domingo, 27 de julio de 2014

MAL CLIMA


Gustavo sube el volumen de la tele. Mira a una mujer rubia y alta, de unos sesenta y largos, que dice: Mañana y mediodía con lluvia intensa. Para la tarde y la noche se esperan lloviznas aisladas. Vientos leves del noreste con una temperatura máxima aproximada de quince grados …

Se sienta y la mira de costado, cubriendo la tostada con su mermelada favorita. Mastica despacio y toma su café con leche. Empieza el lunes en ese desayuno frente a la rubia que le dice que hoy se va a mojar. La mira fijo.

 -¡Ja! ¿Simpática ahora no? Debés haber jodido a unos cuantos como yo … pero ahora no, ahora sos popular porque te mira la gente antes de salir a laburar … ¡basura!-, le dice Gustavo como si realmente la tuviera en frente. Guarda los medicamentos nuevos, cierra su maletín y sale.

Le va a costar la largada de la semana. Esa rutina que cada vez se le hace más difícil arrancar. Tan difícil como su Fiat Regatta. Se sienta en el auto y revisa su agenda. Toca la zona de Palermo. Unos cuantos consultorios para visitar y un objetivo: insertar en el mercado el nuevo tópico contra la rosácea. Sale a la calle y se sienta en el auto con paciencia. Quizás debería darle crédito al vecino que dice que el problema del arranque es una bujía en corto. Lo intenta una y otra vez hasta que lo escucha. Pone  primera.

Empieza su recorrido por el consultorio del doctor Ferraro. Llega y le da charla a la secretaria. Está harto de hacerse el simpático. Le cuesta más que el año pasado y mucho más que el anterior. No sabe cuánto tiempo va a aguantar sentarse en las salas de espera al lado de los pacientes hasta que a los médicos se les ocurra decirle … pasá Gustavo … pasá que tengo un hueco. Nunca quiso un hueco como su lugar de trabajo. Todavía trata de entender en su terapia semanal qué fue lo que lo llevó a dejar la carrera de medicina.

 Sigue con la lista de consultorios, una sala de espera atrás de otra. Descanso al mediodía para comer su plato de los lunes en Marycarmen. Se sienta y se acerca Mary.   -Buenas. La entraña con fritas y el vasito de vino, Mary. Se distrae un rato con la tele aunque se cansa de mirar para arriba y busca el Clarín. Come el flan, paga y vuelve a la lista. Le quedan pocos médicos para la tarde. Los visita. Alaba el nuevo invento contra la rosácea. Siente que actúa, pero sigue haciendo el esfuerzo.

Vuelve a su departamento. Abre la puerta y tira el maletín al sillón de la entrada. Se da una ducha, cena y mira televisión.

Ahora es martes y Gustavo se sienta a desayunar mirando a la rubia desabrida, que hoy le dice, Mañana con algunas lloviznas. Mejorando al mediodía con temperatura y humedad en descenso. Vientos rotando hacia el oeste. …

La mira de costado y come la tostada alternando con el café con leche. –Murillo hija de puta, me hiciste odiar geografía-, masculla después de apoyar la taza. Empieza el día frente a la cara de nada que le arruinó su paso por el secundario y que le dice que se tiene que abrigar. Suspira y busca su campera Columbia. Ese fue el último regalo que le hizo su padre, además de la pistola calibre 45 que le confesó no haber devuelto cuando se retiró de la policía federal.

Cierra la puerta del ascensor y tarda un rato en encender el auto. Se frota sus manos mirando las muestras que hoy lo van a acompañar por la zona de Belgrano. Planea almorzar alguna pasta en Mimí para después ir a su terapia y aprovechar los pocos consultorios que le faltó visitar ayer en la zona que él llama Villa Freud.

 

 

Se recuesta como siempre mirando de reojo ese adorno extraño que parece un Dios inca o algo así, con un sol arriba de la cabeza. Supone que todo tiene un significado ahí adentro.

-              Bueno cuénteme acerca de esos momentos en los que usted dudó que podía llegar a ser médico. ¿Fue en el examen de Patología II, no? le pregunta la licenciada Abud, haciendo sus usuales movimientos de rotación con el pie derecho.

Gustavo piensa que todos los pacientes le importan un carajo. Que esta Abud se divierte con su depresión. Le cuesta volver sobre esos temas. Respira profundo y empieza.  - Creo que viene de  mucho antes. Fui un buen estudiante en primaria. Pero en secundaria … no sé ..

-              ¿Qué le pasó? ¿Alguna candidata que no le dio bolilla?

Le da odio que todo lo pueda circunscribir a un problema hormonal. Trata de acordarse y le dice, - Puede ser. No sé. Quizás si me pudiese haber levantado a Silvita, que me volvía loco … pero esa hija de puta de la profesora de geografía me hacía ir al frente todas las clases y me ponía en ridículo siempre. Tenía una fijación conmigo-  dice Gustavo. Me acuerdo que me decía . A ver mi querido alumno si hoy puede dar una lección como la gente. Yo empezaba mientras mis piernas temblaban porque sabía que no había vez que ella no me interrumpiera diciéndome Eso no es lo que yo di para hoy.. Yo miraba a mis compañeros buscando apoyo, porque sí era lo que había que estudiar para ese día, pero nadie se animaba a saltar y defenderme. Todos miraban para abajo cosa de no tener que pasar al frente. Me ponía un uno y decía… Medina.. 

-              ¿Quién era ese medina?, le pregunta la psicóloga y anota.

-              Medina era el sabelotodo de la clase que no tenía que estudiar porque vivía encerrado leyendo en su casa, así que cualquier tema que fuere él podía dar lección.

. ¿ Y a usted no se le ocurrió decirle a sus padres que se quejaran en el colegio?

Ahí es donde Gustavo piensa que no lo entiende. Que realmente ella supone que él se deprime de nada. Que todo podría haber tenido solución. En este momento la odia. Trata de levantar su cabeza para buscarle la mirada. -¿Quejarse?, le dice -Esas son cosas que pasan ahora. Antes nadie se quejaba en el colegio. Además, ¿qué le iba a decir a un papá policía que pensaba que las cosas se solucionaban a los tiros? ¡No!. Mi mamá se daba cuenta que tenía mis días en que se me brotaba toda la cara. Esas eran las veces que pasaba al frente y que volvía con toda la bronca a casa. Para peor la maldita Murillo ahora trabaja en un noticiero y la veo todas las mañanas. ¡Hasta sonríe ese mal bicho!.

-              Pero a ver, discúlpeme, ¿no?. Usted … entiendo que la detesta y me dice ahora que la mira todas las mañanas. ¿No puede mirar otro canal?. ¿Otro pronóstico?, Clava los dedos en su flequillo largo y se lo tira para atrás. Gustavo la mira y le encuentra algún parecido con la Murillo. Quizás le está encontrando algo parecido a todas las rubias, o a  todas las mujeres. Su enojo lo está confundiendo y no le puede responder. Sólo respira agitado sin mirarla ni a ella ni al Dios inca, ni a nada. Se queda en silencio.

-              Esta semana lo noto muy angustiado. No se olvide de tomar la medicación que le dio el psiquiatra. Siga con eso, eh. Y me gustaría que venga una vez más. ¿Este jueves le queda bien?

 

 

Gustavo promociona la solución para la rosácea por Villa Freud y se vuelve a su departamento de Caballito. Entra y arroja el maletín que cae en el sillón con la exactitud del movimiento repetido. Abre la ventana que da sobre la Avenida Gaona y mira al Cid Campeador. Le envidia ese brazo en alto de victoria mientras se dice  que mañana será otro día.

Llega la mitad de semana. Se empuja de la cama y camina hacia el comedor. Aprieta el botón del control remoto. Escucha el ruido del salto de sus dos tostadas. Las busca y las unta mirando a la Murillo que mueve la vara sobre el mapa en el noticiero del trece. Escucha Cielo despejado con brisas frescas. Viento del noroeste. Doce grados de máxima …  Se la queda mirando después de terminar su desayuno, Abre su agenda en el miércoles para revisar la lista de hoy, pasa al viernes y dibuja el rostro de la mujer que le ocupa casi toda la hoja tapando parte de la lista de ese día. Vuelve al miércoles y lee los apellidos de los médicos. Hoy va a andar cerca, por Almagro.

Entra al auto y mientras hace varios intentos para hacerlo arrancar, se da cuenta que olvidó tomar el antidepresivo. Es que en realidad el otro día le hubiese querido decir a su psicóloga que no quiere tomar más Prozac. Que le aparecen manchas rojas en la cara y le hacen acordar a sus días en el secundario.

 Pone primera y arranca su rutina. Llega a lo del Doctor Guzmán y la secretaria, después de manguearle alguna crema de su laboratorio le hace un lugar entre dos pacientes. Hoy no se puede quejar. Tiene muchas visitas en la misma cuadra y eso implica gastar menos en nafta y estacionamiento. Almuerza el pastel de papa en Vademecum, frente al Hospital Italiano, leyendo el diario, rodeado de mesas de dos, cuatro y seis médicos. Gustavo es uno de los pocos en el restaurante que no tiene guardapolvo puesto. Escucha sus conversaciones, sus operaciones. Los mira con envidia. Come el postre del menú del día y toma fuerzas para ocupar algunos huecos más en los consultorios que le quedan.

 

Ahora ya es jueves, suena el despertador y Gustavo lo apaga. No puede levantarse. No sabe si es la falta de Prozac o el odio que le está tomando a su rutina. Rueda para un lado y para el otro en la cama. Siente que se merece un poco más de fiaca. Se acuesta boca abajo apoyando la cabeza en sus manos.  Se le desliza una lágrima. Después de un rato se sienta y se pone las pantuflas. Va a la cocina y enciende el fuego. Prende la tele pero le anula el volumen. No le interesa saber cómo va a estar el clima. Sólo quiere mirar a esa rubia de mierda a la que le tira el repasador. Abre su agenda y garabatea toda la hoja del jueves. Da vueltas y vueltas con su bic hasta no dejar espacio en blanco. Va al viernes y mira el dibujo del rostro de Murillo. Arriba le escribe Hija de mil Putas.

Toma café sin tostadas mirando al Cid desde la ventana. Trata de imitar su pose. Se tira en el sillón y se queda dormido un rato. Le suena el celular. Es la licenciada Abud. Le pregunta si le pasó algo. Lo está esperando. Gustavo se olvidó pero la psicóloga le insiste que vaya, que lo espera en una hora, que le va a hacer un hueco. Gustavo escucha esa palabra y se brota. Se mira en el espejo del baño y ve las manchas rojas en su cara, que le dejan como un dibujo de mapa parecido al que la profesora marca con la vara en el noticiero. Se ducha y mientras lo hace nota que está un tanto mareado. Decide que el único hueco que va a ocupar hoy es el de la Licenciada Abud.

 

 

-              ¿Se olvidó de verdad o es que no quería venir hoy?, pregunta la licenciada, que empieza siempre con las rotaciones del pie que queda suspendido.

.Es que no estoy bien, le contesta.

-       ¿Qué es lo que le parece que no está bien?

-              Creo que usted tiene razón. Yo debería haber hecho algo con esa profesora de mierda, la Murillo.. ¡qué flor de hija de puta!, le dice Gustavo.

Traga y trata de volver a hablar pero no puede. La psicóloga le alcanza una carilina y Gustavo suelta las lágrimas.

-              Bueno, siempre se está a tiempo de hacer algo. Todavía no cumplió ni cuarenta, ¿no? Por qué no empezar a estu …. Gustavo la interrumpe. Se pone agresivo. Tiene la cara brotada y las lágrimas quedaron varadas en el medio del cachete, como si ahí se hubiesen frenado y secado.

-              Claro que puedo hacer algo … claro que sí, dice él. Yo no soy ningún boludo, ¿no? Por qué no voy a poder. … - Sigue monologando en un tono extraño. La mujer lo mira preocupada. Está acostado en ese diván con los ojos bien abiertos, llenos de ira.

-              Usted siempre puede Gustavo.

 

 

Llega el viernes y el despertador de Gustavo suena una hora antes. Se levanta rápido. Va al baño, busca en su caja de remedios unas anfetaminas que le dio  un compañero del último Congreso en Mar del Plata. Se acuerda del comentario de ese tal Giménez. .. Tomá, te dejan bien polenta para cuando necesitás estar a full. Se toma dos. Busca el guardapolvo que usó para Prácticas Cardiológicas en primer año de medicina, la pistola que le dejó su padre y el maletín. Le da una última mirada al Cid por la ventana y baja por el ascensor. Sube al auto y abre su agenda en el viernes. Arriba del dibujo escribe Puff bien grande, mientras espera el arranque. Decide que le toca el barrio de Constitución. Hoy no maneja despacio. Va por el carril de la izquierda en la Avenida Directorio que se hace San Juan. Dobla en Donato Álvarez, en Lima y después en Cochabamba. Estaciona en el primer lugar que encuentra y baja a las corridas. Entra en el canal de televisión mostrando el carnet de visitador médico con un movimiento rápido. – Me están esperando, es una emergencia cardiológica, dice Gustavo aprovechando que su guardapolvo tiene  bordada la palabara Cardiología. Le pide al hombre de seguridad que le indique dónde está la mujer rubia que da el pronóstico, - Murillo creo que se llama, me dieron un parte de emergencia-, le dice.

-       Sexto piso. Lo acompaño-

Gustavo respira agitado. Ese viaje en el ascensor es interminable. Las puertas se abren y él corre detrás del hombre de seguridad. Murillo está con la vara en la mano. Gustavo se le abalanza y le dispara dos veces. Saca de su bolsillo el boletín de quinto año y se lo tira encima del cuerpo.

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