Sábado
a la tarde. Mis padres se preparaban para su salida.
Mamá
juntaba la ropa y cepillos de dientes para llevar a mi hermana y a mí a dormir
a la casa de los abuelos.
Yo me despedía de mi jardín y de mi patio. Me
esperaba un departamento de tres ambientes en donde la diversión giraba en
torno a la cocina.
La
abuela Beba era una experta cocinera. Le decía a mi mamá que le encantaba
enseñarnos a amasar, pero era tanto lo que nos indicaba que teníamos que hacer
y cómo lo teníamos que hacer, que terminábamos mirándola cocinar a ella.-
Mi
hermana prefería aprender a coser y a tejer. Esta vez se llevaba un tapiz que
había recibido para el día del niño.
Yo
iba ilusionada con poder revolver la masa de los panqueques y quizás poder
romper el huevo que la masa llevaba.
Durante
la semana habíamos comprado las famosas plantillas plásticas para corregir mis
sobrehuesos en los pies. Mientras terminaba de cambiarme mi mamá colocaba las
plantillas adentro de mis zapatos. Me calcé todo ese implemento, desconfiando
que un simple plástico pudiese contener el hueso que salía de la parte interna de mis pies.
Para
mí, las plantillas eran un castigo a mi sello distintivo.
Protesté.
Era bastante más incómodo caminar con ellas, pero finalmente salí con las
plantillas puestas. Total, incómoda también iba a ser la estadía en lo de mis
abuelos.
Llegamos
a la planta baja del departamento y ahí estaba mi abuelo Pepe, un hombre ya
retirado de su empleo en un banco, muy prolijo y servicial. Hablaba poco y
hacía todo lo que mi abuela le ordenaba. Seguramente le habría indicado que nos
esperara abajo y así lo había hecho.
Su
fuerte eran los juegos de mesa aunque no ofrecía mucha variedad. A mí me había
enseñado a jugar al truco y gracias a eso tenía algo en común con mis
compañeros varones de quinto grado del colegio.
Pepe
tomó los bolsos y nos despedimos de mi mamá.
Ni
bien entramos al departamento yo corrí hacia la cocina y mi hermana se sentó en
el sillón “reina Ana” para adelantar su tapiz.
La
cocina era el único ambiente en el que el aroma no me sofocaba. Los cuartos
olían a naftalina y el comedor principal tenía un perfume que yo describía “de
mueble viejo”. Mi hermana siempre me pedía que le describiera cómo era el olor
a mueble viejo y yo no tenía palabras para hacerlo; solamente podía decirle que
era el olor del comedor principal de los abuelos.
La
cocina, más que una cocina parecía un quirófano por lo limpia y por el orden de
los implementos. En la mesada alta estaba desplegada la masa estirada con la
mayoría de los ñoquis ya formados, faltando unos diez que eran los que Beba
dejaba para que mi hermana y yo deslizáramos por la maderita con rayas y así
contarle a mi mamá que nosotros habíamos cocinados los ñoquis.
Para
eso tuve que lavarme las manos y atar mi pelo. Mi hermana interrumpió su
bordado. Y con la mirada de Beba detrás de nuestra espalda fuimos haciendo los
últimos ñoquis con los pedacitos de masa que mi abuela había dejado para que
bajáramos por la maderita rayada.
En
el comedor principal nos esperaba la mesa inglesa con sus patas anchas. Pepe ya
había puesto los cuatro platos y había dejado un espacio para el partido de truco
previo.
Mientras Beba retiraba los restos de
masa de ñoquis dejaba todo listo para hacer la masa de panqueques: el huevo, la
harina y la leche. Me apuré a romper el huevo antes que me explicara cómo
hacerlo. Beba fruncía sus labios y miraba el recipiente buscando algún pedazo
de cáscara de huevo que se me hubiera podido caer. Lo mío no era el quirófano,
a mí me gustaba el enchastre y la diversión en la cocina.
De alguna manera me gustaba desafiar
la expresión de mi abuela y ver cómo contenía su crítica en el frunce de sus
labios. Terminé de revolver la masa con unas cuantas interrupciones correctivas
de Beba, Y ni bien terminé, sabiendo que ella iba a dedicarse a limpiar la
mesada como si nadie hubiese estado ahí, corrí al rincón del truco.
Ella no veía con buenos ojos las
enseñanzas de los juegos de cartas. Su especialidad, además de la cocina, eran
las diez preguntas de Felicitado que el Diario La Nación traía los domingos. Beba siempre acertaba las diez
respuestas. Había sido maestra y parecía saberlo todo.
En su casa teníamos cuadernos para
ejercitar lo aprendido en el colegio en la semana. Intentaba convencernos de
hacer algún que otro ejercicio en lugar de jugar a las cartas con Pepe. Mi
hermana la complacía mostrándole la última operación aritmética aprendida pero
yo me mantenía concentrada en mis tres cartas españolas y así eludía la
ejercitación en el cuaderno.
Comimos los ñoquis en la mesa del
comedor principal. Y de postre Pepe fue trayendo los panqueques que Beba iba
cocinando. Siempre nos hacía uno más que la cantidad que le pidiéramos. Por
eso, yo le pedía dos, sabiendo que me serviría tres. Los hacía bien finitos, y
a diferencia de los que yo comía con la mano en la casa de mi amiga Mariana,
acá los comíamos con cubiertos.
Después
de semejante comilona, nos íbamos a dormir previo cepillado de dientes.
El cuarto era muy chico y nuestras
camas estaban pegadas al placard donde Beba guardaba infinidad de abrigos
conservados con naftalina. Eso era lo que más odiaba: el cuarto. Me costaba
horrores dormir con ese olor. Cuando nos apagaban la luz me entretenía horas
imaginando formas en todo lo que veía en la oscuridad de ese ambiente. En
especial me quedaba largo rato mirando la máquina de coser en un rincón que por
momentos se transformaba en un animal y por otros en un ser humano sentado.
A
la mañana nos despertaba el olor a manteca caliente. Beba preparaba panqueques
con el resto de la masa que había quedado de la noche.
Cuando
nos levantamos ya estaban nuestros
platos servidos. Y ni bien los terminamos nos tocaba responder las 10 preguntas
del Diario La Nación.
-“El 28 de junio de 1919, se firmó en Francia un tratado de
paz que oficialmente puso fin a la Primera Guerra Mundial ….” ¿la saben?
Ver …. salles.
- A ver la segunda, “En el océano Pacífico se desarrolla un
fenómeno oceánico y atmosférico que comienza generalmente alrededor de
Navidad…” ¿qué es? La corriente de El … Niño.
La
única que terminó respondiendo las preguntas, como siempre, fue mi abuela. Pepe
asentía con su cabeza después de cada respuesta como alumno respetuoso en
primer banco. Sin contentarse con esa tarea Beba nos pidió que escribiéramos en
nuestros cuadernos qué queríamos ser en nuestro futuro.
De
reojo vi que mi hermana escribió -Yo
quiero ser una importante médica-
Me
detuve un largo rato con mi lapicera en la mano hasta que se me ocurrió una
idea para obtener esa expresión en la cara de mi abuela que tanto me divertía,
y escribí Yo quiero ser vedette.
Las
dos le dimos los cuadernos a Beba y después de un rato sonó el timbre. Mientras
terminábamos de guardar nuestras cosas en los bolsos vi que Beba abría los
cuadernos. Los labios se fruncían más que nunca al leer mi cuaderno y yo
contenía mi risa. Mi abuelo bajó a abrirle a mi mamá que subió a buscarnos al
departamento.
Después
de una breve charla entre mis abuelos y mi mamá nos subimos al ascensor
-
Y,
¿cómo estaban los abuelos?, preguntó papá.
-
Creo
que a mamá la vamos a tener que llevar nuevamente al cardiólogo. Estaba muy
colorada y parecía nerviosa. No la vi bien. Ah, me dio los cuadernos. Dijo que
las nenas escribieron algo .. que los leyéramos.
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