Sábado a la tarde. Clásico momento de jazz en el comedor diario de mi
casa. Mi padre leyendo en su sillón. Mi madre en la cocina pidiendo que baje el
volumen de la música.
Yo atravesaba la puerta de entrada. Volvía de mi tarde deportiva en el club
cargando mi bolso, y ya desde lejos divisaba la conocida escena. Me apuré a
contarles el resultado de mi partido de hockey para poder internarme
rápidamente en mi mundo: las cuatro paredes de mi cuarto.
Subí las escaleras con las pocas fuerzas que me quedaban y ni bien entré
a mi cuarto apreté play en mi doble cassettera JVC. Unos acordes y empezaba a
escucharse la voz de Gustavo Cerati cantando su DIETETICO. Mientras
sacaba la ropa sucia de mi bolso, esa palabra me resonaba … es que mi semana
había sido dietética, para que llegado el momento en que me pusiera el pantalón
nuevo, el botón cerrara y todo quedara adentro
“Somos un conjunto dietético buscando el paraíso estético” decía
Cerati … y yo dejaba pasar la estrofa esperando mis partes favoritas “sacude
tu cuerpo libre..” “el régimen se acabó” repetíamos los dos.
Esa noche iba a salir con un chico que me presentaría mi amiga Sandra.
Metí mi cabeza en mi placard buscando el conjunto de ropa que tenía en mente
mientras viajaba en tren de vuelta a casa … Ahí estaba: la blusa blanca y el
pantalón rosa salmón nuevo. Dejé todo arriba de la silla de mi escritorio y me
tiré en la cama para seguir escuchando música. Terminaba DIETÉTICO y empezaba NO SE
DESESPEREN …”todo va a salir bien” decían los Abuelos de la Nada … Y
eso era lo que yo esperaba… estaba ansiosa por ver cómo sería ese tal Fernando
que me iba a presentar Martin, el novio de mi amiga Sandra, con el que íbamos a
ir a bailar a AMNESIA.
Sin embargo, en esa instancia me preocupaba mucho más cómo me vería él a
mi, … mientras me cambiaba de ropa abría la puerta del placard para verme en el
espejo entero, ritual ineludible. Subí el cierre y el botón de ese nuevo
pantalón contuvo todo …. El espejo no mostraba el cuerpo de las chicas de la
publicidad de Hitachi que todos los varones de mi edad comentaban … Tampoco
parecía la flaca de Soda Stereo a la que le faltaban vitaminas. Era yo, una
chica de 17 años, no muy alta y con algún que otro relleno proveniente de todas
las vitaminas que mi madre se encargaba de proveer en sus ricas comidas.
La tarde se terminaba y en mi ventana ya casi no había luz, me quedaban
unos minutos antes que mi madre me llamara. En mi JVC sonaba ahora MIL
HORAS y yo aprovechaba a sacar una especie de despecho femenino cantando
esa parte que dice “loco, estás mojado, ya no te quiero …”
Como todas las noches llegaba ese momento que interrumpía mi escondite:
la cena.
Mariana, mi hermana mayor, no podía ser molestada. Ella preparaba su
parcial de COSTOS II, y Agustina, la menor, todavía jugaba a las muñecas. La
mesa la ponía yo, un trámite que entorpecía mis preparativos de ese sábado
El único atractivo de bajar las escaleras era el olorcito a arroz con
pollo. Terminaba mi tarea de armar la mesa familiar mientras mi padre se
sentaba y mi madre llamaba a mis hermanas
Todos nos sentábamos y se iniciaba el intercambio familiar. En esos días
el principal tema eran las elecciones, las primeras después de tantos años y
mis padres hablaban de los radicales con la intención de influir en mi hermana
Mariana para quien ese año iba a ser su primer experiencia de participación
ciudadana. Yo escuchaba y a pesar de no entender demasiado bien la disputa
política, sentía una necesidad de cambio, de una vida más libre.
Surgió también el tema de la elección de mi carrera: “¿Todavía seguís con la idea de
estudiar derecho en la UBA?,
preguntaba mi madre. “Sí”, contestaba yo a secas, y con la cabeza puesta en mi
pantalón y en mi salida… Mi padre agregaba “Vas a tener problemas en la facultad del
estado, igual que le paso a los que estudiaron en el 70”
La dieta estaba en todos lados, incluso en el menú de facultades posibles
que se ofrecían en mi casa, pero no tenía ganas de discutir ese día. Quería
disfrutar de la rica comida y pensar en mi programa con el nuevo candidato.
Mariana asentía cada palabra de mis padres. Ella iba a la Universidad
Católica Argentina, que estaba primera en lista del menú familiar ….
Agustina daba vueltas a su pata de pollo tratando de buscar excusas para
no comer, … una práctica usual en ella.
“Ya estoy decidida. Es lo que voy a estudiar y la UBA me parece el
mejor lugar”, dije antes de comer mi último bocado. Los ruidos de los
cubiertos contra los platos ocuparon unos cuantos minutos. Cuando todos
terminaron, apuré la retirada de los platos, como una necesidad de escaparme a
tanta mirada molesta de mis padres.
Pero ni bien me levanté con los cinco platos en mis manos, escuche a mi
padre: “¡Esos pantalones te quedan demasiado ajustados!”
Apoyé los platos en la cocina les
dije que me iría a preparar. Me buscarían en una hora y quería maquillarme.
“Voy a la fiesta del club con Sandra”, les dije…. El club
también entraba en la lista del menú familiar. No así el lugar donde realmente
iría. Un boliche en Vicente López al que sólo entraban los mayores de 18:
AMNESIA.
Pero finalmente sonó el timbre y yo salí feliz con la cédula de mi
hermana y mi pantalón ajustado … a sacudir mi cuerpo libre e intentar vivir una
noche no tan dietética.
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