Utilicé el truco que uso siempre.
Mientras estaba mirando la ropa le rocé la mano con mi mano. Es sutil, un
contacto fugaz. Pero el efecto es como si pusieras los dedos en el enchufe. El cuerpo
se estremece, algo se mueve adentro, en el alma, digo, y solo con eso se
produce una conexión instantánea. Es un clic.
Nos pusimos a hablar, ya no recuerdo
de qué, creo que de la ropa o del frío que hacía. Su rostro era joven, sin
arrugas. No se reía nunca. Movía mucho las manos. Tenía una remera negra, un
jean oscuro y la piel blanquísima. Los ojos eran verdes.
No le pudo vender el pullover a
José Luis y yo no encontré ninguno que pudiera pagar. Nos fuimos juntos caminando
un par de cuadras. Cuando llegamos a la esquina en la que cada uno tomaría su
camino, le pregunté si quería tomar algo en un bar. Aceptó.
Sin darnos cuenta, estuvimos tres
horas charlando. Tomamos dos cafés cada uno y ella se pidió medialunas. En un
momento de la charla me dijo que le hacía acordar a alguien. Sonreí, no sé por
qué. Cuando empezó a anochecer la invité a casa.
La heladera estaba semivacía, pero
a ella no le importó. Me dijo que tenía experiencia en eso y que, con lo que
hubiera, prepararía algo. Había arroz y patys.
La comida estuvo exquisita. Cuando
terminamos de comer, nos miramos y nos besamos. Pero el beso se interrumpió de repente
porque ella comenzó a reírse a carcajadas. Era la primera vez que se reía en
todo el día y fue como si la risa se le desbordara. Le pregunté por qué se
reía, pero me volvió a besar, riéndose. Cuando dejó de reírse me miró y me dijo
que era muy parecido a su hijo y me acarició la cara. Después me desnudó con
sabiduría. Yo, en cambio, me moví con torpeza. Tardé bastante en desabrocharle
el corpiño, hasta que tiré demasiado y lo rompí. Me amamantó en sus pequeños pechos.
Luego se acostó boca arriba y me pidió que me pusiera encima de ella. Apoyando sus
manos en distintas partes de mi cuerpo dirigió cada uno de mis movimientos. Me
moví al son de su compás.
Estuvimos acostados un rato,
mirando el techo en silencio. El cuarto estaba a oscuras. Ella se levantó de la
cama, fue hacia su bolso y sacó el pullover que no pudo venderle a José Luis. Me
pidió que me lo pusiera. La propuesta me pareció ridícula. Le respondí que no me
hacía falta, que no tenía frío. Pero ella insistió y accedí. Me pidió si me lo
podía poner ella. Mientras me lo ponía, percibí del lado de adentro del
pullover un olor extraño, a la vez perfumado y repugnante. Quedé desnudo con el
pullover puesto. Prendí la luz para verme en el espejo. Me quedaba perfecto. Dijo
que a su hijo le quedaba apretado, que me lo regalaba. Iba a sacármelo, pero me
pidió que apagara la luz y me acostara así con ella. Me abrazó, puso su cara
contra mi pecho y se largó a llorar. No supe que estaba llorando hasta que palpé
la humedad en su cara. Su llanto era idéntico a su risa. Mientras lloraba, me
dijo que su hijo estaba muerto. Lo primero que sentí fue asco, pero la abracé
fuerte y le acaricié el pelo. Me contó que esa mañana había estado en el
cementerio. Le había pedido al sepulturero que abriera el cajón donde está el
cuerpo embalsamado de su hijo. Le ofreció bastante plata y el hombre aceptó sin
dudarlo. Era una práctica común, según me dijo. Quería cambiarle la ropa. Le
había tejido otro pullover y quería ponérselo. Nos quedamos en silencio y
terminamos durmiéndonos.
A la mañana siguiente se había ido. Yo seguía desnudo con el pullover
puesto. Me levanté y me miré en el espejo otra vez. Las piernas un poco
torcidas; el miembro colgando entre los pelos; el torso cubierto por el
pullover de un muerto; la cabeza despeinada. Y un agujero a la izquierda del
pullover, debajo de la axila. Un balazo, pensé.
Quería encontrarla, volver a
hablar con ella. Llamé a mi amigo y me dijo que no sabía dónde vivía ni tenía ningún
teléfono para ubicarla. Quise preguntarle si sabía algo del hijo, pero no me animé. Le
pregunté si quería un pullover. Me dijo que se lo llevara, que tenía que verlo.
Apenas lo vio le encantó. Se lo
vendí y con esa plata me compré otro que era muy parecido, pero sin historia. Me
lo llevé puesto.
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