martes, 22 de octubre de 2013

COSAS DE HOMBRES


Verónica y Gonzalo eran el matrimonio ideal.

Él, un médico con buen ingreso y mucha facha. Ella, una mujer culta, dedicada a su casa y al arte como hobby.

Vivían en una importante casa en un barrio cerrado.

Eran esas parejas que la gente mira con envidia.-

Gonzalo  le reglaba flores todos los sábados por la mañana,  y por las tardes se ocupaba de cuidar a sus dos hijos de  8 y 4 años para que Verónica pudiera distraerse con sus amigas.-

Durante la semana trabajaba en el hospital por la mañana, y por las tardes atendía pacientes particulares en un consultorio ubicado cerca de la Facultad de Medicina, que compartía con otros dos médicos.

Gonzalo era de esos hombres que están siempre pensando en generar negocios nuevos.

Verónica admiraba esa veta de su marido. Lo que mucho no le convencía era la compañía de sus socios de consultorio que siempre lo llevaban a emprendimientos con algún riesgo  que ella no estaba dispuesta a correr.

La última inversión había sido la compra de un departamento en Miami.

 Para eso viajaron los tres matrimonios. Disfrutaron de algunos días de playa y compras.

El trámite de la compra no fue tan sencillo como la Inmobiliaria con sede en Buenos Aires, les había dicho. Había que desalojar a los ocupantes. Estaban comprando un departamento en un remate judicial. A Verónica se le ocurrió ir el día de la toma de posesión. Fueron con una mujer de la Inmobiliaria y con un funcionario con el que se encontraron en la planta baja del edificio.

Desalojaron una familia  mejicana. La mujer y los chicos lloraban mientras terminaban de empacar sus últimas pertenencias. El padre de la familia firmaba un documento mientras su bigote parecía retorcerse del enojo. Sus ojos oscuros estaban llenos de ira. El funcionario, un hombre de mediana edad de origen latino, trató de calmarlo y le dijo que un auto policial los llevaría a su nuevo destino. El mejicano lo escupió y le dijo que se pensaba ir por sus medios.

Verónica se corrió del lugar de la discusión, permaneció en un pasillo del edifico junto con los socios de su marido. Cuando vio salir a toda la familia, entró al departamento. El estado de la propiedad no era el mejor, pero lo peor fue entrar al baño. En el espejo, una inscripción en pintura negra “CHINGA TU MADRE CABRÓN”

-          ¡Gonzalo!, MIrá esto, ¿sabés que quiere decir “chinga”?

La mujer de la inmobiliaria, una argentina radicada en Miami hacía unos años, llegó antes que Gonzalo y sus dos socios.

-          No se preocupe señora. Esto siempre pasa. La gente se va con rencor y escribe barbaridades. Ya vamos a encontrar un lindo espejo para reemplazar a ese. La reparación y amoblado está convenida en la compra. Vamos a dejar el departamento en excelentes condiciones.

Y así fue. Arreglaron todo el departamento, lo pintaron y lo amoblaron. Pero ese fue el primer trago amargo de Verónica frente a las brillantes inversiones de su marido.

-          ¿Viste los ojitos de esos chiquitos Gonza? El varón apretaba al muñequito de Toy Story . Tenía miedo que se lo sacaran …

-          No podés estar pensando en eso, Verónica. Son negocios. Esa gente no pagó la hipoteca y se tuvo que ir. Nosotros compramos barato.

-          Ese varón podría haber sido nuestro Tomás, Gonzalo. Me cuesta olvidarme de sus ojos.

-          Tendrías que haberte quedado con las mujeres en la playa. Yo ya te lo dije. Éstas son cosas de hombres.

-          No me caen bien esas mujeres. Lo sabés. Hablan boludeces todo el día. A este viaje vine sólo por vos. Además quería conocer el departamento.

Ésta fue la única y última vez que Gonzalo la hizo participar a su esposa en sus inversiones.

El siguiente emprendimiento fue una participación en un bar en Puerto Madero. Y eso, para Verónica, incluía alguna que otra noche sin él.  Las esposas de los otros dos socios armaban programas para cuando sus maridos se juntaban en el bar. Verónica buscaba excusas para no ir. Cuidar a sus hijos era la excusa que  más repetía.

Con el negocio del Bar, Verónica empezó a ver ciertos cambios en la actitud de su marido. Estaba ansioso y no dormía como antes.

Verónica había sido la que por mucho tiempo no dormía bien por las noches. Las levantadas con los hijos bebés le habían dejado esa costumbre de dormir como vigilando los ruidos de la casa. Pero ahora, su marido era el que se levantaba y dormía intranquilo.

Hubo una noche que Verónica lo escuchó hablar mientras dormía. – Cuidado … cuidado .. Ya sabe .. se enteraron …,- fue lo que balbuceó.

Fue el punto de partida para que Verónica dejara de ser esa mujer segura y  cariñosa que recibía a su marido a cenar con alegría.

Empezó a revisar bolsillos y billetera. Ni bien quiso ver el celular de su esposo, se encontró con que ahora tenía una clave. Día a día se iba convenciendo que su marido le estaba siendo infiel.

 Lo empezó a vigilar con desconfianza.

-          Hoy vengo muy tarde, Vero. Tengo muchos pacientes en el consultorio y cuando termino vienen los médicos del hospital a analizar un caso  juntos. No me esperes a cenar.

Verónica no lo pensó demasiado. Ese día su madre la iba a visitar y se iba a quedar a dormir en su casa ya que no le gustaba volverse a Capital a la noche. Le dijo que tenía el cumpleaños de una amiga y que volvería tarde.

Verónica organizó su actividad detectivesca. A las 7 de la tarde estaba estacionada en frente del consultorio de Gonzalo.  Ese era el horario que terminaba de atender a sus pacientes. Según lo que él había dicho, llegarían sus colegas a esa hora para la supuesta reunión de médicos. Nadie llegó. Sin embargo, Gonzalo apareció en la puerta del edificio de la calle Azcuénaga con su maletín. Se dirigió al garaje de al lado y salió con su auto. Verónica arrancó y empezó a seguirlo tratando de dejar un auto de por medio para que él no la viera.

Nunca antes había hecho ésto. Se concentró en la vista del auto de Gonzalo que tomó Avenida Las Heras, luego Sarmiento y finalmente Figueroa Alcorta. Era el camino que solía hacer para tomar la General Paz y luego la Panamericana para volverse a su casa.

Por un momento pensó que había desconfiado sin sentido y que quizás la reunión se había cancelado y se volvía  a su casa. En el semáforo miró su celular. No había mensaje que indicara ese cambio de planes. Lo siguió. Efectivamente tomó la General Paz y luego la Panamericana, pero a la altura de la salida de Maschwitz, donde Verónica se ilusionaba que Gonzalo saldría, él siguió camino a Escobar. Verónica salió de la Panamericana hacia el peaje, llorando con una mezcla de bronca y angustia. Tomó el camino hacia su casa pero no quería que la vieran en ese estado. Se le ocurrió que su amiga Cecilia podría consolarla. La llamó y la encontró en medio de la cena familiar.

-          No quiero entrar a tu casa ni ir a la confitería del barrio. Decime cuando terminás y te paso a buscar para dar una vuelta en el auto y charlar.

-          Dale, Vero. Calculá unos veinte minutos. Esperame afuera de casa.

Verónica le contó todas sus sospechas a Cecilia que no hacía más que sorprenderse. Jamás se había imaginado tener que aconsejar a su amiga en una situación como ésta. Para ella eran el matrimonio perfecto.

-          ¿Notás algún cambio en sus gastos?

-          No Ceci. Sigue pensando en sus inversiones, en viajar, en cambiar el auto.

-          Mmmm… no sé qué decirte. Quizás tuvo que ayudar a algún amigo…

-          ¿A Escobar? ¿A la noche? No sé, Ceci. No sé qué pensar. Jamás antes me había mentido.

Charlaron un rato más. Verónica gastaba más y más carilinas. Se abrazaron y finalmente Verónica volvió a su casa. Entró tratando de no hacer ruido al cuarto de los chicos. Se quedó un rato mirándolos y se fue a su cuarto. Intentó dormir pero se le hacía muy difícil.

De costado, para un lado, para el otro, boca arriba, boca abajo. Cabeza debajo de la almohada. No había manera. Las horas pasaron hasta que escuchó el ruido de llaves en la puerta. Era Gonzalo. Entró al cuarto, fue al baño y después de unos minutos se desvistió y se metió en la cama.

El cuerpo de Verónica temblaba. Era la primera vez que sentía estar compartiendo su cama con un extraño.

Mientras dormía Gonzalo volvió a hablar. –.. paremos .. mejor paremos … sabe..saben .. mejor no ..-.

¿Quién sería la otra? Cuando lo siguió en el auto iba solo. Seguramente la encontraría en el lugar, .. en Escobar …, pensó Verónica.

La secretaria era una mujer mayor. Estaba descartada. Quizás una médica. ¿Pero por qué no estaba en el auto?

Al día siguiente desayunaron juntos, como siempre. La primera sección del diario era para Gonzalo. Verónica se conformaba con mirar el pronóstico del tiempo para ver cómo abrigaría a sus hijos. Su madre ayudaba en la cocina para preparar las tostadas.

Gonzalo se veía demacrado. Leía muy concentrado la penúltima página del diario. Dobló el diario para poder leer mejor.

-          ¿Pasó algo Gonza?  Su mirada estaba clavada en la página de las policiales. 

-          Nada Vero. Me voy rápido que tengo que llegar al Hospital temprano y la Panamericana seguramente estará cargada. – Le hizo otro doblez al diario y se lo llevó.

-          ¿No me dejás el diario?

-          Te lo traigo a la vuelta. Quiero mostrarle algo a mis socios. Temas médicos. Que tengan un buen día.

Pero jamás trajo de vuelta el diario ni llegó a su casa ese día. La cena estaba servida temprano como siempre y el lugar de Gonzalo quedó vacío. No había mensajes de él en el celular. Verónica no sabía qué hacer. Llamó a las dos esposas de sus socios y ellos tampoco habían llegado. Les preguntó si sabían si podían llegar a estar estudiando un caso juntos pero ellas dijeron no saber.

Se fue a dormir asumiendo que ésta era su nueva vida. Siempre había criticado a esos hombres que llegaban a cualquier hora a su casa y ahora lo estaba viviendo en carne propia.

Le costó dormir más que nunca. Miró película tras película hasta que finalmente el ruido del televisor hizo de despertador a las 6 de la mañana. Se había quedado dormida. Miró hacia su lado. Gonzalo no había vuelto.

Verónica llevó a los chicos al colegio y volvió mirando su celular a cada rato para ver si tenía novedades. A las 10 de la mañana recibió un llamado. Era el abogado que llevaba los temas del consultorio, Rivero.

-          Verónica, soy Alberto Rivero, el abogado de tu marido. Gonzalo está detenido junto con sus dos socios. Allanaron el laboratorio de Escobar, sabés?

-          ¿Qué laboratorio? ¿Dónde? ¿Escobar?

-          ¿Gonzalo no te tenía al tanto de este tema?

-          Yo no sé nada. No sé de qué laboratorio hablás.

-          Bueno, no te preocupes. Ya veremos cómo seguimos con esto. El Dr. Vázquez se va a encargar del tema penal.

-          ¿Penal? ¿Mi marido es un delincuente?

-          Estaban fabricando efedrina … no era un laboratorio legal, ¿sabés?  Es posible que te llegue un allanamiento a tu casa. Fijate que tengan una orden judicial.

Verónica no lo podía creer. De una simple infidelidad, llegó a tener que adaptarse a ser  la mujer de un delincuente.  Trataba de pensar hacia atrás y de recordar aquéllas frases que Gonzalo repetía dormido.

Al día siguiente mientras Verónica servía la merienda a sus hijos llegó la policía con la orden judicial de allanamiento. Después de confirmar que estuviese bien, previo llamado al Dr. Vázquez, los hizo pasar. Los chicos lloraban.

Tomás, el de cuatro, corrió a su cuarto. Verónica lo siguió. Había ido a buscar su muñeco preferido: Sully, el monstruo bueno de Monsters Inc.   Bajó su cabeza y se quedó en un rincón abrazándolo.  Su madre se quedó mirándolo y un lagrimón recorrió su mejilla.

 

 

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