domingo, 8 de diciembre de 2013

COMPARTIR


Ya había empezado el mes de marzo  y  era un momento del año en que parecía que todos los objetivos debían ser encarados a la vez.

Julio quería pintar la casa. Yo prefería empezar por mandar a hacer el escritorio de Pedro que ya necesitaba un lugar propio, de mayor concentración.

El listado de útiles del colegio era interminable, todavía me faltaba comprar algunas cosas y no paraba de forrar libros y escribir nombres en los útiles de los chicos.

-                     ¡Mirá que cumplir años en marzo vos también! ¿Qué querés hacer?  ¿Algo a la parrilla o hacemos unas pizzas?

-                     No sé Vir, hacé lo que quieras. Como si yo tuviese la culpa de haber nacido en marzo! A mí me da lo mismo.

Darle lo mismo a Julio implicaba que todo lo tenía que pensar yo y eso me complicaba aún más ese bendito mes.

Además tenía que pensar en un regalo. ¡Con lo difícil que es regalarle a Julio! El único regalo con el que lograba sacarle una sonrisa de lado a lado era cuando le compraba un reloj, pero ya le había regalado todos los modelos habidos y por haber.

-                     Te aviso que esta noche salimos con los Peralta. Vamos a cenar por Las Cañitas. Ya arreglé con mamá para que se quede en casa con los chicos.

Los Peralta eran un matrimonio que habíamos conocido hacía no mucho, por las amistades de nuestros hijos. Pedro se había hecho muy amigo del hijo de ellos y en las llevadas y traídas de las invitaciones de ambos, nosotros también habíamos entablado cierta relación. María se llevaba bastante bien con la hija menor de ellos aunque le llevaba dos años. Salíamos a cenar de vez en cuando y nos invitábamos para los cumpleaños.

Fuimos finalmente a cenar con ellos. Él, Marcelo, era un tipo muy agradable. De esos que cuando empiezan a contarte algo, lo hacen con el detalle de un relato minucioso.  Se le notaba que disfrutaba captar la atención de la gente. A mí a veces me parecía que lo que contaba no era totalmente cierto. Había detalles que parecían ser agregados para completar los hechos. Ella, Fabiana, jamás le discutía un detalle. Lo miraba extasiada.  Siempre asentía lo que su esposo contaba. Quizás era eso lo que Julio admiraba: la subordinación que ella mostraba en ese papel de asistente de relato en el que ella se colocaba.

-                     Cuando yo me equivoco al contar algo no hay vez que vos no me interrumpas para corregirme. ¡Dejala pasar! Hacé como Fabi que cuando Marcelo cuenta algo lo mira como si estuviera hablando Ortega y Gasset!, - me decía Julio.

-                     Pará, bueno, que Marcelo sea interesante y que es muy divertido cuando cuenta algo, nadie lo niega, pero el papel de ella a mí no me cierra. Si vos querías una geisha de mujer tendrías que haber buscado por otro lado eh. ¿O acaso no te gustaba eso de discutir ideas cuando éramos jóvenes? ¿No era mi inteligencia lo que te atraía o ahora te molesta?

Estas y algunas discusiones más surgían después de nuestros encuentros con los Peralta. Pero el que venía con más necesidad de hacer cuestionamientos era Julio. Yo la pasaba bien y cuando la charla se dividía por sexos hablaba con una Fabiana muy distinta de la geisha que Julio veía.

Los fuimos a buscar con nuestro auto. A Julio no le gustaba cómo manejaba Marcelo y Marcelo disfrutaba que otro manejara y poder él así relajarse y dirigir la conversación. Tenía cierta habilidad para hacerte creer que te escuchaba. Te hacía una o dos preguntas acerca de algún tema que él registraba que te importaba y después ponía primera con su relato y no paraba.

Lo primero que hizo, como siempre, fue preguntar cómo había sido nuestro día. Claro, nuestras respuestas fueron bastante cortas. Ni bien terminamos él arrancó con todo su día que obviamente había sido mucho más largo que el nuestro. Describió sus reuniones, sus ventas, sus discusiones. Fabiana lo miraba con admiración y mientras hablaba le alisaba el cuello de la camisa desde el asiento trasero donde íbamos ella y yo.

Llegamos, estacionamos en un garaje cercano al restaurante y entramos dando el nombre de Fabiana que había hecho la reserva.

Ni bien nos sentamos nos trajeron los menúes. La dirección de Marcelo no sólo incluía la conversación. Con Julio sabíamos que la entrada la terminaba eligiendo él y nos entregábamos a su elección: quesadillas de pollo y guacamole.

Mientras esperábamos la entrada, charlamos acerca de los chicos y del colegio. Nos interrumpió el mozo con las quesadillas que Fabiana dividió rigurosamente en partes iguales.

Los sabores y el vino nos hicieron olvidar el viernes agitado. Elegimos los platos principales farfalle con salmón, sorrentinos de centolla, salmón Rosado del Pacífico y  cordero braseado.  Tardaron un poco en llegar pero la espera valió la pena. Estaba todo delicioso. El único problema empezó cuando Marcelo pinchaba del cordero de Julián y Fabiana me pedía probar los sorrentinos de centolla. La actitud invasiva de los dos nos tomó por sorpresa. Nunca antes lo habían hecho.

-          ¿Querés probar un poco de mi farfalle?, me preguntaba Fabiana

-                     Tomá Marcelo, probate este pedacito de salmón.

Como si los dos nos hubiésemos puesto de acuerdo contestamos al mismo tiempo:

- No, no, gracias.

-  De esto queríamos hablar justamente, no Marce? dijo Fabiana

- Si, si. De compartir

¿Tienen ganas de pasar semana santa en nuestra casa de Mar de las Pampas?

-          Estaría bueno, dijo Julio mirándome para buscar aprobación.

-          Quizás podríamos, dije yo con más cuidado.

-          ¡A Fabi y a mi nos encanta compartir! dijo Marcelo riéndose y abrazando a su mujer.

Fabiana no paraba de reírse y Julio y yo no entendíamos de qué hablaban. De repente Fabiana clavó su mirada en Julio y Marcelo empezó a mirarme a mí sin pronunciar palabra.

Por suerte el mozo interrumpió la situación con un – ¿Las damas se van a servir postre?-

Marcelo se decidió por todos y pidió  un volcán de chocolate con cuatro cucharitas.

Los movimientos y miradas de ellos habían cambiado y nosotros, sin hablarnos habíamos quedado como desorientados. Si había habido algo que no habíamos justamente compartido, era el chiste.

Cuando terminamos el postre, Julio se apuró para ganarle la iniciativa a Marcelo y llamó al mozo para pedirle cafés y la cuenta.

-                     En poco tiempo estábamos yendo al auto para volvernos los cuatro a nuestras casas. El viaje de vuelta fue mucho menos conversado que el de ida. Estacionamos en la puerta de los Peralta y antes de bajarse nos saludaron con abrazos más que efusivos.

Ni bien arrancamos hacia nuestra casa yo le dije a Marcelo – ¡Qué raro todo esto! ¿Vos entendiste lo mismo que yo?.

-          ¿A qué te referís? No sé de qué hablaban. Si, a veces son raros.

Entramos a casa y dejamos los abrigos en el perchero de la entrada.

-          Llevo agua. Hablá despacio que están todos dormidos, dijo Marcelo

-                     ¡ A no! ¡No me vengas ahora con tu manía simplificadora! ¿No me vas a decir que se cortó todo cuando empezaron con lo de compartir?

-          Sí, no sé. Algo raro había pero no tengo idea. ¿Sería tema plata?

-                     ¿Vos te estás haciendo el boludo a propósito? ¿Me estás jodiendo que no percibiste que estaban hablando de sexo? ¿O acaso no te diste cuenta como la geisha que vos admirás tanto, te miraba?

-                     Me parece que te fuiste al carajo. Ponen cara de pícaros pero, a ver, no dijeron nada que se refiriera a compartir sexo!

-                     Dejalo así. Es demasiado tarde para pelear, pero esto de pasar las pascuas en Mar de las Pampas a mí no me cierra después de las risitas pícaras.

-                     Ya veremos, quizás se olvidan.

-                     Me parece que el que se olvida cómo es Marcelo sos vos. Espero el agua arriba. No te lo olvides.

-                     Como todas las noches Julio se durmió como un angelito mientras yo daba vueltas para un lado y para el otro tratando de concentrarme en dormirme. En mi cabeza estaban los Peralta y esa propuesta que no había sido del todo clara.

El sábado nos despertamos tarde y desayunamos con mi suegra que no tardó en irse a su casa. Ni bien cerró la puerta de entrada volvimos a discutir. Mientras levantaba la mesa, Julio seguía concentrado en la lectura del diario.

-          Disculpame, ¿vos pensás dejar pasar lo de anoche así como así?

-          ¿Qué querés que no deje pasar si no pasó nada?

-          Quizás estás calentando tu cabecita con la geisha que tanto deseás.

-                     ¡La cabeza que no para es la tuya! Aflojá un poco con tu imaginación, por favor. La única que agarró para el lado del sexo fuiste vos. A mí no se me había ocurrido.

-                     Ah, ahora soy yo la única que el otro día se quedó helada con las risitas de los Peralta. ¡Vos porque no viste tu cara!  Lo que pasa es que como siempre, con tal de eludir el problema, te hacés el que no pasó nada, ¿no?

-                     No pienso discutir más. Realmente no vale la pena.

-                     Ah bueno, … ¿estás listo para salir a ver esas reposeras que te comenté al Tigre?

-                     No, la verdad es que no tengo ganas de ir al Tigre. Y menos de escuchar tus elucubraciones acerca de los Peralta. Me preparo un bolso y me voy al club.

Eso era lo que más odiaba de nuestras discusiones. Que en el momento de tratar de llegar a una conclusión, Julio optaba por huir. Me quedé con todo mi enojo y sin ir al Tigre ya que manejar hasta allá, buscar lugar para estacionar y decidirme por las reposeras no era una actividad que me gustara hacer sola.

Pasó toda la semana y no volvimos a hablar de los Peralta. El viernes falló el clásico llamado de Marcelo para organizar alguna salida.

-                     Te lo dije, estamos descartados. No entramos en la onda de la risa pícara del programa de “compartir” en Mar de las Pampas.

-                     Dejá de darte máquina, dijo Julio. Deben haber tenido algo este fin de semana. Nosotros tampoco los llamamos para organizar nada, ¿no? Y además no somos los únicos amigos de ellos. Igual me llamaron los Durán para invitarnos a comer un asado el sábado.

Los Durán eran un matrimonio un poco más joven que nosotros, también padres del colegio – ahí los habíamos conocido- y en general tenían una actitud como de superados frente a los problemas de sus hijos. En realidad para describirlos mejor, yo diría que para ellos, nada era un problema. Era muy difícil encontrar un tema de discusión porque para ellos todo podía ser blanco y también, mirado desde otro punto de vista, podía verse negro o incluso gris.

Ella –Ana- era una linda mujer y él un hombre robusto e interesante.

Fuimos a la casa de los Durán y cuando estábamos en el medio de la cena, Ana comentó que irían a Mar de las Pampas a la casa de los Peralta en Semana Santa.

Ni bien terminó de hacer el comentario, le di un rodillazo a Julio por debajo de la mesa, lo que lo sobresaltó. Se atragantó con el pedazo de carne que estaba comiendo y los Durán y yo nos desesperamos porque parecía que no podía respirar. La cara de Julio se había puesto bordó y el trance duró un rato hasta que de a poco pudo restablecerse.

A la vuelta, me guardé el “te lo dije” sólo por el mal momento de la atragantada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario