Gustavo
sube el volumen de la tele. Mira a una mujer rubia y alta, de unos sesenta y
largos, que dice: Mañana y mediodía con
lluvia intensa. Para la tarde y la noche se esperan lloviznas aisladas. Vientos
leves del noreste con una temperatura máxima aproximada de quince grados …
Se sienta y la mira de costado,
cubriendo la tostada con su mermelada favorita. Mastica despacio y toma su café
con leche. Empieza el lunes en ese desayuno frente a la rubia que le dice que hoy
se va a mojar. La mira fijo.
-¡Ja! ¿Simpática ahora no? Debés haber jodido
a unos cuantos como yo … pero ahora no, ahora sos popular porque te mira la
gente antes de salir a laburar … ¡basura!-, le dice Gustavo como si realmente
la tuviera en frente. Guarda los medicamentos nuevos, cierra su maletín y sale.
Le va a costar la largada de la semana.
Esa rutina que cada vez se le hace más difícil arrancar. Tan difícil como su Fiat
Regatta. Se sienta en el auto y revisa su agenda. Toca la zona de Palermo. Unos
cuantos consultorios para visitar y un objetivo: insertar en el mercado el
nuevo tópico contra la rosácea. Sale a la calle y se sienta en el auto con
paciencia. Quizás debería darle crédito al vecino que dice que el problema del
arranque es una bujía en corto. Lo intenta una y otra vez hasta que lo escucha.
Pone primera.
Empieza su recorrido por el
consultorio del doctor Ferraro. Llega y le da charla a la secretaria. Está
harto de hacerse el simpático. Le cuesta más que el año pasado y mucho más que
el anterior. No sabe cuánto tiempo va a aguantar sentarse en las salas de
espera al lado de los pacientes hasta que a los médicos se les ocurra decirle …
pasá Gustavo … pasá que tengo un hueco.
Nunca quiso un hueco como su lugar de trabajo. Todavía trata de entender en su
terapia semanal qué fue lo que lo llevó a dejar la carrera de medicina.
Sigue con la lista de consultorios, una sala
de espera atrás de otra. Descanso al mediodía para comer su plato de los lunes
en Marycarmen. Se sienta y se acerca Mary. -Buenas. La entraña con fritas y el vasito de
vino, Mary. Se distrae un rato con la tele aunque se cansa de mirar para arriba
y busca el Clarín. Come el flan, paga y vuelve a la lista. Le quedan pocos
médicos para la tarde. Los visita. Alaba el nuevo invento contra la rosácea.
Siente que actúa, pero sigue haciendo el esfuerzo.
Vuelve a su departamento. Abre la
puerta y tira el maletín al sillón de la entrada. Se da una ducha, cena y mira
televisión.
Ahora es martes y Gustavo se sienta a
desayunar mirando a la rubia desabrida, que hoy le dice, Mañana con algunas lloviznas. Mejorando al mediodía con temperatura y
humedad en descenso. Vientos rotando hacia el oeste. …
La mira de costado y come la tostada
alternando con el café con leche. –Murillo hija de puta, me hiciste odiar
geografía-, masculla después de apoyar la taza. Empieza el día frente a la cara
de nada que le arruinó su paso por el secundario y que le dice que se tiene que
abrigar. Suspira y busca su campera Columbia. Ese fue el último regalo que le
hizo su padre, además de la pistola calibre 45 que le confesó no haber devuelto
cuando se retiró de la policía federal.
Cierra la puerta del ascensor y tarda
un rato en encender el auto. Se frota sus manos mirando las muestras que hoy lo
van a acompañar por la zona de Belgrano. Planea almorzar alguna pasta en Mimí
para después ir a su terapia y aprovechar los pocos consultorios que le faltó
visitar ayer en la zona que él llama Villa Freud.
Se recuesta como siempre mirando de
reojo ese adorno extraño que parece un Dios inca o algo así, con un sol arriba
de la cabeza. Supone que todo tiene un significado ahí adentro.
-
Bueno
cuénteme acerca de esos momentos en los que usted dudó que podía llegar a ser
médico. ¿Fue en el examen de Patología II, no? le pregunta la licenciada Abud,
haciendo sus usuales movimientos de rotación con el pie derecho.
Gustavo piensa que todos los pacientes
le importan un carajo. Que esta Abud se divierte con su depresión. Le cuesta volver
sobre esos temas. Respira profundo y empieza. - Creo que viene de mucho antes. Fui un buen estudiante en
primaria. Pero en secundaria … no sé ..
-
¿Qué
le pasó? ¿Alguna candidata que no le dio bolilla?
Le da odio que todo lo pueda
circunscribir a un problema hormonal. Trata de acordarse y le dice, - Puede
ser. No sé. Quizás si me pudiese haber levantado a Silvita, que me volvía loco
… pero esa hija de puta de la profesora de geografía me hacía ir al frente
todas las clases y me ponía en ridículo siempre. Tenía una fijación conmigo- dice Gustavo. Me acuerdo que me decía . A ver mi querido alumno si hoy puede dar una
lección como la gente. Yo empezaba mientras mis piernas temblaban porque
sabía que no había vez que ella no me interrumpiera diciéndome Eso no es lo que yo di para hoy.. Yo
miraba a mis compañeros buscando apoyo, porque sí era lo que había que estudiar
para ese día, pero nadie se animaba a saltar y defenderme. Todos miraban para
abajo cosa de no tener que pasar al frente. Me ponía un uno y decía… Medina..
-
¿Quién
era ese medina?, le pregunta la psicóloga y anota.
-
Medina
era el sabelotodo de la clase que no tenía que estudiar porque vivía encerrado
leyendo en su casa, así que cualquier tema que fuere él podía dar lección.
.
¿ Y a usted no se le ocurrió decirle a sus padres que se quejaran en el
colegio?
Ahí
es donde Gustavo piensa que no lo entiende. Que realmente ella supone que él se
deprime de nada. Que todo podría haber tenido solución. En este momento la
odia. Trata de levantar su cabeza para buscarle la mirada. -¿Quejarse?, le dice
-Esas son cosas que pasan ahora. Antes nadie se quejaba en el colegio. Además,
¿qué le iba a decir a un papá policía que pensaba que las cosas se solucionaban
a los tiros? ¡No!. Mi mamá se daba cuenta que tenía mis días en que se me
brotaba toda la cara. Esas eran las veces que pasaba al frente y que volvía con
toda la bronca a casa. Para peor la maldita Murillo ahora trabaja en un
noticiero y la veo todas las mañanas. ¡Hasta sonríe ese mal bicho!.
-
Pero
a ver, discúlpeme, ¿no?. Usted … entiendo que la detesta y me dice ahora que la
mira todas las mañanas. ¿No puede mirar otro canal?. ¿Otro pronóstico?, Clava
los dedos en su flequillo largo y se lo tira para atrás. Gustavo la mira y le
encuentra algún parecido con la Murillo. Quizás le está encontrando algo
parecido a todas las rubias, o a todas
las mujeres. Su enojo lo está confundiendo y no le puede responder. Sólo respira
agitado sin mirarla ni a ella ni al Dios inca, ni a nada. Se queda en silencio.
-
Esta
semana lo noto muy angustiado. No se olvide de tomar la medicación que le dio
el psiquiatra. Siga con eso, eh. Y me gustaría que venga una vez más. ¿Este jueves
le queda bien?
Gustavo promociona la solución para la
rosácea por Villa Freud y se vuelve a su departamento de Caballito. Entra y
arroja el maletín que cae en el sillón con la exactitud del movimiento repetido.
Abre la ventana que da sobre la Avenida Gaona y mira al Cid Campeador. Le
envidia ese brazo en alto de victoria mientras se dice que mañana será otro día.
Llega la mitad de semana. Se empuja de
la cama y camina hacia el comedor. Aprieta el botón del control remoto. Escucha
el ruido del salto de sus dos tostadas. Las busca y las unta mirando a la Murillo
que mueve la vara sobre el mapa en el noticiero del trece. Escucha Cielo despejado con brisas frescas. Viento
del noroeste. Doce grados de máxima … Se
la queda mirando después de terminar su desayuno, Abre su agenda en el
miércoles para revisar la lista de hoy, pasa al viernes y dibuja el rostro de
la mujer que le ocupa casi toda la hoja tapando parte de la lista de ese día.
Vuelve al miércoles y lee los apellidos de los médicos. Hoy va a andar cerca,
por Almagro.
Entra al auto y mientras hace varios
intentos para hacerlo arrancar, se da cuenta que olvidó tomar el antidepresivo.
Es que en realidad el otro día le hubiese querido decir a su psicóloga que no
quiere tomar más Prozac. Que le aparecen manchas rojas en la cara y le hacen
acordar a sus días en el secundario.
Pone primera y arranca su rutina. Llega a lo
del Doctor Guzmán y la secretaria, después de manguearle alguna crema de su
laboratorio le hace un lugar entre dos pacientes. Hoy no se puede quejar. Tiene
muchas visitas en la misma cuadra y eso implica gastar menos en nafta y
estacionamiento. Almuerza el pastel de papa en Vademecum, frente al Hospital Italiano, leyendo el diario, rodeado
de mesas de dos, cuatro y seis médicos. Gustavo es uno de los pocos en el
restaurante que no tiene guardapolvo puesto. Escucha sus conversaciones, sus
operaciones. Los mira con envidia. Come el postre del menú del día y toma fuerzas
para ocupar algunos huecos más en los consultorios que le quedan.
Ahora ya es jueves, suena el
despertador y Gustavo lo apaga. No puede levantarse. No sabe si es la falta de
Prozac o el odio que le está tomando a su rutina. Rueda para un lado y para el
otro en la cama. Siente que se merece un poco más de fiaca. Se acuesta boca
abajo apoyando la cabeza en sus manos. Se
le desliza una lágrima. Después de un rato se sienta y se pone las pantuflas.
Va a la cocina y enciende el fuego. Prende la tele pero le anula el volumen. No
le interesa saber cómo va a estar el clima. Sólo quiere mirar a esa rubia de
mierda a la que le tira el repasador. Abre su agenda y garabatea toda la hoja
del jueves. Da vueltas y vueltas con su bic hasta no dejar espacio en blanco.
Va al viernes y mira el dibujo del rostro de Murillo. Arriba le escribe Hija de mil Putas.
Toma café sin tostadas mirando al Cid
desde la ventana. Trata de imitar su pose. Se tira en el sillón y se queda
dormido un rato. Le suena el celular. Es la licenciada Abud. Le pregunta si le
pasó algo. Lo está esperando. Gustavo se olvidó pero la psicóloga le insiste
que vaya, que lo espera en una hora, que le va a hacer un hueco. Gustavo
escucha esa palabra y se brota. Se mira en el espejo del baño y ve las manchas
rojas en su cara, que le dejan como un dibujo de mapa parecido al que la profesora
marca con la vara en el noticiero. Se ducha y mientras lo hace nota que está un
tanto mareado. Decide que el único hueco que va a ocupar hoy es el de la
Licenciada Abud.
-
¿Se
olvidó de verdad o es que no quería venir hoy?, pregunta la licenciada, que
empieza siempre con las rotaciones del pie que queda suspendido.
.Es que no estoy bien, le contesta.
-
¿Qué
es lo que le parece que no está bien?
-
Creo
que usted tiene razón. Yo debería haber hecho algo con esa profesora de mierda,
la Murillo.. ¡qué flor de hija de puta!, le dice Gustavo.
Traga y trata de volver a hablar pero
no puede. La psicóloga le alcanza una carilina y Gustavo suelta las lágrimas.
-
Bueno,
siempre se está a tiempo de hacer algo. Todavía no cumplió ni cuarenta, ¿no?
Por qué no empezar a estu …. Gustavo la interrumpe. Se pone agresivo. Tiene la
cara brotada y las lágrimas quedaron varadas en el medio del cachete, como si
ahí se hubiesen frenado y secado.
-
Claro
que puedo hacer algo … claro que sí, dice él. Yo no soy ningún boludo, ¿no? Por
qué no voy a poder. … - Sigue monologando en un tono extraño. La mujer lo mira
preocupada. Está acostado en ese diván con los ojos bien abiertos, llenos de
ira.
-
Usted
siempre puede Gustavo.
Llega el viernes y el despertador de
Gustavo suena una hora antes. Se levanta rápido. Va al baño, busca en su caja
de remedios unas anfetaminas que le dio
un compañero del último Congreso en Mar del Plata. Se acuerda del
comentario de ese tal Giménez. .. Tomá,
te dejan bien polenta para cuando necesitás estar a full. Se toma dos. Busca el guardapolvo que usó para
Prácticas Cardiológicas en primer año de medicina, la pistola que le dejó su
padre y el maletín. Le da una última mirada al Cid por la ventana y baja por el
ascensor. Sube al auto y abre su agenda en el viernes. Arriba del dibujo
escribe Puff bien grande, mientras espera
el arranque. Decide que le toca el barrio de Constitución. Hoy no maneja
despacio. Va por el carril de la izquierda en la Avenida Directorio que se hace
San Juan. Dobla en Donato Álvarez, en Lima y después en Cochabamba. Estaciona
en el primer lugar que encuentra y baja a las corridas. Entra en el canal de
televisión mostrando el carnet de visitador médico con un movimiento rápido. –
Me están esperando, es una emergencia cardiológica, dice Gustavo aprovechando
que su guardapolvo tiene bordada la
palabara Cardiología. Le pide al hombre de seguridad que le indique dónde está
la mujer rubia que da el pronóstico, - Murillo creo que se llama, me dieron un
parte de emergencia-, le dice.
-
Sexto
piso. Lo acompaño-
Gustavo respira agitado. Ese viaje en
el ascensor es interminable. Las puertas se abren y él corre detrás del hombre
de seguridad. Murillo está con la vara en la mano. Gustavo se le abalanza y le
dispara dos veces. Saca de su bolsillo el boletín de quinto año y se lo tira
encima del cuerpo.