Uno debe meterse en una relación si quiere ser
más o menos feliz. Moderadamente feliz. Templadamente feliz. Estuve dándole
vueltas al asunto toda esta cálida tarde de domingo y encontré que: (1) vivir
solo los 365 días del año hace el espíritu poco tolerante; (2) uno puede volverse
tacaño con mayor facilidad; (3) contraer hábitos mezquinos y; (4) terminar
siendo un maniático poco soportable –para los demás-, o un obsesivo-compulsivo
con dudoso pronóstico social y personal. En consecuencia, el soltero tiene
altas probabilidades de volverse un excluido. Esto lo he visto patente en
varios jefes, en varios hermanos de amigos más grandes y en algunos parientes
lejanos.
Además, (5) el soltero generalmente es apartado
del grupo de amigos en pareja. No es que lo hagan a propósito. Sucede así, como
el fruto cae del árbol, el soltero le esquiva al plan almuerzo en el parque o
paseos por el zoológico o conociendo Mundo marino o Temaiken o cualquiera de
esas aventuras faunísticas a las que son tan proclives las familias modernas.
Ya ven, la atracción del programa depende de la comunalidad y del grupo.
Probablemente si tengas hijos el programa te resulte una bomba. Cualquier
persona comparte más cosas con gente en su misma situación. Eso es una verdad
de Perogrullo. Es natural, que en esas circunstancias, la manada se adapte al
medio y evolucione, que críen sus crías en conjunto y se protejan mutuamente. Y
no es que yo sea un biologicista extremo. No es que apele a la selección
natural, solo apelo a lo que mis ojos ven. Y lo que ven es que el compañero
soltero, haciendo uso de un lenguaje más popular, el compañero soltero, no es
que ya no comparte nada con su amigo en pareja ni con la familia de su amigo en
pareja, sino que su amigo comparte más con otros. De hecho, es el soltero quien
comparte menos, mucho menos con otros. Esto lo sé por propia experiencia.