jueves, 26 de septiembre de 2013

MUCHO RUIDO



El peor viernes en muchos años. La noticia había que digerirla. Me echaron. Necesidad de reducir personal por parte de la empresa. La solución: despedir a unos cuantos empleados. Y ahí estaba yo, con el problema en mis manos.

                Esa noche no quise dar la noticia en casa. Cenamos los cuatro la pizza de los viernes, un rato de televisión y a dormir.

                No lo compartí más que con la almohada. Me desperté temprano el  sábado con dolores en todo el cuerpo y me fui a leer el diario a la plaza solo.

                Ni bien encontré un banco libre, me senté, abrí  el diario y no pude leer ni un solo título.

                Me refregué los ojos. Me tapé la cara como queriendo negar lo que había pasado, deseando que todo se detuviera y que el lunes todo empezara igual.

                Mi enojo encontraba una interpretación en el griterío de las cotorras que sincronizaban sus quejidos superponiéndolos unos con otros. Jamás llegaban a la melodía y tampoco me dejaban percibir con precisión el canto de algún que otro pájaro que cada tanto pretendía hacer un solo.

                Esa confusión de ruidos se parecía mucho al enredo de mis pensamientos

                De repente escuché tres ladridos de un perro que quería callar a esas cotorras desordenadas y que me hizo acordar que debía salir de esa confusión y que alguna idea iba a tener que empezar a procesar.

                No tenía ni ganas de abrir los ojos. Ni una mínima intención de reaccionar.

                El  rugido de un colectivo pareció llevarse un poco del aire puro que me rodeaba y en pocos segundos sonó una especie de estornudo agudo con el que seguramente frenaba. Todo empezaba a moverse y a hacer ruido.

                Casi encima de mis pies sentí rueditas que se deslizaban sobre el cemento del camino central de la plaza como una etiqueta que se pega y despega del piso. Luego, el balbuceo de un bebé. Probablemente un cochecito que no quise ver. No tenía ánimo para sonreírle a la infancia.

Un metal golpeando contra un cuerpo que me hizo imaginar algún manojo de llaves de alguien con un camino certero.

                Las cotorras ya no estaban solas y eran la música de fondo de una orquesta que trataba de encontrar sus tiempos. Yo tampoco encontraba mi ritmo y mis ideas seguían desordenadas. En  mi mente, recuerdos aislados de una rutina que jamás se repetiría.

Interrumpía en mis pensamientos la fricción de algo contra el piso, como dos pies arrastrándose y frotando el cemento y la voz poco clara de un adulto que parecía haberse modificado después de una larga noche de alcohol y soledad. Escuchar eso me trajo resignación.

                Tres golpes de puertas de auto me avisaban que otras personas iban a compartir el espacio. Charlas inentendibles escuchadas en las pausas de las “eses” con algún énfasis de enojo me recordaban que no era yo el único con problemas esa mañana.

Un ruido tembloroso de alguna moto vieja y  el aleteo de un motor gasolero que casi parecía un helicóptero me generaban la sensación de que aunque lento, debía empezar a arrancar nuevamente con algo.

                Los pasos de alguien aplomado me marcaron un ritmo distinto.

                Enseguida atrás, el ruido de una bicicleta, con su clac clac del pedaleo, y el gemido del asiento de su conductor inquieto. Quizás mi problema era tan sencillo de resolver como la mecánica de esa bicicleta.

La respiración exhausta en el soplido rítmico del jadeo de un perro, interrumpía mi deseo de equilibrio y me volvía a la tensión.

                Puntas de zapatos golpearon contra el piso en ritmo marcado como queriendo empezar a bailar un tango. Con la intención de imponer un ritmo distinto, una trompeta en dos tiempos, aunque con sentido más realista, debo reconocer que tendría que ser un conductor queriendo imponer su voluntad a otro con dos golpes en una bocina.

Otro baile: golpes más livianos y un ritmo de tres tiempos que indicaba el salticado de una nena alegre.

                Los minutos pasaban, y los ruidos se me hacían menos claros, menos individuales, no tan identificables y más partes de un todo, de una diversidad a la que me debía adaptar.

                Cada vez más pasos con distintos pesos, con distintos ritmos, frases sueltas, ruedas y más ruedas, llanto de bebe, voz de anciana sobre silla de ruedas, ladridos, bocinas, motores suaves, temblorosos, algunos que parecían roncar, portazos, chillidos de frenados, risas, silbido de pájaro, y siempre de fondo, el parloteo de las cotorras. Una orquesta en el momento de juntar todos  los instrumentos.

                En ese todo, debía ya pensar cómo encajar, cómo caminar, cómo cantar, cómo bailar, … Abrí los ojos y tomé la sección Clasificados. Ya era tiempo de reaccionar.

BLUES DE LA LIBERTAD



Mi madre me lo había adelantado. En semana santa el programa iba a ser familiar. Iríamos los cuatro a Mar del Plata.

No era lo que había planeado y como para buscar consuelo con mis amigas, escribí en mi Facebook:  Esta semana santa, plan familiar en Mar del Plata.-

Ni bien terminé de cliquear “publicar” escuché  el ruidito de aviso de mensaje en el chat. Era el  Chino, mi novio de la secundaria que se había mudado a la ciudad feliz antes de terminar cuarto año en el colegio.  

-       ¿Venís a Mar del Plata? Te paso mi celu. ¡ Nos tenemos que ver!

Como si me hubieran tirado una bomba.  No era la primera vez que no medía las consecuencias de escribir en el muro de mi Facebook.  Quería y no quería verlo.

De repente, por detrás, la voz de mi hermano mayor.

-       ¿Por casualidad eso que veo es ese enfermo drogón que está tratando de levantarte? ¡Ni se te ocurra hacer boludeces ahora que vamos para la costa, eh! ¡No hay mejor cosa que hayas hecho que dejar a ese falopero!

-       ¡No te metas en mi vida!. Estoy chateando solamente. Hace mil que no veo al Chino.

-       Mmm, ésto no me gusta nada y mejor que papá y mamá no se enteren ¿No entendés que ese idiota está en la pesada?

-       ¿Qué pesada? ¡Qué sabés vos! ¡Como si las chicas con las que vos salís fueran tan santitas! -

-       Hacé lo que quieras. Después no te quiero ver llorar -

Miércoles después del mediodía,  con el armado del equipaje. Por un lado, el malhumor  usual de mi padre acomodando bolsos en el auto.  Por el otro, la obsesión de  mi madre de dejar la casa como para que le sacaran una foto en una revista de decoración. Jamás entendí ninguna de las dos actitudes. Yo me escapé de las dos escenas, busqué el cargador de mi celular, dejé mi bolso para que mi padre lo entrara al baúl –yo no estaba calificada para semejante difícil tarea- Me interné en mi  IPod y en mi música.  Mi hermano se apuró a sentarse de su lado preferido. Detrás del asiento de mamá, para poder estirar mejor sus piernas.

Subimos todos al auto, mientras mis padres hacían una especie de revisada de todas sus responsabilidades cual piloto y copiloto despegando en un Boeing 737.

-          ¿Cerraste  la llave de gas?

-          Sí, ¿vos pusiste dos llaves en la puerta trasera?

-          Si.

Y así seguían con un montón de detalles caseros. Recién en la autopista La Plata, dejaban de controlarse uno al otro con lo que habían hecho o dejado de hacer, con los documentos que habían guardado o dejado en casa. ¡Cómo me hubiese gustado quedarme en las cuatro paredes de mi cuarto, mechando con alguna salidita con amigas! Aunque no puedo negar que el posible encuentro con el Chino me generaba cierto cosquilleo. Hacía cuatro años que no lo veía, sólo miraba las fotos que cada tanto subía al Facebook.

Con el Chino lo que más compartíamos era nuestro gusto por la música. A mi hermano, lo que más le preocupaba era su olor a marihuana. Por los comentarios de mi mamá, algo le había dicho mi hermano.

- Ni se te ocurra verlo al Chino. Tené cuidado con ese chico, Dani. Te va a meter en problemas. No tiene la misma vida que vos. Vive en la calle. –

A mí me atraía mucho esa otra mirada del Chino.  Si, andaba en la calle como decía mi mamá y tenía una vida mucho más interesante que la mía. Sus padres eran divorciados y no le estaban tan encima como los míos. Nos divertíamos mucho discutiendo la poesía de Sumo y de Los Redondos. El Blues de la Libertad le salía espectacular, aunque me encantaba cuando me convencía para salir y para eso me cantaba esa parte de Mariposa Pontiac .. “Ven a mi casa suburbana, me obsesiona tu prisión.” Los dos considerábamos acertadísimas la frase  “El lujo es vulgaridad” ¡Un maestro el Indio!, decíamos juntos.

También nos encantaba discutir las distintas interpretaciones de esa poesía difícil Creo que nunca terminamos de interpretar “Va a ser un día hermoso” . “Sé de alguien que enturbia sus sentidos para tener lugar en la balanza de las brutales risotadas hemorragias de la pavada celestial de la avalancha… “

El Chino escapaba al estereotipo de chico de mi edad. Y eso le sumaba un atractivo extra.

 La ruta estaba cargada aunque no tanto como lo estaría unas horas más tarde. Eso era lo que siempre decía mi papá que se jactaba de su previsión.

A la altura de Chascomús, lo de siempre: una barrera entre la parte delantera y la parte trasera del auto. Mis padres comenzaban la usual discusión acerca de cómo lidiar con la vejez de mis abuelos. Atrás, mi hermano con su envidiable capacidad para desplomar su cuerpo y dormirse y yo, escuchando mi música y mensajeándome con mis amigas, para cada tanto cerrar mis ojos  y hacer siestas interrumpidas por las subidas de tono de mis padres.

Por suerte, me dormí casi toda la última parte del viaje.

Llegamos al Hotel Las Rocas cerca de las siete de la tarde. La habitación era cómoda y la vista espectacular.  La ciudad estaba repleta de gente.

Abrí el Facebook en mi celular y ahí el mensaje del  Chino.: “Avisame dónde estás y te paso a buscar con mi moto.  Quiero verte”

Mi hermano me miraba mientras desarmaba su bolso. Yo me mantenía lejos para que no viera el mensaje. Le pasé los datos al Chino. Yo también quería verlo. Había visto una foto que había subido al Facebook cuando se había hecho un tatuaje en el cuello. Se había tatuado un caballo alado. Me intrigaba qué era de su vida ahora.

Finalmente quedamos en que pasaría el viernes a las tres de la tarde, hora en que mi madre estaría llevando a la familia a la Parroquia San Antonio, para la celebración de la Pasión de Cristo. Yo tenía planeada una excusa como un gran dolor de cabeza o de estómago.

Deseaba que ningún otro tuviera mi misma idea ya que la celebración del viernes santo, solía provocar en todos -salvo en mi madre-, algún malestar.

Ese día cenamos en el hotel. El jueves amaneció muy soleado así que aprovechamos el día en la playa y comimos riguroso pescado frente al Puerto, en Los Vascos. Para lograr una mesa de cuatro tuvimos que esperar veinte minutos. Demasiado para el espíritu previsor de mi padre.

-          Se los dije, tendríamos que haber venido antes.

Por la tarde paseamos por la calle Güemes, sorteando gente y tratando de convivir con las paradas de mi mamá frente a las vidrieras de sweaters.

-       Mirá ese saco. ¡Está divino!. Aguantame que quiero ver  cómo está hecho. Tiene que ser una pavada tejerlo.

 Me describía cómo lo iba a copiar, sin entender que yo jamás le prestaría atención.

A la noche volvimos a evitar el pecado por indicación de mi madre y comimos pescado. Esta vez en La Marina, a donde llegamos a las ocho y cuarto para no tener que esperar.

Llegó el viernes y ya mi ansiedad era mucha. Mi mamá había comprado unas empanadas de atún para el mediodía, no fuera cosa que alguno del resto se le ocurriera cortar con la abstinencia de la semana santa.

Hicimos un picnic en la playa y nos volvimos a la habitación para prepararnos para la liturgia del viernes santo. Yo ya venía estudiando el libreto.

-       No cuentes conmigo para ir a la Parroquia ma, y si tenés dame algo para el estómago que alguno de los pescados que comimos  me cayó para el diablo-

-       Uy, qué lástima! Bueno, ahora te dejo una buscapina. Me llevo el celular por si necesitás algo aunque tené paciencia porque lo voy a dejar en modo vibrador. ¡Te imaginarás que sería un papelón que me sonara el teléfono en el medio de la pasión de Cristo!

-       ¡Si mamá! ¡Obvio! ¡Quedate tranquila! Seguramente me voy a quedar dormida.

-       Mi hermano miraba de reojo, conociendo mis manejos y se tocó el ojo derecho con su dedo índice como advirtiéndome que tuviera cuidado con lo que hacía.-

Por suerte se fueron los tres. Me volví al cuarto y me preparé para encontrarme con el Chino.

A las tres lo estaba esperando en la puerta del hotel. Tres y cuarto y no aparecía. Me senté en el escalón de entrada, mirando mi reloj y cada tanto mi celular. Ninguna noticia, ningún mensaje. Tres y media. Cuatro menos cuarto, las cuatro. El Chino nunca apareció.

Como una maldición por haberle mentido a la santa de mi madre, empecé a tener un importante dolor de estómago.

Me volví al cuarto y me quedé dormida un rato largo.

A eso de las 6 y media todos estaban de vuelta.

Llegaron cansados, en especial mi padre y mi hermano que hacían el sacrificio de acompañar a mi mamá como un verdadero acto de amor.

-       Yo ni pude entrar. ¡Eso era un mundo de gente!. Ni loco pensaba seguir el recorrido de las estaciones. Me mareo – dijo mi hermano

-       Hermoso, como siempre- dijo mi mamá.

Cenamos en el hotel y yo no paraba de mirar mi celular para ver si el Chino justificaba no haber venido a buscarme.

Me fijé si había subido algo al Facebook y tampoco. Ninguna novedad.

Nos fuimos a dormir temprano. El sábado amaneció nublado. A mis padres se les ocurrió hacer día de visita a la casa de los González, un matrimonio amigo de ellos que se había ido a vivir a Mar del Plata hacía veinticinco años y que ellos extrañaban. Pasamos el día en esa casa, lo que incluía tener que socializar con sus tres hijos de 23, 20 y 18. Los veíamos muy cada tanto así que las conversaciones no eran muy fluidas y lo suficientemente aburridas como para cada tanto chatear  a través de mi celular. Yo le había contado mi intento de encontrarme con el Chino a mi amiga Florencia, y no paraba de hacer sonar mi celular con los chats que me escribía acerca de este asunto.

A mi hermano no se le ocurrió mejor idea que preguntarle al de 20 –Nico- si conocía al Chino. Saqué la vista de mi teléfono y vi su gesto de desaprobación. Dijo conocerlo pero que era de un grupito bastante particular, levantando las cejas como para no tener que dar más explicaciones. Mi hermano me tiraba esa mirada de “viste” que le encantaba propiciarme.

Yo, ya a esta altura, no sabía qué pensar. Me parecía muy raro que no me hubiese llamado o mandado un mensaje.

Sebastián –el de 23- interrumpió esa conversación. –No viste Nico que parece que la moto que encontraron destrozada cerca de Playa Grande es la del Chino?

-¿Cómo? ¿El  Chino tuvo un accidente en su moto?, pregunté.

- No se sabe qué pasó. Sólo encontraron la moto quemada.

Me levanté de la mesa y pregunté dónde estaba el baño. Saqué el celular del bolsillo y seguía igual. Sin mensajes nuevos. Lo llamé varias veces y nada.

Volví al comedor diario y ya estaban poniendo la mesa.

Almorzamos en esa casa y la sobremesa duró unas cuantas horas. Más de las que yo hubiese querido. Finalmente nos volvimos al hotel, descansamos un rato, nos bañamos y cenamos ahí.

Ya a la noche, la obsesión previsora de mi padre  nos había movilizado para empezar a empacar y preparar nuestra vuelta.

-       No quiero tardar diez horas ni tener que ponerme de malhumor por los imprudentes que te pasan por la banquina así que los quiero despiertos a las 6 de la mañana para desayunar y salir a las 7 de Mar del Plata.-

-        Sí y por favor no se olviden de nada. Guarden bien sus celulares, cargadores, IPods y la ropa-, agregaba mi mamá.  Yo pretendo llegar descansada a  Buenos Aires, y así poder ir a la misa de las siete.-

Yo no podía pensar ni en las Pascuas, ni en el apuro de mi padre. Me la pasaba mirando mi teléfono para ver si tenía novedades

Para peor mi hermano me dijo:  - Viste, te dije. Este Chino se mueve en ambientes peligrosos. Andá a saber qué le pasó con esa moto-

Al día siguiente, cumplimos con el pedido de mi papá y como siempre antes de un viaje él y mamá siguieron la rutina de revisión de objetos guardados. La rutina de la vuelta era un poco más tranquila que la de la salida.

No tardamos diez horas pero si unas seis.

Almorzamos en casa de mis tíos y comimos los huevos de pascuas.

Por la tarde estudié un rato para ir adelantándome para mis parciales. No fue fácil. Mi concentración no duraba más de una carilla.

Fuimos a misa de siete y a la noche cenamos sopa y nos fuimos a dormir temprano.

El lunes por la mañana, en la mesa del desayuno, mi madre leía el diario en voz alta.

-       Escuchen ésto.  “Personal de la Dirección de Investigaciones del Tráfico de Drogas Ilícitas de Mar del Plata, luego de dos meses de investigación allanó la vivienda de Martin Rodriguez, procediendo al secuestro de cocaína fraccionada para la venta …. “

-       ¡Martin Rodriguez! ¡Ese es el Chino! ¡Tu novio de la secundaria! Interrumpió, mi papá.

-       Pará papá, seguí ma. Seguí leyendo.-

-       “Se desconoce el paradero del morador de la vivienda, cuya motocicleta fue encontrada a metros de Playa Grande. La investigación comenzó hace dos meses. La información obtenida daba cuenta de que en la vivienda allanada se comercializaban estupefacientes….”

-     ¡  Te lo dije boluda!. Inrterrumpió mi hermano – Seguí manteniéndote lejos de ese drogón.

-       ¡Callate estúpido! ¿Me podés dejar escuchar a mamá? Seguí, .. por favor-

-       “Personal de la DDI Mar del Plata procedió al secuestro de casi doscientas bolsas de clorhidrato de cocaína, ..bla bla bla ….. Entre las pertenencias personales se secuestraron 3500 pesos en billetes y dos teléfonos celulares”.

Ni bien dijo “celulares” mi respiración cambió. La voz de mi madre ya no era la misma. Lo que había empezado a ser una simple curiosidad por una noticia cercana a nuestro paradero de semana santa terminó siendo una lectura preocupante ligada a alguien que había sido parte de mi vida. Ella notaba mi expresión y mientras leía me miraba por arriba de sus anteojos.

No pude terminar mi café. – ¿Eso es todo? ¿No dicen nada del Chino?-

-No Dani, acá termina.

Salí a la facultad y en el medio de la clase de Filosofía del Derecho, los mensajes de mi amiga Flor que se había enterado por el diario .. Después de un rato de mensajearme con ella y tratar de seguir el ritmo de tomar apuntes lo mejor que podía, recibí un llamado.

Salí de la clase y atendí.

-       ¿La señorita Daniela?

-       ¿Quién me llama?

-       El Oficial Blanco, desde Mar del Plata. Tenemos registrado un llamado a su persona desde un celular secuestrado en operativo policial y unos cuantos llamados suyos Necesitamos saber si además de los mensajes que ya verificamos que usted intercambió con el Señor Martin Rodriguez, habló algo con él personalmente que nos pueda de ser de ayuda en nuestra investigación.

El cuerpo me temblaba. Jamás había hablado con un policía y menos por una circunstancia como ésta.

-       No, oficial. No lo veo hace cuatro años. Pensaba encontrarlo después de tanto tiempo esta semana santa pero no nos pudimos ver. ¿Cómo está él? Lo pudieron encontrar?

-       Lamento decirle que un pescador encontró el cuerpo del señor Rodriguez sin vida.  No puedo darle más detalles por el momento. Quizás la vuelvan a llamar. Disculpe las molestias. Realmente lo lamento mucho.

Ni bien terminé estallé en llanto. Traté de no cruzarme con nadie en el pasillo de la facultad  y me volví a casa. Ya no tenía ganas de escuchar el pensamiento de Santo Tomás de Aquino, ni el de Kant, y menos aún escuchar algo del Contrato social de Rousseau.

Sentía el cuerpo cansado como si hubiera corrido una maratón. Me metí en la cama, me quedé dormida y tuve las peores pesadillas de mi vida. Lo veía a Martin con su tatuaje como un criminal, el mar y las olas de fondo, la policía, armas, droga. Todo mezclado con escenas en el colegio, con salidas a bailar. Un cóctel de recuerdos teñido de delito.

Me desperté para la hora del té, tomé algo y me volví a mi cuarto.

A la noche cené en familia. No conté nada del llamado. Hablamos de cualquier cosa, menos de la noticia del diario.

Al día siguiente, me desperté, me senté a la mesa de la cocina y ni bien abrí el diario me encontré con la noticia: “Hallaron el cadáver del hombre que buscaban en Mar del Plata. Un pescador lo encontró a primeras horas de la mañana … Se trata de Martin Rodriguez ….”

No lo podía creer. Ésto sucedía en las películas. Nunca pensé que iba a pasarme algo así tan cerca. Jamás entendí como la crueldad puede llegar a ser tan real. La había visto siempre de más lejos. Estaba viviendo una pesadilla despierta.

De repente, sonó mi celular. -Disculpe señorita Daniela, soy el Oficial Blanco. Lamento molestarla nuevamente. Pero encontramos algo que no nos sirve en nuestra investigación … casi lo tiramos … pero bueno .. parece que Usted era la destinataria y ya que la logré contactar …-

-       Lo escucho Oficial. Dígame..

-       Acá hay un compañero que sale a Buenos Aires mañana y puede despachárselo por correo. ¿Me quiere dar su dirección?

-       No sé si voy a aguantar la espera. ¿Le molesta leerlo?

Mire … no puedo leérselo todo … además es muy raro ..Empieza diciendo “Para Dani, nuestro blues … o no sé algo así .. después parece ser una poesía …Mi amor, la libertad es fiebre”. ¡Le dije que era raro! …Sigue diciendo “es oración, fastidio y buena suerte” .. que se yó … termina con “siempre igual, todo lo mismo”

Mientras lo escuchaba, busqué mi IPod y la escuché …

 

Mi amor, la libertad es fiebre,

es oración, fastidio y buena suerte

que está invitando a zozobrar.

Otra vulgaridad social igual,

siempre igual, todo igual, .....

        

-       … ¿me escucha?

 

domingo, 8 de septiembre de 2013

Caro cuore

Mamá siempre me decía que lo más importante era tener un buen corazón. Así también excusaba las macanas de todo el barrio: “-Reinaldo es medio torpe pero tiene un buen corazón” o “-Pola es lela, fue sin querer que rompió la muñeca. Nunca lo haría a propósito” y sin dejar espacio, todo seguidito, agregaba “-Tiene un buen corazón”. Esa frase era como un paredón que se alzaba frente a cualquier tipo de cuestionamiento  u objeción que uno podía hacer acerca de las intenciones del otro. Y yo, irremediablemente, cada vez que la escuchaba, me quedaba pensando en qué era eso de tener un buen corazón. Si uno nacía con ese corazón como si se tratara de un don especial, si era un talento que se les daba a los bobos para compensar sus torpezas, si era más bien equitativamente distribuido, si se entrenaba con el tiempo y el buen carácter. Pero la mayor parte de mis pensamientos rondaban en tratar de entender de qué material era ese corazón. Si se trataba de un corazón tierno como la masa de pan casero, si era un corazón tan blanco y polvoso como la harina que flotaba en la cocina de doña Chela cuando hacía tortas fritas, si era un corazón rosa o celeste o fucsia furioso. Después de pensar horas enteras tirada en el pasto, panza arriba, terminaba por convencerme de tenía que ser un corazón tipo pastel. Dulce y esponjoso como el merengue y seguro también, era brillante como el caramelo del flan que hacía la tía Guadalupe para los cumples del abuelo. Otras veces, me entraba la duda de si todos los corazones buenos no serían como esos sangrientos y llenos de espinas que se mostraban en la capilla del colegio y para remediar estos asaltos al ánimo, enseguidita también pensaba que bien podrían ser como el corazón alegre y noble del Chapulin colorado.

sábado, 7 de septiembre de 2013

TROFEO


                   Ordenando las repisas del garage encontré un objeto con historia. Me senté mirándolo y cerrando los ojos recordé aquélla anécdota.

Sábado a la tarde. Fiesta de fin de año y entrega de premios en el club.

El campeonato anual había terminado. Nuestro desempeño no había sido el mejor pero no habíamos descendido de categoría. Una posición final que al menos conformaba al público familiar y social del club.

A mí, lo que más me importaba era haber terminado con las corridas de facultad, estudio, entrenamientos y partidos. Ya había depositado el palo de hockey en su rincón del garage. Descansaría ahí al menos dos meses.

Me metí en la ducha y mientras masajeaba el champú en mi cabeza, imaginaba cómo sería esa noche. El ruido de agua era la cortina perfecta que separaba la realidad familiar de la casa con mi necesidad de fantasear con las imágenes de esa noche.

En una escena borrosa me veía recibiendo el gran premio, “mejor deportista 1987”. La escena no duraba mucho. La imagen se esfumaba como cuando en el televisor Philco de mi abuela aparecían primero las rayas y después el ruido a lluvia con un gris que cubría toda la pantalla. Por momentos la imagen se aclaraba y la que recibía el mismo premio era Vicky. Esa escena duraba más tiempo. Escuchaba los aplausos … y yo extendía la crema de enjuague y me desenredaba el pelo.

Terminé mi baño y me vestí rápidamente con el código de vestimenta de club: remera, jeans, chatitas y un sweater para el fresco de la noche.

Me sequé el pelo y abrí la puerta del placard esperando la confirmación que me brindaba el espejo largo, para salir a esa noche de tanta expectativa.

Mis padres desconocían la ansiedad que me generaba esta fiesta. Ni ellos ni mi hermana sabían que además de la cena y la entrega de premios yo esperaba después en la fiesta, ver a Fernando, con quien había soñado toda la semana.

Mi padre leía y mi mamá descansaba después de una intervención quirúrgica por sus várices. El médico le había dicho que tenía que hacer reposo al menos por diez días. Por suerte no me podían acompañar a la cena.

Me llevaba Silvina, que vivía a media cuadra de casa y que ya compartía auto con su hermano mayor.

Silvina era puntual así que llegamos temprano. Entramos al club y no pude evitar acercarme a la cancha. Parecía un teatro vaciado de sus actores. Todo era quietud en la inmensidad de ese verde. Era muy raro sentir que el ruido ahora venía de adentro y no de la cancha. Las líneas blancas de mitad de cancha, las de 25 yardas y de las áreas resaltaban por la luz de los dos focos altos. Las tribunas vacías, los cercos desprovistos de público.

Se me generaron sentimientos encontrados. Me daba nostalgia tener que esperar al año siguiente para pisar el área con esa adrenalina que produce la competencia. A la vez me daba mucha paz sentir que los martes y jueves me podría acostar temprano y no tan cansada y que los sábados ya no almorzaría a las once y media para concentrar cabeza y cuerpo en la búsqueda de esos dos puntos que semana a semana, el entrenador, mis compañeras y todo el club, querían ganar.

 Mientras suspiraba, sentí alguien por detrás y de repente, dos manos en mis ojos.

-¿Quién soy?, preguntó-

- Andrea …-

- No-

- Cristina… Siiiii Cris!! Me di vuelta y me abrazé con mi mejor compañera de equipo. Cristina era de esas amigas que cuando estabas cambiándote en el vestuario ya sabía cómo había sido tu semana.

- ¡Qué linda noche!, ¿no?  ¿Nos sentamos juntas? Me muero por saber quién saldrá mejor deportista. … Vos te lo merecerías … ¿no lo pensaste?-

- No-, le mentí al instante.-

- Yo te votaría-

- Sabés que Vicky tiene sus seguidores … y además hizo mucho más goles que yo este año.-

- ¡Que le den el premio de la goleadora del año entonces!. … Ahora que pienso deberían inventar ese premio , así no habría confusiones–

Entramos riéndonos al bar del club y nos servimos unas cervezas.

La gente empezó a llegar, incluso Vicky, quien no siempre respetaba el código de vestimenta de club. En realidad ella tenía un código personal que regía para todos los ámbitos de su vida: llamar la atención.

Vicky apareció con minifalda, y unos tacos altísimos.

Su entrada nunca pasaba desapercibida. Todas las miradas se volcaban a ella. En especial, la mirada del entrenador, para quien Vicky era una jugadora indiscutible.  En lo personal, me agotaba correr a su lado en las jugadas para terminar aplaudiendo su gol. Jamás pasaba la bocha cuando se acercaba al área. El arco era un imán para ella, y por más que el pase a otra jugadora estuviese cantado, era capaz de perder esa oportunidad con tal de intentar convertir su propio gol.-

En el equipo nos dividíamos entre quienes no soportábamos todo el marketing  que hacía con su persona –en ese grupo estábamos, además de algunas otras, Cristina y yo-, y entre quienes compraban lo que ella mostraba: la angelical y accidentalmente sensual Victoria.  Es que estar de su lado les parecía ventajoso a muchas, en especial porque estar con ella implicaba que los chicos más lindos se acercaban.

Vicky usaba el pelo rubio y largo, y entre unas pocas le habíamos puesto un apodo secreto, en honor a la canción de Sumo: “La rubia tarada”. Y así era, como en su canción la describía Luca Prodan: rubia, tarada, bronceada y aburrida….

El comedor del club se fue llenando. El presupuesto para la fiesta se había discutido como todos los años y, como casi siempre, se llegó a la conclusión que pizza y cerveza era lo más adecuado para llegar a un precio accesible para todos.

Nos sentamos en una mesa con Cristina y seis otras integrantes del equipo.

Vicky, como siempre, buscaba una mesa cercana a la del equipo de primera división de los varones. No lo hacía por acercarse a alguno en particular, sino para alimentar esa sensación de ser mirada que tanto placer le causaba.

Comimos unas cuantas porciones de pizza y empezamos a ver el movimiento de los integrantes de la subcomisión hacia la mesa de premios. La entrega comenzó y empezaron por las divisiones inferiores. Primero las mujeres y después los varones.

Después de largo rato de aplaudir, y cuando ya estábamos terminando de comer el helado, llegó el momento crucial: las divisiones superiores. Primero dieron un premio a los varones, por los partidos ganados en la gira a Europa. Nosotras no habíamos ido de gira  y tampoco habíamos alcanzado un muy buen puesto en la tabla así que pasaron directamente a otorgar el premio al mejor deportista, previo discurso de “a qué se llamaba un buen deportista”.

Cristina me miraba y me sonreía, pero yo sacaba la mirada de ella porque era un momento que me generaba una ansiedad inexplicable.

De repente, la oración tan esperada: “Este año, el premio al mejor deportista es para …… Victoria Castellanos!

No pude ocultar mi desilusión. Mi cara se desfiguró. Realmente el prólogo no condecía con la descripción de Vicky.

Airosa, se levantó a buscar su premio y se abrazó a cada uno de sus votantes: los integrantes de la subcomisión de hockey

El aplauso fue largo y seguido de chiflidos y gritos de los varones que aludían especialmente a lo que ellos veían cada vez que Vicky se inclinaba para saludar y abrazar a alguien, mostrando todo lo que la minifalda dejaba a la vista

Todas la saludamos cuando volvíó a su lugar. Aunque a mí me costó más que a nadie. Jamás reconocí que yo esperaba ese premio, pero mi decepción estaba a la vista en mi cara.

Los sabuesos tarados –así llamábamos con Cristina a los varones babosos que daban vueltas alrededor de Vicky- también se acercaron. Y en ese momento subieron el volumen de la música .

Empezó a sonar “Africa”. Y en la mesa de Vicky todos corrieron a la pista. Cristina, Silvina y yo, como buenas fundamentalistas nos quedamos sentadas, despreciando el tema y esperando la música que valía la pena.

Era increíble, coincidíamos hasta en los gustos musicales.

Cuando sonaron los Bee Gees no pudimos más que estallar en carcajadas al ver los pasos ridículos de Vicky y los sabuesos que la seguían en su parodia. Además, para nuestros oídos, los Bee Gees eran tan enemigos nuestros como Vicky. Odiábamos los grititos de esos hermanos.

Seguimos tomando cerveza y ya empezamos a hacer alguna que otra mezclita con los tragos que buscábamos de la barra.

El alcohol y la entrada de Fernando y sus amigos hicieron que nuestro ánimo cambiara.

La música aportó también lo suyo. Saludamos a nuestros amigos y ni bien escuché sonar U2 – mi grupo favorito- lo tomé del brazo a Fernando y lo llevé a la pista. Silvina, Cristina y los demás chicos también se sumaron. Ya estábamos suficientemente desinhibidas como para imitar los pasos de Bono con sus botas tejanas y nos acercábamos en esa imitación como en posición amenazante al grupito de Vicky.

Ya los desplazamientos en la pista de baile eran más complicados. Todo el club estaba bailando salvo la gente más grande que permanecía charlando en las mesas

De repente llegó el momento de THE POLICE y como siempre, su ritmo requería bailar a los saltos. Vicky nos miró envidiando la agilidad de nuestros movimientos ayudados por nuestras chatitas. Nuestros saltos se acercaban cada vez más a Vicky y sus seguidores al punto tal que los roces dejaron de ser amistosos.-

La pelea no era clara pero ya estaba instalada. Nuestros amigos varones, sin saber mucho por qué, se habían involucrado, y así, sin darnos cuenta cómo habíamos empezado, se formaron dos bandos.

En su afán competitivo, Vicky empezó a sacarse sus zapatos, con tal mala suerte que al hacerlo se patinó con el alcohol que nuestros vasos danzantes habían arrojado al piso. Uno de sus seguidores lo interpretó como un empujón nuestro y ahí arrancaron las piñas.

Yo levanté uno de los zapatos de Vicky y lo escondí en la servilleta de mi mesa y me apuré a incorporarme a la pista. La poca gente grande que había quedado intervino en apaciguar las agresiones. Vicky seguía en el piso ayudada ahora por el entrenador que había observado la caída y presentía una lesión. La levantaron y la ayudaron a sentarse en una silla aunque no tardaron en llevarla con su trofeo de mejor deportista a hacerse ver al hospital.

El accidente fue una interrupción sana de la pelea.

Nosotras nos adueñamos de la pista y ya con la voz de Sting en Roxanne, me pude concentrar en Fernando. Cantamos mirándonos a los ojos hasta que el lento de Rod Stewart nos ayudó a empezar a bailar abrazados. Fernando me dio el primer beso y el premio a la mejor deportista quedó por un rato en el olvido.

Cuando la música fue bajando el volumen, me acerqué a la mesa, desenrollé la servilleta y Cristina no podía creer lo que veía.

Reímos a carcajadas y decidimos poner el zapato en la biblioteca de mi cuarto como mi trofeo de ese 1987.