1.
Estamos casados hace demasiado tiempo. Los recuerdos se convierten en un
amasijo de días apelmazados. Si quiero ordenarlos, se deshilachan. Son puros
restos. A veces me pregunto cómo se llega a convivir tanto tiempo con una misma
persona. No tengo idea. Supongo que nos acostumbramos. Como los gatos. Por una
migaja de calor nos enredamos a la estufa. Aunque queme.
2.
Las noches se me hacen pesadas. Ando insomne últimamente. Ya no me
acuerdo dónde leí que hay un bar donde se juntan los que no pueden dormir. Un
bar que se llena de seres que se niegan a ir a la cama y se dejan estar ahí,
toda la noche, como si ese gesto pudiera eternizar el día, o aplazar la muerte.
3.
Los meses llegan abreviados. Se condensan en una sucesión infalible de
repeticiones que ya nos aprendimos de memoria. Las mismas palabras, en la misma
posición.
Pedro habla poco. Cada vez menos. Yo hablo sola. En voz alta. No me
resigno al silencio.
4.
Ahora Pedro duerme. Salgo a caminar. Paso por el kiosco y me saluda
Damián. Compro un atado de diez y un encendedor. Damián me da el vuelto: un
billete recién impreso. Lo toco, parece de mentira. Lo miro bien: alguien lo
escribió, como si quisiera dejar su aliento en el verde inmaculado del papel. Leo:
La noche es una jaula.
5.
Vuelvo a casa despacio. Camino el negro persistente de la madrugada. Me
resisto a meterme en la cama. Sí, la noche es una jaula: te cierra los ojos, y
la boca, y los demonios te quedan adentro, bailando alegres, impíos, como si fueran hadas, que no lo son.
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