Verónica y Gonzalo eran el matrimonio ideal.
Él, un médico con buen ingreso y mucha facha. Ella, una
mujer culta, dedicada a su casa y al arte como hobby.
Vivían en una importante casa en un barrio cerrado.
Eran esas parejas que la gente mira con envidia.-
Gonzalo le
reglaba flores todos los sábados por la mañana, y por las tardes se ocupaba de cuidar a sus
dos hijos de 8 y 4 años para que
Verónica pudiera distraerse con sus amigas.-
Durante la semana trabajaba en el
hospital por la mañana, y por las tardes atendía pacientes particulares en un
consultorio ubicado cerca de la Facultad de Medicina, que compartía con otros
dos médicos.
Gonzalo era de esos hombres que
están siempre pensando en generar negocios nuevos.
Verónica admiraba esa veta de su
marido. Lo que mucho no le convencía era la compañía de sus socios de
consultorio que siempre lo llevaban a emprendimientos con algún riesgo que ella no estaba dispuesta a correr.
La última inversión había sido la
compra de un departamento en Miami.
Para eso viajaron los tres matrimonios.
Disfrutaron de algunos días de playa y compras.
El trámite de la compra no fue tan
sencillo como la Inmobiliaria con sede en Buenos Aires, les había dicho. Había
que desalojar a los ocupantes. Estaban comprando un departamento en un remate
judicial. A Verónica se le ocurrió ir el día de la toma de posesión. Fueron con
una mujer de la Inmobiliaria y con un funcionario con el que se encontraron en
la planta baja del edificio.
Desalojaron una familia mejicana. La mujer y los chicos lloraban
mientras terminaban de empacar sus últimas pertenencias. El padre de la familia
firmaba un documento mientras su bigote parecía retorcerse del enojo. Sus ojos
oscuros estaban llenos de ira. El funcionario, un hombre de mediana edad de
origen latino, trató de calmarlo y le dijo que un auto policial los llevaría a
su nuevo destino. El mejicano lo escupió y le dijo que se pensaba ir por sus
medios.
Verónica se corrió del lugar de la
discusión, permaneció en un pasillo del edifico junto con los socios de su
marido. Cuando vio salir a toda la familia, entró al departamento. El estado de
la propiedad no era el mejor, pero lo peor fue entrar al baño. En el espejo, una
inscripción en pintura negra “CHINGA TU MADRE CABRÓN”
-
¡Gonzalo!, MIrá esto, ¿sabés que quiere decir
“chinga”?
La
mujer de la inmobiliaria, una argentina radicada en Miami hacía unos años, llegó
antes que Gonzalo y sus dos socios.
-
No se preocupe señora. Esto siempre pasa. La
gente se va con rencor y escribe barbaridades. Ya vamos a encontrar un lindo
espejo para reemplazar a ese. La reparación y amoblado está convenida en la
compra. Vamos a dejar el departamento en excelentes condiciones.
Y así fue. Arreglaron todo
el departamento, lo pintaron y lo amoblaron. Pero ese fue el primer trago
amargo de Verónica frente a las brillantes inversiones de su marido.
-
¿Viste los ojitos de esos chiquitos Gonza? El
varón apretaba al muñequito de Toy Story . Tenía miedo que se lo sacaran …
-
No podés estar pensando en eso, Verónica. Son
negocios. Esa gente no pagó la hipoteca y se tuvo que ir. Nosotros compramos
barato.
-
Ese varón podría haber sido nuestro Tomás,
Gonzalo. Me cuesta olvidarme de sus ojos.
-
Tendrías que haberte quedado con las mujeres en
la playa. Yo ya te lo dije. Éstas son cosas de hombres.
-
No me caen bien esas mujeres. Lo sabés. Hablan
boludeces todo el día. A este viaje vine sólo por vos. Además quería conocer el
departamento.
Ésta
fue la única y última vez que Gonzalo la hizo participar a su esposa en sus
inversiones.
El
siguiente emprendimiento fue una participación en un bar en Puerto Madero. Y
eso, para Verónica, incluía alguna que otra noche sin él. Las esposas de los otros dos socios armaban
programas para cuando sus maridos se juntaban en el bar. Verónica buscaba
excusas para no ir. Cuidar a sus hijos era la excusa que más repetía.
Con
el negocio del Bar, Verónica empezó a ver ciertos cambios en la actitud de su
marido. Estaba ansioso y no dormía como antes.
Verónica
había sido la que por mucho tiempo no dormía bien por las noches. Las
levantadas con los hijos bebés le habían dejado esa costumbre de dormir como
vigilando los ruidos de la casa. Pero ahora, su marido era el que se levantaba
y dormía intranquilo.
Hubo
una noche que Verónica lo escuchó hablar mientras dormía. – Cuidado … cuidado
.. Ya sabe .. se enteraron …,- fue lo que balbuceó.
Fue
el punto de partida para que Verónica dejara de ser esa mujer segura y cariñosa que recibía a su marido a cenar con
alegría.
Empezó
a revisar bolsillos y billetera. Ni bien quiso ver el celular de su esposo, se encontró con
que ahora tenía una clave. Día a día se iba convenciendo que su marido le
estaba siendo infiel.
Lo empezó a vigilar con desconfianza.
-
Hoy vengo muy tarde, Vero. Tengo muchos pacientes
en el consultorio y cuando termino vienen los médicos del hospital a analizar
un caso juntos. No me esperes a cenar.
Verónica no lo pensó demasiado. Ese
día su madre la iba a visitar y se iba a quedar a dormir en su casa ya que no le
gustaba volverse a Capital a la noche. Le dijo que tenía el cumpleaños de una
amiga y que volvería tarde.
Verónica organizó su actividad
detectivesca. A las 7 de la tarde estaba estacionada en frente del consultorio
de Gonzalo. Ese era el horario que
terminaba de atender a sus pacientes. Según lo que él había dicho, llegarían
sus colegas a esa hora para la supuesta reunión de médicos. Nadie llegó. Sin
embargo, Gonzalo apareció en la puerta del edificio de la calle Azcuénaga con
su maletín. Se dirigió al garaje de al lado y salió con su auto. Verónica
arrancó y empezó a seguirlo tratando de dejar un auto de por medio para que él
no la viera.
Nunca antes había hecho ésto. Se
concentró en la vista del auto de Gonzalo que tomó Avenida Las Heras, luego
Sarmiento y finalmente Figueroa Alcorta. Era el camino que solía hacer para
tomar la General Paz y luego la Panamericana para volverse a su casa.
Por un momento pensó que había
desconfiado sin sentido y que quizás la reunión se había cancelado y se
volvía a su casa. En el semáforo miró su
celular. No había mensaje que indicara ese cambio de planes. Lo siguió.
Efectivamente tomó la General Paz y luego la Panamericana, pero a la altura de
la salida de Maschwitz, donde Verónica se ilusionaba que Gonzalo saldría, él
siguió camino a Escobar. Verónica salió de la Panamericana hacia el peaje,
llorando con una mezcla de bronca y angustia. Tomó el camino hacia su casa pero
no quería que la vieran en ese estado. Se le ocurrió que su amiga Cecilia
podría consolarla. La llamó y la encontró en medio de la cena familiar.
-
No quiero entrar a tu casa ni ir a la confitería
del barrio. Decime cuando terminás y te paso a buscar para dar una vuelta en el
auto y charlar.
-
Dale, Vero. Calculá unos veinte minutos.
Esperame afuera de casa.
Verónica le contó todas sus
sospechas a Cecilia que no hacía más que sorprenderse. Jamás se había imaginado
tener que aconsejar a su amiga en una situación como ésta. Para ella eran el
matrimonio perfecto.
-
¿Notás algún cambio en sus gastos?
-
No Ceci. Sigue pensando en sus inversiones, en
viajar, en cambiar el auto.
-
Mmmm… no sé qué decirte. Quizás tuvo que ayudar
a algún amigo…
-
¿A Escobar? ¿A la noche? No sé, Ceci. No sé qué
pensar. Jamás antes me había mentido.
Charlaron
un rato más. Verónica gastaba más y más carilinas. Se abrazaron y finalmente
Verónica volvió a su casa. Entró tratando de no hacer ruido al cuarto de los
chicos. Se quedó un rato mirándolos y se fue a su cuarto. Intentó dormir pero
se le hacía muy difícil.
De
costado, para un lado, para el otro, boca arriba, boca abajo. Cabeza debajo de
la almohada. No había manera. Las horas pasaron hasta que escuchó el ruido de
llaves en la puerta. Era Gonzalo. Entró al cuarto, fue al baño y después de
unos minutos se desvistió y se metió en la cama.
El cuerpo
de Verónica temblaba. Era la primera vez que sentía estar compartiendo su cama
con un extraño.
Mientras
dormía Gonzalo volvió a hablar. –.. paremos .. mejor paremos … sabe..saben ..
mejor no ..-.
¿Quién
sería la otra? Cuando lo siguió en el auto iba solo. Seguramente la encontraría
en el lugar, .. en Escobar …, pensó Verónica.
La
secretaria era una mujer mayor. Estaba descartada. Quizás una médica. ¿Pero por
qué no estaba en el auto?
Al
día siguiente desayunaron juntos, como siempre. La primera sección del diario
era para Gonzalo. Verónica se conformaba con mirar el pronóstico del tiempo
para ver cómo abrigaría a sus hijos. Su madre ayudaba en la cocina para
preparar las tostadas.
Gonzalo
se veía demacrado. Leía muy concentrado la penúltima página del diario. Dobló
el diario para poder leer mejor.
-
¿Pasó algo Gonza? Su mirada estaba clavada en la página de las
policiales.
-
Nada Vero. Me voy rápido que tengo que llegar al
Hospital temprano y la Panamericana seguramente estará cargada. – Le hizo otro
doblez al diario y se lo llevó.
-
¿No me dejás el diario?
-
Te lo traigo a la vuelta. Quiero mostrarle algo
a mis socios. Temas médicos. Que tengan un buen día.
Pero
jamás trajo de vuelta el diario ni llegó a su casa ese día. La cena estaba
servida temprano como siempre y el lugar de Gonzalo quedó vacío. No había
mensajes de él en el celular. Verónica no sabía qué hacer. Llamó a las dos
esposas de sus socios y ellos tampoco habían llegado. Les preguntó si sabían si
podían llegar a estar estudiando un caso juntos pero ellas dijeron no saber.
Se
fue a dormir asumiendo que ésta era su nueva vida. Siempre había criticado a
esos hombres que llegaban a cualquier hora a su casa y ahora lo estaba viviendo
en carne propia.
Le
costó dormir más que nunca. Miró película tras película hasta que finalmente el
ruido del televisor hizo de despertador a las 6 de la mañana. Se había quedado
dormida. Miró hacia su lado. Gonzalo no había vuelto.
Verónica
llevó a los chicos al colegio y volvió mirando su celular a cada rato para ver
si tenía novedades. A las 10 de la mañana recibió un llamado. Era el abogado
que llevaba los temas del consultorio, Rivero.
-
Verónica, soy Alberto Rivero, el abogado de tu
marido. Gonzalo está detenido junto con sus dos socios. Allanaron el
laboratorio de Escobar, sabés?
-
¿Qué laboratorio? ¿Dónde? ¿Escobar?
-
¿Gonzalo no te tenía al tanto de este tema?
-
Yo no sé nada. No sé de qué laboratorio hablás.
-
Bueno, no te preocupes. Ya veremos cómo seguimos
con esto. El Dr. Vázquez se va a encargar del tema penal.
-
¿Penal? ¿Mi marido es un delincuente?
-
Estaban fabricando efedrina … no era un
laboratorio legal, ¿sabés? Es posible
que te llegue un allanamiento a tu casa. Fijate que tengan una orden judicial.
Verónica
no lo podía creer. De una simple infidelidad, llegó a tener que adaptarse a
ser la mujer de un delincuente. Trataba de pensar hacia atrás y de recordar
aquéllas frases que Gonzalo repetía dormido.
Al
día siguiente mientras Verónica servía la merienda a sus hijos llegó la policía
con la orden judicial de allanamiento. Después de confirmar que estuviese bien,
previo llamado al Dr. Vázquez, los hizo pasar. Los chicos lloraban.
Tomás,
el de cuatro, corrió a su cuarto. Verónica lo siguió. Había ido a buscar su
muñeco preferido: Sully, el monstruo bueno de Monsters Inc. Bajó
su cabeza y se quedó en un rincón abrazándolo.
Su madre se quedó mirándolo y un lagrimón recorrió su mejilla.
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