Suena el timbre. Es Sandra que
me espera en el auto.
Me acomodo la peluca, busco
el cepillo nuevo y lo paso despacio. Miro en el espejo unas ojeras nuevas. No
me acostumbro a mi nueva apariencia. Lo único bueno es que le dije adiós a mi
piel grasa.
Me pongo el saco y guardo la
credencial en el bolsillo. Llevo mis últimos estudios en una bolsa. Salgo y me
subo al auto de Sandra.
-
Buenas. ¿Cómo va eso?.
-
Todo bien- le digo, evitando hablar de “eso”.
Es
que eso es mi enfermedad. La estoy batallando hace nueve meses. Y digo
batallando porque recuerdo la explicación que mi abuelo daba acerca de la
diferencia entre una batalla y una guerra. Él decía “podés ganar alguna que otra batalla pero eso no quiere decir que ganes
la guerra, la guerra la gana el verdadero poder”.
Lo
que no tengo claro es quién es el poder, o si tengo un enemigo a quien ganarle.
Sandra
enciende la radio bajita. Me mira de reojo para buscar aprobación. Todos me
miran de reojo, no sólo Sandra. Yo miro para otro lado y bajo un poco la ventanilla.
_
¿Tenés calor?, me pregunta.
-
No no, sólo un poco de aire.-, digo con el
saco puesto. No quiero que también mire de reojo las huellas de pinchazos en el
brazo izquierdo, así que prefiero bajar la ventanilla.
-
Si no te gusta esta radio, cambiala, eh.
-
Está bien Sandy, me dan todas lo mismo-, le
contesto
En realidad no escucho. Cuando
pongo música lo hago para hacer ruido de fondo. Al único que todavía escucho es
a Bob Marley. Parece que encontré en el reggae cierta sintonía. Mis hijos no
protestan cuando suena, no sé si es porque se van a sus cuartos y desde allá no
se escucha o porque ya nadie se queja por lo que hago o dejo de hacer.
Sandra maneja distinto, con
más cuidado, como cuando uno lleva a un bebé.
-
Me contó la esposa de un amigo de Edu que hay
un foro muy bueno para mujeres con cáncer de ovario. ¿Vos probaste meterte en
alguno?.
-
¿Foro?. No. La verdad es que no quiero hablar
con gente desconocida.
-
¿Estás mirando mucha tele? ¿Te enganchaste
con alguna serie?
-
No. Miro todo tipo de documentales. Me gustan
los turísticos. Y también los programas de cocina.
Lo
que no le digo a Sandra es que las películas y las series me angustian. Se lo
dije a mi psicóloga y ella me preguntó si me estaba costando la realidad. En
esa pregunta terminó la sesión de ese día.
-
¿Seguís yendo a terapia?
-
No, el otro día me preguntó algo que no tuve
ganas de contestarle y le dije que quería dejar. No estoy yendo.
-
La verdad es que estaría bueno que fueras. ¿y
ese método Crescenti?
-
Hoy empiezo una droga nueva, mucho más fuerte
.. no sé Sandy. Trato de confiar en mi oncólogo. Ahora no quiero pensar en otra cosa más.
Tampoco
le digo a Sandra lo mucho que me molesta que todos me sugieran tratamientos.
-
Va a salir todo bien. Mientras esperás tu
lugar en la sala yo te compro el heladito.
El
helado me evita las llagas que provocan esas malditas drogas en mi boca.
Venenos que no sé cuánto tiempo voy a aguantar.
Vamos
al estacionamiento de siempre. Sólo que ahora no llego con mi auto, ni con mi pelo.
El dueño del garaje me reconoce. Se esfuerza en su amabilidad conmigo. Me abre
la puerta. Me ayuda a bajar. Me doy cuenta que me ve cada vez más flaca y
demacrada. Lo sé porque desde que estoy enferma la expresión en las caras de la
gente son como un espejo. Digan lo que digan, ya antes de hacerlo recibí el
mensaje. Será por eso que no quiero escuchar. Creo que los demás tampoco
quieren escucharme a mí. Ayer le dije a mi hija mayor que mirase como cocinaba
porque si no esa receta que se venía repitiendo en la familia, se iba a perder.
Ella se enojó y se fue a su cuarto. – ¡No digas eso, ma! Me voy a repasar para
el parcial del viernes- Pienso todo eso
mientras camino hacia el hospital con Sandra. Ella camina más despacio que lo
normal. Yo me distraigo y una persona casi
me lleva por delante. Me tambaleo un poco y me asusto pero Sandra mucho más.
-
¡ Pero usted no se da cuenta … tenga
cuidado!, le grita Sandra
A mí lo único que me preocupa es que no
me saquen la peluca de un manotazo.
Entramos
al hospital, tomamos el ascensor y llegamos al segundo piso. Caminamos por ese
pasillo que cada día odio más. Está terminando el turno anterior. Van saliendo
algunos. Me recibe la enfermera, Nancy.
-
¿Cómo estás princesa? Hoy empezás el nuevo
tratamiento. Tenés que firmar unos papeles antes. Por lo de la droga ¿te
acordás, amor?
Nancy se convirtió en un
personaje esencial. Confío en su habilidad para encontrar mis venas. Al
principio me molestaba su estilo, pero ya me acostumbré a que me llame “princesa”
y que me diga “amor”. Es a la única que se lo dejo pasar. Firmo el consentimiento para la nueva droga y
paso al sillón.
Entra Ricardo. A él no le
gusta que le hablen. Lo saludo apenas con la cabeza. Llega Mabel y me da beso y
abrazo.
-¿Cómo estás hermosa? Hace
mucho que no te veía.
Todos se piropean de más. Es
parte del lenguaje cáncer.
-
Bien, le digo. Empiezo con una nueva droga
hoy. ¿Vos?
-
Espectacular,
me contesta. Estuve en Rosario con el Padre Ignacio. Me dio muchas
fuerzas.
-
Yo estuve hace dos años. Sí, es impactante.
-
Cuando termine con estas sesiones voy a ir a
ver la virgen de Salta, dice Mabel.
A mi
creer en milagros me confunde. Trato de no mirarla para que no siga con el
tema.
-
¡Trajiste compañía nueva veo!
-
Si, mi amiga Sandra. Ya cansé a toda la
familia.
Me acomodo y veo el sillón de
enfrente vacío. Me corre un frio por el cuerpo.
Mabel me mira y me dice -
¿No te enteraste? –
Patricia era una mujer
hermosa. Y que quede claro que no es fácil ser hermosa en estas instancias.
Ella lo era. Me gustaba tenerla enfrente en mis sesiones. La noticia me impacta
mal. Muy mal.
-
Voy a comprarte el helado y te traigo alguna
revista, dce Sandra.
-
Primero hacete un café en esas máquinas que
hay en el fondo del pasillo. Salen ricos. Eso me dicen en casa. Y cuando volvés
traes el helado.
Llega
Nancy con todos los implementos. – A ver
si nos relajamos que hoy voy a encontrar una linda vena...-
A
veces pienso que habla sola y dice estas cosas para convencerse de seguir en
este trabajo. Admiro que quiera hacerlo. Pero no la entiendo. Además las venas
no son lindas. Y menos las mías que están cada vez peor. Trato de pensar en
otra cosa, pero mientras Nancy hace su trabajo mi cuerpo empieza a arder desde
esa linda vena que Nancy encontró. El calor pasa por todo mi cuerpo que parece
querer estallar. Se me cae una lágrima y la miro fijo a Nancy.
-
No, Nancy, No quiero. No quiero más. Me
quiero ir.
-
¿Qué dice mi mejor paciente?.
-
Te estoy hablando en serio Nancy. Sacame todo
ésto. Quiero que llames al Dr. Kroner. Traeme el consentimiento. Me voy.
Ricardo levanta la vista por
primera vez. Mabel me mira asustada.
Sandra llega con su el torpedo de frutilla.
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