Ayer llegamos a lo de la tía Pipa. Tuvimos que
viajar doce horas en avión, cruzar todo el océano, tomar un tren para, al fin,
llegar. Por suerte, voy a faltar una semana al colegio. En total, tres semanas
de vacaciones. Mamá habló con la maestra y le explico que veníamos a visitar a
la tía Pipa y que bueno, que me dieran tarea extra para esos días. Marcos no
tiene tarea extra. Dicen que todavía es muy chico. Pero yo ya me encargué de
hacerle su cuaderno para las tardes que llueva. Por las dudas.
Todavía no salimos a recorrer la ciudad. Solo
bajamos con mi prima y Marcos un rato a la playa hoy a la mañana. Tuve que
taparle los ojos a Marcos porque las mujeres acá no usan corpiño. Mi prima dice
que es normal. Me explicó que así como los chicos no usan corpiño, acá las
chicas tampoco usan.
“Pero algunas sí”, le dije yo señalado
discretamente un par que pasaban caminando. Y también ya aproveché para
avisarle que en Argentina todas las chicas usan corpiño en la playa. Y que el
cuerpo es algo privado.
“Intimo”, me corrigió.
“Sí, íntimo”, aseguré en seguidita.
“Ya, me respondió, pero eso ya es cuento”.
Tratando de entender el último comentario de mi
prima mayor se me olvidó que Marcos estaba con nosotros y en uno de sus
forcejos por irse a la orilla, se me escapó. Creo que igual no prestó mucha
atención a las mujeres desnudas. Capaz que para él también es natural, pensé.
Si total, siempre vio las tetas de mamá y las de la tía Chicha, que tiene un
bebé recién nacido y cada vez que llora, la tía saca la teta y se la pone en la
boca. Y dice: “Remedio santo y sanseacabó”. A mi no me parece tan simple, pero
ella insiste en que el pobre tiene hambre y así está con los mofletes que le
explotan de leche. Pero así es la tía Chicha.
“Marcos, Marcos”, le grité pero ni caso ya
estaba revolcado panza arriba en la arena y Laura (así se llama mi prima) iba
atrás de él. Mientras lo embadurnaba con protector y le ponía los brasitos yo
saqué mi toalla de Daisy, recientemente adquirida para la ocasión, y la extendí
sobre la arena. No había mucha gente que digamos así que tranquilo. Al lado
nuestro había una vieja, sin corpiño fumando un cigarrillo, con anteojos de sol
bien puestos. Y no pude evitar verle los pezones oscuros, caídos, unas manchas
ovaladas sobre la teta tostada y todo medio arrugado y llenas de líneas finitas
estirándose y revolviéndose por la panza, las tetas, los pezones, hasta que un
brazo se me cruzo por la mirada y era la mano que iba a la boca y el cigarrillo
y el humo y decidí mirar hacia otro lado. Más abajo, en el mar, había otras dos
chicas, un poco más grandes que Laura, también a pleno tetas. Una estaba medio
gordita y tenía un par que se le iban para el costado. Los pezones estaban más
rosaditos que los de la vieja, pero eran igual de grandes. Y la otra parecía
chiste, tenía unas tetas chiquitas, como dos montículos de arena en cada
costado. Las dos estaban dele que dele charlar y hacían gestos con las manos y
agarraban el agua que venía y se les escapaba entre los dedos, todo mientras
hablaban y se tocaban el pelo y después se ponían un poco de agua en el cuello,
de lo más natural. En eso mi prima me llama, que era mi turno para el
protector. Odio el protector. Odio sentir la viscosidad de la crema y el
pegoteo de la arena pero ya sé qué no hay protesta que sirva. Así que me puse
mi gorra y me sometí obediente al manoseo obligado.
“Un poco para las mejillas”, decía mi prima,
“otro poco para la espalda”, como si tuviera tres años. Mientras trataba de
pensar en otra cosa, dejándome manipular por los masajitos torpes de Laura, vi
otro grupo de chicas que estaban desparramadas en las reposeras repartiéndose
galletitas y cocas y cigarrillos de acá para allá. Algunas tenían puesta la
parte de arriba y otras no. Osadas. Pero más curioso aún, había una que se lo
estaba poniendo. Me quede mirando sin entender muy bien eso. ¿Y por qué si no
tenía corpiño no lo tenía todo el tiempo, eh? Rarísimo. Ponérselo un rato,
sacárselo otro rato. Poca determinación, pensé casi indignada. Y le pregunté a
Laura porqué eso, y me respondió con hombritos levantados, un: “Vete a saber tú, anda ya al mar que yo me voy
a quedar acá un ratito. Ve con Marcos”.
Con un poco de fiaca y otro poco de rencor, agarré
el balde y la pala y me fui con Marcos. Armamos castillitos y nos metimos al
mar que estaba bastante frío y con piedritas que pinchaban. En eso veo que Laura
estaba de espaldas y las tiritas del bikini sueltas sobre el pareo. Seguro que
Laura también hacía topless. O no se animaría a hacerlo del todo. Una en
transición. Otras tibias. Otras superadas.
Seguimos jugando con Marcos que ni se daba por
enterado de las tetas, los pezones, los conos, los círculos, los ovales, las
blancuras y negruras de los pechos al viento. Quería que Isabel esté conmigo.
Seguro que ella hubiese tenido algo para decir del asunto. Ya le contaría al
regreso. Y también pensé en las tetas de mamá y en las de la tía, ni que hablar
de las de la abuela. Y ya quería dejar de pensar en todo eso cuando una pareja
se puso al lado nuestro y mientras ella se ponía protector él miraba el más
allá, como si nada, como si fuese algo de lo más natural andar en cueros, como
dijo Laura.
“¿En cueros?”, repetí yo
“En pelotas”, dijo y se rió.
Ya me parecía a mí que se moría de ganas de
cumplir 17 para irse a tomar sol solita y en cueros. Pero claro, no se lo dije.
Tampoco le dije lo que dirían mamá y la tía. Por suerte, papá y el tío Carlos
se habían ido a trabajar unos días fuera de la ciudad. Tener que pasar por la
vergüenza de ver todas esas tetas como en vidriera, con papá y el tío Carlos tomando
mate abajo de la reposera hubiese bastado para arruinar mis añoradas vacaciones
en la orilla del mediterráneo.
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