sábado, 21 de diciembre de 2013

Pescado rabioso

Desde que le habían diagnosticado esa extraña enfermedad, Freddy nadaba todas las mañanas. A veces una hora, otras dos, otras por las mañanas y por las noches. Decía que no podía concebir otra manera de vivir feliz, más que teniendo una vida acuática. Los más cercanos sabíamos que en realidad eso era solo una parte del cuento. Lo cierto era que desde que tengo memoria Freddy tenía una extraña debilidad por el agua. Y de grande, el asunto de nadar se había vuelto su única forma de sentirse vivo.
Me acuerdo cuando iba a jugar a su casa. Nuestras madres eran hermanas, y como teníamos la misma edad e íbamos al mismo colegio, pasábamos mucho tiempo juntos. Para todos, en la familia y en el barrio, Freddy era un chico raro. A veces, yo veía sus rarezas, su forma de ser tan hermético por momentos y tan charlatán por otros, sus preguntas extrañas, su modo de reaccionar ante lo que decían sus padres o la maestra. Pero la mayoría del tiempo lo único que veía era, ni más ni menos, que a mi querido primo Freddy. El gran Freddy.
A pesar de que solo me llevaba unos meses él siempre parecía un par de años mayor. Básicamente porque además de ser de contextura física más grande, él nunca tenía miedo de nada. De nada. En todo iba adelante. Yo, en cambio, era introvertido, medio tímido, medio callado y para nada arriesgado. En el barrio, me tenían como su sombra. El maricón, así me decían. A Freddy no le importaba y si era necesario, me defendía. Claro que yo era el único que lo seguía en todas sus ocurrencias. No porque siempre quisiera. Más bien se trataba de un sentimiento de lealtad inexplicable que teníamos entre los dos.
Desde chico su obsesión por el agua no lo dejaba dormir tranquilo. Así que dormía con una botella de agua al lado. A veces se levantaba en la mitad de la noche, se tomaba varios tragos y luego se quedaba mirándola. Como si estuviese hipnotizado. Mamá me decía que era porque tenía un problema en la respiración. Que por eso se despertaba. Pero yo creía que en realidad era por el agua. Me acuerdo que las primeras veces que me había quedado a dormir en su casa me daba terror que se levantara. Hacía un chillido como si se asfixiara y se quedaba quieto unos minutos. Luego tomaba agua y se quedaba ahí como embobado mirando dentro de la botella vaya a saber uno qué.

domingo, 8 de diciembre de 2013

COMPARTIR


Ya había empezado el mes de marzo  y  era un momento del año en que parecía que todos los objetivos debían ser encarados a la vez.

Julio quería pintar la casa. Yo prefería empezar por mandar a hacer el escritorio de Pedro que ya necesitaba un lugar propio, de mayor concentración.

El listado de útiles del colegio era interminable, todavía me faltaba comprar algunas cosas y no paraba de forrar libros y escribir nombres en los útiles de los chicos.

-                     ¡Mirá que cumplir años en marzo vos también! ¿Qué querés hacer?  ¿Algo a la parrilla o hacemos unas pizzas?

-                     No sé Vir, hacé lo que quieras. Como si yo tuviese la culpa de haber nacido en marzo! A mí me da lo mismo.

Darle lo mismo a Julio implicaba que todo lo tenía que pensar yo y eso me complicaba aún más ese bendito mes.

Además tenía que pensar en un regalo. ¡Con lo difícil que es regalarle a Julio! El único regalo con el que lograba sacarle una sonrisa de lado a lado era cuando le compraba un reloj, pero ya le había regalado todos los modelos habidos y por haber.

-                     Te aviso que esta noche salimos con los Peralta. Vamos a cenar por Las Cañitas. Ya arreglé con mamá para que se quede en casa con los chicos.

Los Peralta eran un matrimonio que habíamos conocido hacía no mucho, por las amistades de nuestros hijos. Pedro se había hecho muy amigo del hijo de ellos y en las llevadas y traídas de las invitaciones de ambos, nosotros también habíamos entablado cierta relación. María se llevaba bastante bien con la hija menor de ellos aunque le llevaba dos años. Salíamos a cenar de vez en cuando y nos invitábamos para los cumpleaños.

Fuimos finalmente a cenar con ellos. Él, Marcelo, era un tipo muy agradable. De esos que cuando empiezan a contarte algo, lo hacen con el detalle de un relato minucioso.  Se le notaba que disfrutaba captar la atención de la gente. A mí a veces me parecía que lo que contaba no era totalmente cierto. Había detalles que parecían ser agregados para completar los hechos. Ella, Fabiana, jamás le discutía un detalle. Lo miraba extasiada.  Siempre asentía lo que su esposo contaba. Quizás era eso lo que Julio admiraba: la subordinación que ella mostraba en ese papel de asistente de relato en el que ella se colocaba.

-                     Cuando yo me equivoco al contar algo no hay vez que vos no me interrumpas para corregirme. ¡Dejala pasar! Hacé como Fabi que cuando Marcelo cuenta algo lo mira como si estuviera hablando Ortega y Gasset!, - me decía Julio.

-                     Pará, bueno, que Marcelo sea interesante y que es muy divertido cuando cuenta algo, nadie lo niega, pero el papel de ella a mí no me cierra. Si vos querías una geisha de mujer tendrías que haber buscado por otro lado eh. ¿O acaso no te gustaba eso de discutir ideas cuando éramos jóvenes? ¿No era mi inteligencia lo que te atraía o ahora te molesta?

Estas y algunas discusiones más surgían después de nuestros encuentros con los Peralta. Pero el que venía con más necesidad de hacer cuestionamientos era Julio. Yo la pasaba bien y cuando la charla se dividía por sexos hablaba con una Fabiana muy distinta de la geisha que Julio veía.

Los fuimos a buscar con nuestro auto. A Julio no le gustaba cómo manejaba Marcelo y Marcelo disfrutaba que otro manejara y poder él así relajarse y dirigir la conversación. Tenía cierta habilidad para hacerte creer que te escuchaba. Te hacía una o dos preguntas acerca de algún tema que él registraba que te importaba y después ponía primera con su relato y no paraba.

Lo primero que hizo, como siempre, fue preguntar cómo había sido nuestro día. Claro, nuestras respuestas fueron bastante cortas. Ni bien terminamos él arrancó con todo su día que obviamente había sido mucho más largo que el nuestro. Describió sus reuniones, sus ventas, sus discusiones. Fabiana lo miraba con admiración y mientras hablaba le alisaba el cuello de la camisa desde el asiento trasero donde íbamos ella y yo.

Llegamos, estacionamos en un garaje cercano al restaurante y entramos dando el nombre de Fabiana que había hecho la reserva.

Ni bien nos sentamos nos trajeron los menúes. La dirección de Marcelo no sólo incluía la conversación. Con Julio sabíamos que la entrada la terminaba eligiendo él y nos entregábamos a su elección: quesadillas de pollo y guacamole.

Mientras esperábamos la entrada, charlamos acerca de los chicos y del colegio. Nos interrumpió el mozo con las quesadillas que Fabiana dividió rigurosamente en partes iguales.

Los sabores y el vino nos hicieron olvidar el viernes agitado. Elegimos los platos principales farfalle con salmón, sorrentinos de centolla, salmón Rosado del Pacífico y  cordero braseado.  Tardaron un poco en llegar pero la espera valió la pena. Estaba todo delicioso. El único problema empezó cuando Marcelo pinchaba del cordero de Julián y Fabiana me pedía probar los sorrentinos de centolla. La actitud invasiva de los dos nos tomó por sorpresa. Nunca antes lo habían hecho.

-          ¿Querés probar un poco de mi farfalle?, me preguntaba Fabiana

-                     Tomá Marcelo, probate este pedacito de salmón.

Como si los dos nos hubiésemos puesto de acuerdo contestamos al mismo tiempo:

- No, no, gracias.

-  De esto queríamos hablar justamente, no Marce? dijo Fabiana

- Si, si. De compartir

¿Tienen ganas de pasar semana santa en nuestra casa de Mar de las Pampas?

-          Estaría bueno, dijo Julio mirándome para buscar aprobación.

-          Quizás podríamos, dije yo con más cuidado.

-          ¡A Fabi y a mi nos encanta compartir! dijo Marcelo riéndose y abrazando a su mujer.

Fabiana no paraba de reírse y Julio y yo no entendíamos de qué hablaban. De repente Fabiana clavó su mirada en Julio y Marcelo empezó a mirarme a mí sin pronunciar palabra.

Por suerte el mozo interrumpió la situación con un – ¿Las damas se van a servir postre?-

Marcelo se decidió por todos y pidió  un volcán de chocolate con cuatro cucharitas.

Los movimientos y miradas de ellos habían cambiado y nosotros, sin hablarnos habíamos quedado como desorientados. Si había habido algo que no habíamos justamente compartido, era el chiste.

Cuando terminamos el postre, Julio se apuró para ganarle la iniciativa a Marcelo y llamó al mozo para pedirle cafés y la cuenta.

-                     En poco tiempo estábamos yendo al auto para volvernos los cuatro a nuestras casas. El viaje de vuelta fue mucho menos conversado que el de ida. Estacionamos en la puerta de los Peralta y antes de bajarse nos saludaron con abrazos más que efusivos.

Ni bien arrancamos hacia nuestra casa yo le dije a Marcelo – ¡Qué raro todo esto! ¿Vos entendiste lo mismo que yo?.

-          ¿A qué te referís? No sé de qué hablaban. Si, a veces son raros.

Entramos a casa y dejamos los abrigos en el perchero de la entrada.

-          Llevo agua. Hablá despacio que están todos dormidos, dijo Marcelo

-                     ¡ A no! ¡No me vengas ahora con tu manía simplificadora! ¿No me vas a decir que se cortó todo cuando empezaron con lo de compartir?

-          Sí, no sé. Algo raro había pero no tengo idea. ¿Sería tema plata?

-                     ¿Vos te estás haciendo el boludo a propósito? ¿Me estás jodiendo que no percibiste que estaban hablando de sexo? ¿O acaso no te diste cuenta como la geisha que vos admirás tanto, te miraba?

-                     Me parece que te fuiste al carajo. Ponen cara de pícaros pero, a ver, no dijeron nada que se refiriera a compartir sexo!

-                     Dejalo así. Es demasiado tarde para pelear, pero esto de pasar las pascuas en Mar de las Pampas a mí no me cierra después de las risitas pícaras.

-                     Ya veremos, quizás se olvidan.

-                     Me parece que el que se olvida cómo es Marcelo sos vos. Espero el agua arriba. No te lo olvides.

-                     Como todas las noches Julio se durmió como un angelito mientras yo daba vueltas para un lado y para el otro tratando de concentrarme en dormirme. En mi cabeza estaban los Peralta y esa propuesta que no había sido del todo clara.

El sábado nos despertamos tarde y desayunamos con mi suegra que no tardó en irse a su casa. Ni bien cerró la puerta de entrada volvimos a discutir. Mientras levantaba la mesa, Julio seguía concentrado en la lectura del diario.

-          Disculpame, ¿vos pensás dejar pasar lo de anoche así como así?

-          ¿Qué querés que no deje pasar si no pasó nada?

-          Quizás estás calentando tu cabecita con la geisha que tanto deseás.

-                     ¡La cabeza que no para es la tuya! Aflojá un poco con tu imaginación, por favor. La única que agarró para el lado del sexo fuiste vos. A mí no se me había ocurrido.

-                     Ah, ahora soy yo la única que el otro día se quedó helada con las risitas de los Peralta. ¡Vos porque no viste tu cara!  Lo que pasa es que como siempre, con tal de eludir el problema, te hacés el que no pasó nada, ¿no?

-                     No pienso discutir más. Realmente no vale la pena.

-                     Ah bueno, … ¿estás listo para salir a ver esas reposeras que te comenté al Tigre?

-                     No, la verdad es que no tengo ganas de ir al Tigre. Y menos de escuchar tus elucubraciones acerca de los Peralta. Me preparo un bolso y me voy al club.

Eso era lo que más odiaba de nuestras discusiones. Que en el momento de tratar de llegar a una conclusión, Julio optaba por huir. Me quedé con todo mi enojo y sin ir al Tigre ya que manejar hasta allá, buscar lugar para estacionar y decidirme por las reposeras no era una actividad que me gustara hacer sola.

Pasó toda la semana y no volvimos a hablar de los Peralta. El viernes falló el clásico llamado de Marcelo para organizar alguna salida.

-                     Te lo dije, estamos descartados. No entramos en la onda de la risa pícara del programa de “compartir” en Mar de las Pampas.

-                     Dejá de darte máquina, dijo Julio. Deben haber tenido algo este fin de semana. Nosotros tampoco los llamamos para organizar nada, ¿no? Y además no somos los únicos amigos de ellos. Igual me llamaron los Durán para invitarnos a comer un asado el sábado.

Los Durán eran un matrimonio un poco más joven que nosotros, también padres del colegio – ahí los habíamos conocido- y en general tenían una actitud como de superados frente a los problemas de sus hijos. En realidad para describirlos mejor, yo diría que para ellos, nada era un problema. Era muy difícil encontrar un tema de discusión porque para ellos todo podía ser blanco y también, mirado desde otro punto de vista, podía verse negro o incluso gris.

Ella –Ana- era una linda mujer y él un hombre robusto e interesante.

Fuimos a la casa de los Durán y cuando estábamos en el medio de la cena, Ana comentó que irían a Mar de las Pampas a la casa de los Peralta en Semana Santa.

Ni bien terminó de hacer el comentario, le di un rodillazo a Julio por debajo de la mesa, lo que lo sobresaltó. Se atragantó con el pedazo de carne que estaba comiendo y los Durán y yo nos desesperamos porque parecía que no podía respirar. La cara de Julio se había puesto bordó y el trance duró un rato hasta que de a poco pudo restablecerse.

A la vuelta, me guardé el “te lo dije” sólo por el mal momento de la atragantada.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

SEGUNDAS VUELTAS


Era muy tarde para seguir discutiendo.

Le dije a Fede que sí  iríamos al cumpleaños de su amigo Gabriel –para nosotros “Bomba”.

Bomba se había separado hacía tres años y hacía uno convivía con una chica quince años menor que le había conseguido un buen trabajo en la empresa de su padre. Ahora no era más Bomba. Era Gaby.

A mí, no me salía decirle Gaby. Por lo que cuando incurría en “Bomba” mi marido me echaba una mirada fulminante o me pateaba por debajo de la mesa.

 En realidad los kilos que lo hacían Bomba habían desaparecido. Había bajado bastante de peso y su ascenso socio económico le había impuesto un estilo más refinado.

- Es muy lejos, y cada vez que entramos a ese country nos revisan como si estuviésemos pasando migraciones en el aeropuerto de Heathrow.

- Dale Mechi .. No podemos dejar de ir al cumple.-

- Bueno, está bien, vayamos, pero por favor volvamos temprano.

Volver temprano era evitar que el sacrificio fuese muy largo. No era sólo Bomba, o Gaby quien estaba en segundas vueltas en lo que respecta a parejas. Había tres más que tenían novias posteriores a sus divorcios y, obviamente, estas segundas eran más jóvenes.

Dos de ellas habían sido madres hacía poquito, lo que implicaba tener que soportar esas aburridísimas charlas acerca de cómo acostar al bebé, si boca arriba, abajo o de costado, o de qué marca de pañal aguanta más.

Para mí las discusiones de hasta cuándo dar de mamar y cómo intentar que el bebé durmiera más horas eran parte de un pasado. Además ya había descubierto, después de mi tercer maternidad, que eso de intentar convencer a los demás de cuál era la posta era inútil, ninguna verdad es absoluta y cada madre hace lo que puede.

Lo peor de todo era estar frente a personas con un pasado que ahora estaba obligada a borrar de mi mente.

¿Los chicos salen Fede?

-          Si si. A los varones ya les di plata y Lucía se va a dormir a lo de su amiga Paula.

Llegamos al barrio cerrado y en la barrera de entrada, como siempre, el control de documentos. No podía poner mi peor cara porque una cámara filmaba o no sé si me sacaba una foto.

Pasamos unas cuantas cuadras aunque la similitud de las casas nos daba la impresión de haber pasado una sola. Quizás era eso lo que no me permitía acordarme el camino. Todo igual. Ahí no había kiosco con cartel de referencia, ni chapas municipales.

-          No Mechi, no es la falta de referencia lo que te hace perderte acá. No venís con ganas. Tenés una negación con este lugar-, me replicaba Fede.

Llegamos a la casa y ni bien nos bajamos del auto, se sentía el olor de la parrilla.

Sí, aunque difícil de creer Gaby era un buen parrillero, no como Bomba que con su primer mujer, si invitaban a la casa era pidiendo pizza de delivery.

-                Tengo que reconocer Fede que las mujeres jóvenes producen cambios importantes. Si llegás a tener planes, avísame con tiempo.

-                Hablá bajito … ¿Qué te avise .. qué?

-                Que si tenés otra o pensás hacer la de tus amigos, avísame … me quiero ir preparando..

-                Pará .. pará … no te enganches … y te dije que hablaras bajito que te escucha todo el mundo.

-          ¿Escuchar? No se escucha un carajo .. Nadie escucha .. Fijate que ahora Gaby escucha música en volumen alto.

-          Ponele onda Mechi … por favor

-          Ah … mirá. Ahí llega Huevo, con su amiga.

-          Su mujer, Mechi .. Acordate que fueron padres, .. ves, ahí vienen con el cochecito.

-          Hola Ricky, Sandy.. ¿todo bien?

A Ricky lo había abandonado la primer mujer y había estado deprimido un año entero, por lo que una vez que inició la relación con esta Sandy, todos la miraban como una salvadora.-

-          Ja!, Sandy. No entiendo por qué si Sandra es bisílabo, tenemos que decirle Sandy.

. ¡Terminala, por favor! ¿Te chupaste un limón antes de venir? Para eso hubiese venido solo. Cuando voy a las reuniones de esa amiga tuya con la que estudiaste en la facultad, no me pongo a detectar los defectos de su marido, y de todos sus invitados. Estos son mis amigos, te gusten o no.

Entendí el mensaje. Iba a tener que divertirme de alguna manera, o quizás encontrar un buen sillón donde dormirme. Tenía una leve esperanza, que llegara Belén.. o Silvina. Con ellas sí podía charlar en el mismo idioma y así poder pasar la noche.

Ni bien siguieron llegando los invitados  me tuve que morder la boca para no seguir con mis observaciones.

Entraron casi juntas dos parejas: Gustavo y Mara agarraditos de la mano, y Quelo y Adriana. Yo siempre seguía los movimientos de Mara y Quelo porque presentía que había algo entre ellos. No me gustaba como se miraban ni el contacto físico que tenían, pero Fede decía que yo era una mal pensada, .. que mi cabeza se pasaba de revoluciones y no sé cuántas cosas más.

Entramos directo por el fondo, de donde venía el olor de la parrilla.

-          ¡Hola .. Gaby!, ¡Feliz cumple! Fede me echó una mirada de alivio al escuchar el nombre correcto.

-          ¿Trajeron algún abrigo, no? Vamos a comer en el quincho. Somos muchos.

-          Si sí, nos imaginamos. ¡Feliz cumple capo!

Ni bien entré divisé el otro cochecito. Y me empezó a doler la cabeza de sólo pensar en tener que entablar conversación. Saludé a la mamá y empecé a jugarle al bebé. De toda la gente que estaba invitada el bebé era con el que más conexión tendría.

Enseguida después llegó Pablo, pero sin Belén.

-          No, vine solo. A Belén le dolía la cabeza.

La del dolor de cabeza yo ya lo había usado unas cuantas veces. Ésta me tocaba ir.

Me comí un sándwich de lomo mientras revisaba las plantas del jardín. El cielo lleno de estrellas y ese olor a pasto que tanto siempre me gustó alejaban las voces de la reunión  y me ayudaban a encontrar un lugar de autismo en el que me sentía a gusto.

En la barra de tragos que habían puesto afuera para después de los postres, un chico joven acomodaba fruta y alineaba los vasos. Yo lo convencí al barman de adelantar sus preparativos y me hizo un rico daikiri de frutilla.

Los mosquitos interrumpieron mi idilio de soledad y decidí llevarme el daikiri adentro. Busqué el saquito que había dejado adentro de la casa, en el cuarto de Gaby y me encontré que ahí habían quedado los bebés durmiendo con esos aparatos llamados baby-call que las madres modernas usan.

Amagué con salir nuevamente a la reunión pero me volví hacia las caritas angelicales de esos bebés. De repente se asomó Silvina por la puerta del cuarto. Otra sobreviviente de las primeras vueltas que no había podido usar el dolor de cabeza como excusa.

-                     ¡Vení Sil! ¡Mirá estos bebés! Me caen mucho más simpáticos que sus madres. Estas minas pretenden describirnos a sus maridos que ya conocemos desde los dieciocho años. Lo terrible es que lo que ellas describen es seguramente un marido que les va a durar un año. ¡Después van a tener que lidiar con esos  hombres que tanto conocemos!

No, no pensaba salir. No estaba dispuesta a poner cara de contame. Hacía rato que poner caras no era mi fuerte. Además estaba bastante mareada. Me había tomado el daikiri de una y mi capacidad alcohólica nunca había sido muy buena.

Nos pusimos a charlar con Silvina. Al principio me quedé sentada en la cama matrimonial, pero mientras Silvina me contaba su viernes laboral, me invadió esa cosa de husmear la vida ajena.

-Mirá Sil , mirá esta foto ¿la pose de ella? ¡No se puede creer!.

Al lado de uno de los portarretratos, una cajita rectangular de cerámica. La abrí, mientras Silvina me miraba asombrada. Me encontré con unos porros y un encendedor. Me agarré uno, lo prendí y le dije a Silvina que me iba al baño-

- ¡Mechi! ¿Qué hacés?

- ¡Aguantame! Es la única manera de bancarme este cumpleaños.

Ni bien cerré la puerta del baño, sentí los golpes en la puerta.

- Pasá Silvi, pero no me jodas eh que no pienso abandonar mi plan.

-Esperá, ¿sabés a quienes vi juntos a los arrumacos en el escritorio acá al lado? No vas a adivinar. ¡No son justamente marido y mujer!

-¡A que sí adivino!. ¿Mara y Quelo?.

-Me estás jodiendo..¿Cómo sabías?

- Bueno .. a ver … lo venía presintiendo, aunque mi querido marido siempre me tildó de mal pensada … ¡Qué mierda de gente! Fumá un poco. A vos también te va a hacer bien.

Empezamos a fumar y no parábamos de reirnos por cualquier cosa, hasta la más trágica. Salimos del baño y fuimos a dejar el encendedor en su lugar.-

De repente apareció Fede.

-          ¿Qué hacen acá? ¡Vengan y socialicen un poco che!.

Jamás se había imaginado que era lo peor que podía hacer.

No me acuerdo cómo, me paré en el medio de la gente y empecé a intentar ser el centro de atención de la reunión. Silvina se quedó al lado mío y cada tanto acotaba frases sueltas y estallaba de risa.

No recuerdo con exactitud pero empecé contando las anécdotas más desastrosas de Bomba –no  Gaby- que alguien pudiese contar.

-                     ¿Te acordás Bomba, cuando te hiciste echar en tu primer trabajo? Lo habías planeado todo .. buenísimo!- Silvina me daba palmadas, asentía y se reía.

-          Callate Mechi, está el suegro acá y ahora es su jefe , me decía Fede al oido.

-                     No, mortal.. ¿y cuando salías con dos minas a la vez y todos nos teníamos que hacer los boludos? ¿Te acordás de eso? Mirá que con la panza que tenías levantarte dos minas a la vez … increíble. ¡Siempre fuiste un genio!.

-          ¡ Super Bomba!, acotaba Silvina.

Fede se acercaba y me decía más cosas al oído y yo lo callaba y seguía hablando. La gente se quedó toda en silencio y me miraba raro.

Silvina empezó diciendo: Y no saben a quienes vi hace un rato ….

Creo que la marihuana me había dejado cierta lucidez para intentar callarla en ese comienzo. Le di un codazo y logré que interrumpiera su relato.

No se quién pero alguien tomó la decisión correcta. El sonido de la música subió al punto que lo que decíamos ya nadie lo escuchaba. Fede me empezó a empujar hacia la salida  y me metió en el auto. A Silvina, su marido la llevó hacia el fondo del jardín.

Finalmente, como yo quería, volvimos temprano.

domingo, 10 de noviembre de 2013

LABIOS FRUNCIDOS

Sábado a la tarde. Mis padres se preparaban para su salida.
Mamá juntaba la ropa y cepillos de dientes para llevar a mi hermana y a mí a dormir a la casa de los abuelos.
 Yo me despedía de mi jardín y de mi patio. Me esperaba un departamento de tres ambientes en donde la diversión giraba en torno a la cocina.
La abuela Beba era una experta cocinera. Le decía a mi mamá que le encantaba enseñarnos a amasar, pero era tanto lo que nos indicaba que teníamos que hacer y cómo lo teníamos que hacer, que terminábamos mirándola cocinar a ella.-
Mi hermana prefería aprender a coser y a tejer. Esta vez se llevaba un tapiz que había recibido para el día del niño.
Yo iba ilusionada con poder revolver la masa de los panqueques y quizás poder romper el huevo que la masa llevaba.
Durante la semana habíamos comprado las famosas plantillas plásticas para corregir mis sobrehuesos en los pies. Mientras terminaba de cambiarme mi mamá colocaba las plantillas adentro de mis zapatos. Me calcé todo ese implemento, desconfiando que un simple plástico pudiese contener el hueso  que salía de la parte interna de mis pies.
Para mí, las plantillas eran un castigo a mi sello distintivo.
Protesté. Era bastante más incómodo caminar con ellas, pero finalmente salí con las plantillas puestas. Total, incómoda también iba a ser la estadía en lo de mis abuelos.
Llegamos a la planta baja del departamento y ahí estaba mi abuelo Pepe, un hombre ya retirado de su empleo en un banco, muy prolijo y servicial. Hablaba poco y hacía todo lo que mi abuela le ordenaba. Seguramente le habría indicado que nos esperara abajo y así lo había hecho.
Su fuerte eran los juegos de mesa aunque no ofrecía mucha variedad. A mí me había enseñado a jugar al truco y gracias a eso tenía algo en común con mis compañeros varones de quinto grado del colegio.
Pepe tomó los bolsos y nos despedimos de mi mamá.
Ni bien entramos al departamento yo corrí hacia la cocina y mi hermana se sentó en el sillón “reina Ana” para adelantar su tapiz.
La cocina era el único ambiente en el que el aroma no me sofocaba. Los cuartos olían a naftalina y el comedor principal tenía un perfume que yo describía “de mueble viejo”. Mi hermana siempre me pedía que le describiera cómo era el olor a mueble viejo y yo no tenía palabras para hacerlo; solamente podía decirle que era el olor del comedor principal de los abuelos.
La cocina, más que una cocina parecía un quirófano por lo limpia y por el orden de los implementos. En la mesada alta estaba desplegada la masa estirada con la mayoría de los ñoquis ya formados, faltando unos diez que eran los que Beba dejaba para que mi hermana y yo deslizáramos por la maderita con rayas y así contarle a mi mamá que nosotros habíamos cocinados los ñoquis.
Para eso tuve que lavarme las manos y atar mi pelo. Mi hermana interrumpió su bordado. Y con la mirada de Beba detrás de nuestra espalda fuimos haciendo los últimos ñoquis con los pedacitos de masa que mi abuela había dejado para que bajáramos por la maderita rayada.
En el comedor principal nos esperaba la mesa inglesa con sus patas anchas. Pepe ya había puesto los cuatro platos y había dejado un espacio para el partido de truco previo.
            Mientras Beba retiraba los restos de masa de ñoquis dejaba todo listo para hacer la masa de panqueques: el huevo, la harina y la leche. Me apuré a romper el huevo antes que me explicara cómo hacerlo. Beba fruncía sus labios y miraba el recipiente buscando algún pedazo de cáscara de huevo que se me hubiera podido caer. Lo mío no era el quirófano, a mí me gustaba el enchastre y la diversión en la cocina.
            De alguna manera me gustaba desafiar la expresión de mi abuela y ver cómo contenía su crítica en el frunce de sus labios. Terminé de revolver la masa con unas cuantas interrupciones correctivas de Beba, Y ni bien terminé, sabiendo que ella iba a dedicarse a limpiar la mesada como si nadie hubiese estado ahí, corrí al rincón del truco.
            Ella no veía con buenos ojos las enseñanzas de los juegos de cartas. Su especialidad, además de la cocina, eran las diez preguntas de Felicitado que el Diario La Nación traía  los domingos. Beba siempre acertaba las diez respuestas. Había sido maestra y parecía saberlo todo.
            En su casa teníamos cuadernos para ejercitar lo aprendido en el colegio en la semana. Intentaba convencernos de hacer algún que otro ejercicio en lugar de jugar a las cartas con Pepe. Mi hermana la complacía mostrándole la última operación aritmética aprendida pero yo me mantenía concentrada en mis tres cartas españolas y así eludía la ejercitación en el cuaderno.
            Comimos los ñoquis en la mesa del comedor principal. Y de postre Pepe fue trayendo los panqueques que Beba iba cocinando. Siempre nos hacía uno más que la cantidad que le pidiéramos. Por eso, yo le pedía dos, sabiendo que me serviría tres. Los hacía bien finitos, y a diferencia de los que yo comía con la mano en la casa de mi amiga Mariana, acá los comíamos con cubiertos.
            Después de semejante comilona, nos íbamos a dormir previo cepillado de dientes.
            El cuarto era muy chico y nuestras camas estaban pegadas al placard donde Beba guardaba infinidad de abrigos conservados con naftalina. Eso era lo que más odiaba: el cuarto. Me costaba horrores dormir con ese olor. Cuando nos apagaban la luz me entretenía horas imaginando formas en todo lo que veía en la oscuridad de ese ambiente. En especial me quedaba largo rato mirando la máquina de coser en un rincón que por momentos se transformaba en un animal y por otros en un ser humano sentado.
A la mañana nos despertaba el olor a manteca caliente. Beba preparaba panqueques con el resto de la masa que había quedado de la noche.
Cuando nos levantamos  ya estaban nuestros platos servidos. Y ni bien los terminamos nos tocaba responder las 10 preguntas del Diario La Nación.
-“El 28 de junio de 1919, se firmó en Francia un tratado de paz que oficialmente puso fin a la Primera Guerra Mundial ….” ¿la saben? Ver …. salles.
- A ver la segunda, “En el océano Pacífico se desarrolla un fenómeno oceánico y atmosférico que comienza generalmente alrededor de Navidad…” ¿qué es? La corriente de El … Niño.
La única que terminó respondiendo las preguntas, como siempre, fue mi abuela. Pepe asentía con su cabeza después de cada respuesta como alumno respetuoso en primer banco. Sin contentarse con esa tarea Beba nos pidió que escribiéramos en nuestros cuadernos qué queríamos ser en nuestro futuro.
De reojo vi que mi hermana escribió -Yo quiero ser una importante médica-
Me detuve un largo rato con mi lapicera en la mano hasta que se me ocurrió una idea para obtener esa expresión en la cara de mi abuela que tanto me divertía, y escribí Yo quiero ser vedette.
Las dos le dimos los cuadernos a Beba y después de un rato sonó el timbre. Mientras terminábamos de guardar nuestras cosas en los bolsos vi que Beba abría los cuadernos. Los labios se fruncían más que nunca al leer mi cuaderno y yo contenía mi risa. Mi abuelo bajó a abrirle a mi mamá que subió a buscarnos al departamento.
Después de una breve charla entre mis abuelos y mi mamá nos subimos al ascensor
-          Y, ¿cómo estaban los abuelos?, preguntó papá.

-          Creo que a mamá la vamos a tener que llevar nuevamente al cardiólogo. Estaba muy colorada y parecía nerviosa. No la vi bien. Ah, me dio los cuadernos. Dijo que las nenas escribieron algo .. que los leyéramos.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Umbral

Entré a lo de Fernanda resignada. Era la décima psicóloga que consultaba en menos de un año. Mi vida se había desbandando totalmente en los últimos 12 meses. Había paseado por todos los tipos de consultorios: con diván, con almohadones, con cuadros de Klimt, con cuadros de Van Gogh o de Dalí, con luz tenue, con paredes color pastel, con música de Enya en la sala de espera, con olor a sahumerio impregnado en los sofás. Había ya probado con hombres y mujeres, jóvenes y viejos, ultra psicoanalistas y cognitivos empecinados en devolverme el control sobre mi vida. Había experimentado con distintos medicamentos y hasta me había sometido a la histórica hipnosis sin conseguir ningún cambio. O al menos, ninguno que fuera positivo.
Desde chica tenía el hábito de hablar mientras dormía. No solo eso sino que había veces que caminaba en la casa, recorría las habitaciones, me sentaba en el living y despertaba al otro día durmiendo en el sillón o en el medio de la mesa del comedor familiar. Mi mamá había consultado varias veces pero siempre la tranquilizaban y le decían que no era nada malo, que era común hablar y caminar estando dormido. Ella insistió con distintos médicos y especialistas pero al tiempo decidió que lo mejor era no hacerle caso a su instinto y resignarse a creer lo que le decía el resto, pensando que tal vez con la ayuda de la maduración de por medio las cosas iban a mejorar.