miércoles, 29 de mayo de 2013

Consigna del objeto

La Máquina1

Hoy no voy a decir nada nuevo acerca de la máquina. Mi intención es, humildemente, hacer una descripción provisoria de ella. Tratar de compendiar algunas de las cosas que se han dicho para que, puestas una al lado de la otra, podamos tener una mirada de conjunto.

Describir a la máquina –aunque ese es uno de sus tantos nombres, como ya veremos, llamémosla así para simplificar– es una tarea ardua. Nadie la ha visto nunca, pero todos la conocen. Es única e irrepetible, pero está en todos lados. Se ha dicho que está en el Himalaya, en Afganistán, debajo de los subterráneos de China, en un taller clandestino del Once, en un sitio que sólo el Pentágono sabe, en un sótano sucio de Egipto…

Empecemos, entonces, por lo que sabemos. La máquina es más bien rectangular. Tiene dos lados de metal de color naranja. De alto no mide más de un metro. A lo ancho medirá aproximadamente unos sesenta centímetros. En la parte de arriba tiene una cinta transportadora. Su mecanismo es simple. Es un juego de tres poleas que suben y bajan y que pueden adquirir diversas velocidades. Estas poleas no están a la vista. Para ver su funcionamiento hace falta sacarle las tapas de los costados y los únicos capaces de hacer eso son los que tienen la llave, los del servicio técnico. Su motor funciona a base de grasa animal.

Nadie sabe a ciencia cierta qué produce la máquina. Se han dicho tantas cosas que pareciera difícil afirmar algo sobre el tema. Se ha dicho que la máquina produce oro, agua, maniquíes, miedo, tablas de surf, salchichas, otras máquinas, poesía. El catálogo sería infinito, por lo que me gustaría rescatar las tres hipótesis que considero más serias al respecto.

La primera es la que aparece en el libro La máquina significante2, según la cual el teórico lacaniano Alain Verdiau afirma que la máquina “no produce otra cosa que sí misma”. Y luego remata: “la máquina es apenas una metáfora”. En segundo lugar, me gustaría mencionar la peculiar hipótesis del sociólogo alemán Johan Schwarzkopf2 sobre la producción de la máquina, que ha causado mucho revuelo en su momento y que con igual énfasis pasó al olvido. Según su tesis, desarrollada en un maravilloso ensayo de más de 500 páginas –que hoy se puede encontrar en las mesas de saldo–, sostiene que la máquina existe –esto es luego retomado y refutado, sin siquiera citarlo, por Verdiau–, pero “no produce absolutamente nada”.

La tercera versión, la más popular, es que produce unas pequeñas chapitas de metal, redondas, de medio centímetro de diámetro, de un espesor de no más de un milímetro o dos, lisas, que pasan luego a una segunda máquina en donde son procesadas para formar parte de otro elemento un poco más grande, el cual a su vez pasa luego a una tercera máquina y después a una cuarta y a una quinta.

Esta versión, que es la que aparentemente más se ha acercado a la verdad, es, como las demás, incomprobable, ya que los operarios de la máquina uno no tienen ningún tipo de contacto con los operarios de la máquina dos, así como los operarios de la máquina uno tampoco saben de dónde proviene la materia que ellos procesan. Dado que todo lo producido llega y sale directamente por un tubo de aluminio –en esto todos los testimonios recopilados coinciden–, imposibilitando al operador saber a dónde se dirige y de dónde viene lo procesado. Los que sostienen esta hipótesis de la cadena de producción dicen, atinadamente, que todos los individuos del mundo tienen por lo menos un objeto proveniente de la máquina.

Por último, me gustaría referirme al régimen de trabajo de los operarios. El régimen de trabajo es tortuoso, aunque simple. La tarea consiste en velar por que la máquina no se detenga nunca. Si bien hay una perilla que dice on -perilla hacia arriba- y off -perilla hacia abajo- (único elemento a simple vista sobre el cual el operario opera), siempre está puesta en on y nadie la vio jamás puesta en off. En cuatro turnos de 6 horas cada uno, el operario no puede levantarse de su asiento. Una de las demandas históricas del gremio ha sido la de poder ir al baño, aunque el SUOMA (Sindicato Único de Operarios de la Máquina y Afines –sindicato creado “por las dudas” por la OIT y que además está en el Libro de los Guinness por ser el sindicato con menor número de afiliados de la historia, con cero afiliados–) nunca ha hecho los esfuerzos suficientes para ello. Ni siquiera han podido hacer huelgas, ya que habría que detener la máquina y nadie sabe qué consecuencias acarrearía ello. En caso de que la máquina se detuviera –Dios no lo permita–, el operario debe llamar inmediatamente al servicio técnico y salir del lugar en no más de siete segundos. Pero en todos estos años nunca ha hecho falta.

Cada operario tiene su respectivo suplente. Si uno falta por X razón debe reemplazarlo el suplente, que estará siempre listo. El contrato de los operarios tiene una duración de un año y es renovado por decisión de la empresa. El operario que más duró en el puesto estuvo 52 años, 7 meses, 23 días, 5 horas y 34 minutos al mando de la máquina y pasó por los cuatro turnos, hasta que lo encontraron durmiendo sobre la máquina y fue inmediatamente despedido y reemplazado por su suplente4.

Hay quien dice que la máquina ha tenido un nombre por cada operario que la ha manejado, todos secretos. De ahí que llamarla “la máquina” –licencia que me permití al principio de este trabajo– sea, aunque involuntariamente, un capricho. La máquina tiene, en realidad, tantos nombres como operarios.

Como datos de color -para las señoras de la sala- podría decir que se comenta –extraoficialmente– que algún que otro operario se ha enamorado de la máquina, y hasta se habla –siempre extraoficialmente– de operarios que fueron encontrados en situaciones "comprometidas" con ella.

En la actualidad se puede hablar de un boom de la máquina. Hace no muchos años ha nacido en algunas zonas del sur de Brasil, posiblemente proveniente de países nórdicos, una secta que rinde culto a la máquina. Y hace pocas semanas, como todos ya saben5, le han llegado propuestas al papado para erigirla en santa.

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(1) El siguiente texto fue presentado en el “IV Congreso Internacional de Objetos Curiosos” llevado a cabo los días 7, 8 y 9 de agosto y 21 y 22 de noviembre de 2012 en la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires y rechazado por el comité organizador “por no cumplir con las condiciones estipuladas”. El texto que aquí se publica por primera vez es la versión completa de aquella ponencia.
(2) Verdiau, Alain, La máquina significante (Trad.: Lucas G. Antona), Paidós, Barcelona, 2007.
(3) Schwarzkopf, Johan, Enciclopedia Universal de las Máquinas (Trad. Roberto Nazo), Nueva Visión, Buenos Aires, 1999.
(4) Ver: Ámbito Finaciero del 5/4/1985.
(5) Ver: Clarín, Página/12, Ámbito Financiero, Crónica, todos del 31/7/2012.

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