Mi madre me lo había adelantado. En
semana santa el programa iba a ser familiar. Iríamos los cuatro a Mar del
Plata.
No era lo que había planeado y como para
buscar consuelo con mis amigas, escribí en mi Facebook: Esta
semana santa, plan familiar en Mar del Plata.-
Ni bien terminé de cliquear “publicar”
escuché el ruidito de aviso de mensaje
en el chat. Era el Chino, mi novio de la
secundaria que se había mudado a la ciudad feliz antes de terminar cuarto año
en el colegio.
-
¿Venís a Mar del Plata? Te paso mi celu. ¡
Nos tenemos que ver!
Como si me
hubieran tirado una bomba. No era la
primera vez que no medía las consecuencias de escribir en el muro de mi
Facebook. Quería y no quería verlo.
De repente, por
detrás, la voz de mi hermano mayor.
-
¿Por casualidad eso que veo es ese
enfermo drogón que está tratando de levantarte? ¡Ni se te ocurra hacer boludeces
ahora que vamos para la costa, eh! ¡No hay mejor cosa que hayas hecho que dejar
a ese falopero!
-
¡No te metas en mi vida!. Estoy chateando
solamente. Hace mil que no veo al Chino.
-
Mmm, ésto no me gusta nada y mejor que
papá y mamá no se enteren ¿No entendés que ese idiota está en la pesada?
-
¿Qué pesada? ¡Qué sabés vos! ¡Como si
las chicas con las que vos salís fueran tan santitas! -
-
Hacé lo que quieras. Después no te
quiero ver llorar -
Miércoles
después del mediodía, con el armado del
equipaje. Por un lado, el malhumor usual
de mi padre acomodando bolsos en el auto. Por el otro, la obsesión de mi madre de dejar la casa como para que le
sacaran una foto en una revista de decoración. Jamás entendí ninguna de las dos
actitudes. Yo me escapé de las dos escenas, busqué el cargador de mi celular,
dejé mi bolso para que mi padre lo entrara al baúl –yo no estaba calificada para
semejante difícil tarea- Me interné en mi
IPod y en mi música. Mi hermano se
apuró a sentarse de su lado preferido. Detrás del asiento de mamá, para poder
estirar mejor sus piernas.
Subimos todos al
auto, mientras mis padres hacían una especie de revisada de todas sus
responsabilidades cual piloto y copiloto despegando en un Boeing 737.
-
¿Cerraste la llave de gas?
-
Sí, ¿vos pusiste dos llaves en la puerta
trasera?
-
Si.
Y
así seguían con un montón de detalles caseros. Recién en la autopista La Plata,
dejaban de controlarse uno al otro con lo que habían hecho o dejado de hacer,
con los documentos que habían guardado o dejado en casa. ¡Cómo me hubiese
gustado quedarme en las cuatro paredes de mi cuarto, mechando con alguna
salidita con amigas! Aunque no puedo negar que el posible encuentro con el
Chino me generaba cierto cosquilleo. Hacía cuatro años que no lo veía, sólo
miraba las fotos que cada tanto subía al Facebook.
Con
el Chino lo que más compartíamos era nuestro gusto por la música. A mi hermano,
lo que más le preocupaba era su olor a marihuana. Por los comentarios de mi
mamá, algo le había dicho mi hermano.
- Ni se te
ocurra verlo al Chino. Tené cuidado con ese chico, Dani. Te va a meter en
problemas. No tiene la misma vida que vos. Vive en la calle. –
A
mí me atraía mucho esa otra mirada del Chino. Si, andaba en la calle como decía mi mamá y
tenía una vida mucho más interesante que la mía. Sus padres eran divorciados y
no le estaban tan encima como los míos. Nos divertíamos mucho discutiendo la
poesía de Sumo y de Los Redondos. El Blues de la Libertad le salía
espectacular, aunque me encantaba cuando me convencía para salir y para eso me
cantaba esa parte de Mariposa Pontiac .. “Ven
a mi casa suburbana, me obsesiona tu prisión.” Los dos considerábamos
acertadísimas la frase “El lujo es vulgaridad” ¡Un maestro el Indio!, decíamos juntos.
También nos encantaba discutir las distintas interpretaciones de
esa poesía difícil Creo que nunca terminamos de interpretar “Va a ser un día
hermoso” . “Sé de alguien que enturbia
sus sentidos para tener lugar en la balanza de las brutales risotadas
hemorragias de la pavada celestial de la avalancha… “
El Chino escapaba al estereotipo de chico de mi edad. Y eso le sumaba
un atractivo extra.
La ruta estaba cargada aunque no tanto como lo
estaría unas horas más tarde. Eso era lo que siempre decía mi papá que se
jactaba de su previsión.
A
la altura de Chascomús, lo de siempre: una barrera entre la parte delantera y
la parte trasera del auto. Mis padres comenzaban la usual discusión acerca de
cómo lidiar con la vejez de mis abuelos. Atrás, mi hermano con su envidiable
capacidad para desplomar su cuerpo y dormirse y yo, escuchando mi música y
mensajeándome con mis amigas, para cada tanto cerrar mis ojos y hacer siestas interrumpidas por las subidas
de tono de mis padres.
Por
suerte, me dormí casi toda la última parte del viaje.
Llegamos
al Hotel Las Rocas cerca de las siete de la tarde. La habitación era cómoda y
la vista espectacular. La ciudad estaba
repleta de gente.
Abrí el Facebook
en mi celular y ahí el mensaje del
Chino.: “Avisame dónde estás y te paso a buscar con mi moto. Quiero verte”
Mi
hermano me miraba mientras desarmaba su bolso. Yo me mantenía lejos para que no
viera el mensaje. Le pasé los datos al Chino. Yo también quería verlo. Había
visto una foto que había subido al Facebook cuando se había hecho un tatuaje en
el cuello. Se había tatuado un caballo alado. Me intrigaba qué era de su vida
ahora.
Finalmente
quedamos en que pasaría el viernes a las tres de la tarde, hora en que mi madre
estaría llevando a la familia a la Parroquia San Antonio, para la celebración
de la Pasión de Cristo. Yo tenía planeada una excusa como un gran dolor de
cabeza o de estómago.
Deseaba que
ningún otro tuviera mi misma idea ya que la celebración del viernes santo,
solía provocar en todos -salvo en mi madre-, algún malestar.
Ese día cenamos en el
hotel. El jueves amaneció muy soleado así que aprovechamos el día en la playa y
comimos riguroso pescado frente al Puerto, en Los Vascos. Para lograr una mesa
de cuatro tuvimos que esperar veinte minutos. Demasiado para el espíritu
previsor de mi padre.
-
Se los dije, tendríamos que haber venido
antes.
Por la tarde paseamos
por la calle Güemes, sorteando gente y tratando de convivir con las paradas de
mi mamá frente a las vidrieras de sweaters.
-
Mirá ese saco. ¡Está divino!. Aguantame
que quiero ver cómo está hecho. Tiene
que ser una pavada tejerlo.
Me describía cómo lo iba a copiar, sin
entender que yo jamás le prestaría atención.
A
la noche volvimos a evitar el pecado por indicación de mi madre y comimos
pescado. Esta vez en La Marina, a donde llegamos a las ocho y cuarto para no
tener que esperar.
Llegó el viernes y ya
mi ansiedad era mucha. Mi mamá había comprado unas empanadas de atún para el
mediodía, no fuera cosa que alguno del resto se le ocurriera cortar con la
abstinencia de la semana santa.
Hicimos un picnic en la
playa y nos volvimos a la habitación para prepararnos para la liturgia del
viernes santo. Yo ya venía estudiando el libreto.
-
No cuentes conmigo para ir a la
Parroquia ma, y si tenés dame algo para el estómago que alguno de los pescados
que comimos me cayó para el diablo-
-
Uy, qué lástima! Bueno, ahora te dejo
una buscapina. Me llevo el celular por si necesitás algo aunque tené paciencia
porque lo voy a dejar en modo vibrador. ¡Te imaginarás que sería un papelón que
me sonara el teléfono en el medio de la pasión de Cristo!
-
¡Si mamá! ¡Obvio! ¡Quedate tranquila!
Seguramente me voy a quedar dormida.
-
Mi hermano miraba de reojo, conociendo
mis manejos y se tocó el ojo derecho con su dedo índice como advirtiéndome que
tuviera cuidado con lo que hacía.-
Por
suerte se fueron los tres. Me volví al cuarto y me preparé para encontrarme con
el Chino.
A
las tres lo estaba esperando en la puerta del hotel. Tres y cuarto y no
aparecía. Me senté en el escalón de entrada, mirando mi reloj y cada tanto mi
celular. Ninguna noticia, ningún mensaje. Tres y media. Cuatro menos cuarto,
las cuatro. El Chino nunca apareció.
Como
una maldición por haberle mentido a la santa de mi madre, empecé a tener un
importante dolor de estómago.
Me
volví al cuarto y me quedé dormida un rato largo.
A
eso de las 6 y media todos estaban de vuelta.
Llegaron
cansados, en especial mi padre y mi hermano que hacían el sacrificio de acompañar
a mi mamá como un verdadero acto de amor.
-
Yo ni pude entrar. ¡Eso era un mundo de
gente!. Ni loco pensaba seguir el recorrido de las estaciones. Me mareo – dijo
mi hermano
-
Hermoso, como siempre- dijo mi mamá.
Cenamos
en el hotel y yo no paraba de mirar mi celular para ver si el Chino justificaba
no haber venido a buscarme.
Me
fijé si había subido algo al Facebook y tampoco. Ninguna novedad.
Nos
fuimos a dormir temprano. El sábado amaneció nublado. A mis padres se les
ocurrió hacer día de visita a la casa de los González, un matrimonio amigo de
ellos que se había ido a vivir a Mar del Plata hacía veinticinco años y que
ellos extrañaban. Pasamos el día en esa casa, lo que incluía tener que
socializar con sus tres hijos de 23, 20 y 18. Los veíamos muy cada tanto así
que las conversaciones no eran muy fluidas y lo suficientemente aburridas como
para cada tanto chatear a través de mi
celular. Yo le había contado mi intento de encontrarme con el Chino a mi amiga
Florencia, y no paraba de hacer sonar mi celular con los chats que me escribía
acerca de este asunto.
A
mi hermano no se le ocurrió mejor idea que preguntarle al de 20 –Nico- si
conocía al Chino. Saqué la vista de mi teléfono y vi su gesto de desaprobación.
Dijo conocerlo pero que era de un grupito bastante particular, levantando las
cejas como para no tener que dar más explicaciones. Mi hermano me tiraba esa
mirada de “viste” que le encantaba propiciarme.
Yo,
ya a esta altura, no sabía qué pensar. Me parecía muy raro que no me hubiese
llamado o mandado un mensaje.
Sebastián
–el de 23- interrumpió esa conversación. –No viste Nico que parece que la moto
que encontraron destrozada cerca de Playa Grande es la del Chino?
-¿Cómo?
¿El Chino tuvo un accidente en su moto?,
pregunté.
-
No se sabe qué pasó. Sólo encontraron la moto quemada.
Me
levanté de la mesa y pregunté dónde estaba el baño. Saqué el celular del
bolsillo y seguía igual. Sin mensajes nuevos. Lo llamé varias veces y nada.
Volví
al comedor diario y ya estaban poniendo la mesa.
Almorzamos
en esa casa y la sobremesa duró unas cuantas horas. Más de las que yo hubiese
querido. Finalmente nos volvimos al hotel, descansamos un rato, nos bañamos y
cenamos ahí.
Ya
a la noche, la obsesión previsora de mi padre nos había movilizado para empezar a empacar y
preparar nuestra vuelta.
-
No quiero tardar diez horas ni tener que
ponerme de malhumor por los imprudentes que te pasan por la banquina así que
los quiero despiertos a las 6 de la mañana para desayunar y salir a las 7 de
Mar del Plata.-
-
Sí
y por favor no se olviden de nada. Guarden bien sus celulares, cargadores,
IPods y la ropa-, agregaba mi mamá. Yo
pretendo llegar descansada a Buenos
Aires, y así poder ir a la misa de las siete.-
Yo
no podía pensar ni en las Pascuas, ni en el apuro de mi padre. Me la pasaba
mirando mi teléfono para ver si tenía novedades
Para
peor mi hermano me dijo: - Viste, te
dije. Este Chino se mueve en ambientes peligrosos. Andá a saber qué le pasó con
esa moto-
Al
día siguiente, cumplimos con el pedido de mi papá y como siempre antes de un
viaje él y mamá siguieron la rutina de revisión de objetos guardados. La rutina
de la vuelta era un poco más tranquila que la de la salida.
No
tardamos diez horas pero si unas seis.
Almorzamos
en casa de mis tíos y comimos los huevos de pascuas.
Por
la tarde estudié un rato para ir adelantándome para mis parciales. No fue
fácil. Mi concentración no duraba más de una carilla.
Fuimos
a misa de siete y a la noche cenamos sopa y nos fuimos a dormir temprano.
El
lunes por la mañana, en la mesa del desayuno, mi madre leía el diario en voz
alta.
-
Escuchen ésto. “Personal de la Dirección de Investigaciones
del Tráfico de Drogas Ilícitas de Mar del Plata, luego de dos meses de
investigación allanó la vivienda de Martin Rodriguez, procediendo al secuestro de
cocaína fraccionada para la venta …. “
-
¡Martin Rodriguez! ¡Ese es el Chino! ¡Tu
novio de la secundaria! Interrumpió, mi papá.
-
Pará papá, seguí ma. Seguí leyendo.-
-
“Se desconoce el paradero del morador de la
vivienda, cuya motocicleta fue encontrada a metros de Playa Grande. La
investigación comenzó hace dos meses. La información obtenida daba cuenta de
que en la vivienda allanada se comercializaban estupefacientes….”
- ¡ Te
lo dije boluda!. Inrterrumpió mi hermano – Seguí manteniéndote lejos de ese
drogón.
- ¡Callate
estúpido! ¿Me podés dejar escuchar a mamá? Seguí, .. por favor-
-
“Personal de la DDI Mar del Plata procedió al
secuestro de casi doscientas bolsas de clorhidrato de cocaína, ..bla bla bla
….. Entre las pertenencias personales se secuestraron 3500 pesos en billetes y
dos teléfonos celulares”.
Ni bien dijo “celulares” mi respiración cambió. La voz de mi
madre ya no era la misma. Lo que había empezado a ser una simple curiosidad por
una noticia cercana a nuestro paradero de semana santa terminó siendo una
lectura preocupante ligada a alguien que había sido parte de mi vida. Ella
notaba mi expresión y mientras leía me miraba por arriba de sus anteojos.
No pude terminar mi café. – ¿Eso es todo? ¿No dicen nada del
Chino?-
-No Dani, acá termina.
Salí a la facultad y en el medio de la clase de Filosofía del
Derecho, los mensajes de mi amiga Flor que se había enterado por el diario ..
Después de un rato de mensajearme con ella y tratar de seguir el ritmo de tomar
apuntes lo mejor que podía, recibí un llamado.
Salí de la clase y atendí.
- ¿La
señorita Daniela?
- ¿Quién
me llama?
- El
Oficial Blanco, desde Mar del Plata. Tenemos registrado un llamado a su persona
desde un celular secuestrado en operativo policial y unos cuantos llamados suyos
Necesitamos saber si además de los mensajes que ya verificamos que usted
intercambió con el Señor Martin Rodriguez, habló algo con él personalmente que
nos pueda de ser de ayuda en nuestra investigación.
El cuerpo me temblaba. Jamás había hablado con un policía y
menos por una circunstancia como ésta.
- No,
oficial. No lo veo hace cuatro años. Pensaba encontrarlo después de tanto
tiempo esta semana santa pero no nos pudimos ver. ¿Cómo está él? Lo pudieron
encontrar?
- Lamento
decirle que un pescador encontró el cuerpo del señor Rodriguez sin vida. No puedo darle más detalles por el momento.
Quizás la vuelvan a llamar. Disculpe las molestias. Realmente lo lamento mucho.
Ni bien terminé estallé en llanto. Traté de no cruzarme con
nadie en el pasillo de la facultad y me
volví a casa. Ya no tenía ganas de escuchar el pensamiento de Santo Tomás de
Aquino, ni el de Kant, y menos aún escuchar algo del Contrato social de
Rousseau.
Sentía el cuerpo cansado como si hubiera corrido una maratón.
Me metí en la cama, me quedé dormida y tuve las peores pesadillas de mi vida.
Lo veía a Martin con su tatuaje como un criminal, el mar y las olas de fondo,
la policía, armas, droga. Todo mezclado con escenas en el colegio, con salidas
a bailar. Un cóctel de recuerdos teñido de delito.
Me desperté para la hora del té, tomé algo y me volví a mi
cuarto.
A la noche cené en familia. No conté nada del llamado.
Hablamos de cualquier cosa, menos de la noticia del diario.
Al día siguiente, me desperté, me senté a la mesa de la
cocina y ni bien abrí el diario me encontré con la noticia: “Hallaron el cadáver
del hombre que buscaban en Mar del Plata. Un pescador lo encontró a primeras
horas de la mañana … Se trata de Martin Rodriguez ….”
No lo podía creer. Ésto sucedía en las películas. Nunca pensé
que iba a pasarme algo así tan cerca. Jamás entendí como la crueldad puede
llegar a ser tan real. La había visto siempre de más lejos. Estaba viviendo una
pesadilla despierta.
De repente, sonó mi celular. -Disculpe señorita Daniela, soy
el Oficial Blanco. Lamento molestarla nuevamente. Pero encontramos algo que no
nos sirve en nuestra investigación … casi lo tiramos … pero bueno .. parece que
Usted era la destinataria y ya que la logré contactar …-
- Lo
escucho Oficial. Dígame..
- Acá
hay un compañero que sale a Buenos Aires mañana y puede despachárselo por
correo. ¿Me quiere dar su dirección?
- No
sé si voy a aguantar la espera. ¿Le molesta leerlo?
Mire … no puedo leérselo todo … además es muy raro ..Empieza
diciendo “Para Dani, nuestro blues … o no sé algo así .. después parece ser una
poesía …Mi amor, la libertad es fiebre”. ¡Le dije que era raro! …Sigue diciendo
“es oración, fastidio y buena suerte” .. que se yó … termina con “siempre
igual, todo lo mismo”
Mientras lo escuchaba, busqué mi IPod y la escuché …
Mi amor,
la libertad es fiebre,
es oración,
fastidio y buena suerte
que está
invitando a zozobrar.
Otra
vulgaridad social igual,
siempre
igual, todo igual, .....
-
… ¿me escucha?
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