarse a limpiar la mesada como si nadie hubiese estado ahí, corrí al rincón del truco.
            Ella no veía con buenos ojos las enseñanzas de los juegos de cartas. Su especialidad, además de la cocina, eran las diez preguntas de Felicitado que el Diario La Nación traía  los domingos. Beba siempre acertaba las diez respuestas. Había sido maestra y parecía saberlo todo.
            En su casa teníamos cuadernos para ejercitar lo aprendido en el colegio en la semana. Intentaba convencernos de hacer algún que otro ejercicio en lugar de jugar a las cartas con Pepe. Mi hermana la complacía mostrándole la última operación aritmética aprendida pero yo me mantenía concentrada en mis tres cartas españolas y así eludía la ejercitación en el cuaderno.
            Comimos los ñoquis en la mesa del comedor principal. Y de postre Pepe fue trayendo los panqueques que Beba iba cocinando. Siempre nos hacía uno más que la cantidad que le pidiéramos. Por eso, yo le pedía dos, sabiendo que me serviría tres. Los hacía bien finitos, y a diferencia de los que yo comía con la mano en la casa de mi amiga Mariana, acá los comíamos con cubiertos.
            Después de semejante comilona, nos íbamos a dormir previo cepillado de dientes.
            El cuarto era muy chico y nuestras camas estaban pegadas al placard donde Beba guardaba infinidad de abrigos conservados con naftalina. Eso era lo que más odiaba: el cuarto. Me costaba horrores dormir con ese olor. Cuando nos apagaban la luz me entretenía horas imaginando formas en todo lo que veía en la oscuridad de ese ambiente. En especial me quedaba largo rato mirando la máquina de coser en un rincón que por momentos se transformaba en un animal y por otros en un ser humano sentado.
A la mañana nos despertaba el olor a manteca caliente. Beba preparaba panqueques con el resto de la masa que había quedado de la noche.
Cuando nos levantamos  ya estaban nuestros platos servidos. Y ni bien los terminamos nos tocaba responder las 10 preguntas del Diario La Nación.
-“El 28 de junio de 1919, se firmó en Francia un tratado de paz que oficialmente puso fin a la Primera Guerra Mundial ….” ¿la saben? Ver …. salles.
- A ver la segunda, “En el océano Pacífico se desarrolla un fenómeno oceánico y atmosférico que comienza generalmente alrededor de Navidad…” ¿qué es? La corriente de El … Niño.
La única que terminó respondiendo las preguntas, como siempre, fue mi abuela. Pepe asentía con su cabeza después de cada respuesta como alumno respetuoso en primer banco. Sin contentarse con esa tarea Beba nos pidió que escribiéramos en nuestros cuadernos qué queríamos ser en nuestro futuro.
De reojo vi que mi hermana escribió -Yo quiero ser una importante médica-
Me detuve un largo rato con mi lapicera en la mano hasta que se me ocurrió una idea para obtener esa expresión en la cara de mi abuela que tanto me divertía, y escribí Yo quiero ser vedette.
Las dos le dimos los cuadernos a Beba y después de un rato sonó el timbre. Mientras terminábamos de guardar nuestras cosas en los bolsos vi que Beba abría los cuadernos. Los labios se fruncían más que nunca al leer mi cuaderno y yo contenía mi risa. Mi abuelo bajó a abrirle a mi mamá que subió a buscarnos al departamento.
Después de una breve charla entre mis abuelos y mi mamá nos subimos al ascensor
-          Y, ¿cómo estaban los abuelos?, preguntó papá.

-          Creo que a mamá la vamos a tener que llevar nuevamente al cardiólogo. Estaba muy colorada y parecía nerviosa. No la vi bien. Ah, me dio los cuadernos. Dijo que las nenas escribieron algo .. que los leyéramos.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Umbral

Entré a lo de Fernanda resignada. Era la décima psicóloga que consultaba en menos de un año. Mi vida se había desbandando totalmente en los últimos 12 meses. Había paseado por todos los tipos de consultorios: con diván, con almohadones, con cuadros de Klimt, con cuadros de Van Gogh o de Dalí, con luz tenue, con paredes color pastel, con música de Enya en la sala de espera, con olor a sahumerio impregnado en los sofás. Había ya probado con hombres y mujeres, jóvenes y viejos, ultra psicoanalistas y cognitivos empecinados en devolverme el control sobre mi vida. Había experimentado con distintos medicamentos y hasta me había sometido a la histórica hipnosis sin conseguir ningún cambio. O al menos, ninguno que fuera positivo.
Desde chica tenía el hábito de hablar mientras dormía. No solo eso sino que había veces que caminaba en la casa, recorría las habitaciones, me sentaba en el living y despertaba al otro día durmiendo en el sillón o en el medio de la mesa del comedor familiar. Mi mamá había consultado varias veces pero siempre la tranquilizaban y le decían que no era nada malo, que era común hablar y caminar estando dormido. Ella insistió con distintos médicos y especialistas pero al tiempo decidió que lo mejor era no hacerle caso a su instinto y resignarse a creer lo que le decía el resto, pensando que tal vez con la ayuda de la maduración de por medio las cosas iban a mejorar.